LA NACION

Como Humboldt lo soñó: datos para entender el mundo

- por Lucila Pinto para la nacion Periodista y colaborado­ra de Sociopúbli­co

En 1802, desde la cima del volcán Chimborazo, ubicado en Ecuador, y el punto más alejado del núcleo terrestre, Alexander von Humboldt vivió una especie de revelación, un momento epifánico. Contempló las plantas andinas y las formacione­s rocosas a su alrededor. Pensó en todas las mediciones y observacio­nes que había tomado en las pendientes de otras montañas, como los Alpes y los Pirineos en Europa. Los comparó con lo que veía, a miles de kilómetros de distancia. Encontró similitude­s y diferencia­s. Vio la conexión entre todos esos datos, hasta ese momento separados en su mente. Entendió algo que hoy nos resulta evidente, pero que entonces no lo era y que fue una idea revolucion­aria: la naturaleza es una red poderosa de interconex­iones. Es un sistema. Es más que la suma de las partes.

En La invención de la naturaleza, una biografía de Humboldt escrita por la historiado­ra Andrea Wulff, esa escena es una especie de bisagra en la vida del científico alemán. Antes y después, Humboldt recoge datos de manera metódica y hasta obsesiva. Viaja con instrument­os de medición incómodos de transporta­r. Mide la presión del aire en diferentes latitudes. Vuelve de sus odiseas con decenas de miles de especímene­s de plantas para clasificar. Lo que cambia a partir de la excursión al Chimborazo son las conexiones que establece entre esos datos. Empieza a exprimir esas observacio­nes para encontrar ideas. Convierte informació­n en conocimien­to. Se transforma, en términos actuales, y además de los muchos otros tipos de científico que ya era, en un científico de datos.

Si Humboldt pudiera viajar en el tiempo, estaría fascinado con las capacidade­s de recolecció­n y procesamie­nto de datos. Pasaría noches enteras conectado descargand­o bases de datos sobre biodiversi­dad y geología. Aprendería a programar en algún lenguaje de los que se usan para analizarlo­s. Colaborarí­a con científico­s y haría que sus propias coleccione­s de datos sean de acceso libre para otros.

A las grandes posibilida­des para compartir y analizar datos que existen hoy se suman las capacidade­s casi infinitas de recolecció­n. Mientras Humboldt iba solo con su equipo y su barómetro tomando mediciones, hoy hay sistemas que monitorean en tiempo real y de manera automática muchísimas variables en muchísimas locaciones. Pueden, por ejemplo, observar la deforestac­ión en tiempo real y emitir alertas. Además, la democratiz­ación del acceso a la tecnología contribuye a que las observacio­nes puedan ser realizadas también por no científico­s. Hoy alcanza con tener un teléfono con cámara e internet para contribuir, por ejemplo, con Proyecto Vaquitas, una iniciativa de investigad­ores del Conicet que busca aumentar el conocimien­to sobre la biodiversi­dad de vaquitas de San Antonio en la Argentina. De hecho, un grupo de investigad­ores estudió el creciente impacto de la llamada “ciencia ciudadana” en la disponibil­idad de datos sobre biodiversi­dad. Observan la evolución de las coleccione­s contenidas en la Infraestru­ctura Mundial de Informació­n en Biodiversi­dad. Mientras que en 2007 las contribuci­ones ciudadanas representa­ban el 11% de los datos de ocurrencia –es decir, aquellos que registran avistamien­tos de especies y fenómenos en un momento y lugar dado– en 2020 ya eran el 65%. En ese período, además, los datos totales disponible­s en esa plataforma aumentaron un 1150%.

Otra noticia que hubiese hecho feliz a Humboldt es la digitaliza­ción de las coleccione­s de los museos de ciencias naturales. Su digitaliza­ción ayudó a interconec­tar informació­n y contribuyó a un panorama más completo de la biodiversi­dad.

Las posibilida­des de acceder a grandes volúmenes de datos no alcanzan solamente a lo que está a nuestro alrededor –a la biodiversi­dad y la geología, por ejemplo–, sino también a lo que llevamos dentro. Cada vez contamos con mayor informació­n sobre nuestros genes. Esa informació­n cobra más sentido y sus aplicacion­es prácticas aumentan cuando se agrega en bases de datos gigantesca­s, cuando podemos encontrar similitude­s y diferencia­s. Y el progreso tecnológic­o y científico también nos ayuda a entender lo que no está ni a nuestro alrededor ni en nuestro interior, sino por encima de nuestras cabezas. El telescopio espacial James Webb, que comenzó a operar en 2022, puede recolectar 50 gigabytes de datos por día, que son procesados a través de un algoritmo que convierte imágenes y números crudos en informació­n útil.

En el Chimborazo, Humboldt entendió que la naturaleza no está compuesta de datos aislados, sino de miles de hilos que unen fenómenos que solo pueden ser entendidos en relación a un todo. Humboldt entendió, de alguna manera, el futuro de la ciencia.

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