LA NACION

Busca en el desierto a sus hijos desapareci­dos por la guerra narco

Ceci Flores Armenta fundó el colectivo Madres Buscadoras de Sonora, agrupación que reúne a 2000 mujeres que cavan con pico y pala

- por Matías avramow » LA NACION

eci Patricia Flores Armenta (49) busca a sus hijos. Marco Antonio y Alejandro están formalment­e “desapareci­dos”. Nadie sabe con precisión qué sucedió con ellos, son víctimas de la guerra narco que baña de sangre los estados de Sonora y Sinaloa, en el noroeste de México. Ya no tiene esperanza de encontrarl­os con vida: los busca bajo tierra, cavando zanjas en el medio del desierto, con un pico y una pala. Las imágenes son desgarrado­ras.

Desde que comenzó su lucha, en 2015, se reportaron 150.019 desaparici­ones en México. El gobierno sólo encontró al 43 por ciento de los desapareci­dos. Qué pasó con el resto, más de 80 mil personas, sigue siendo un misterio. En su búsqueda desesperad­a, Ceci “tropezó” con otros cadáveres. Entonces pudo comprobar que, efectivame­nte, como dijo hace algunos años el subsecreta­rio de Derechos Humanos, “todo el país se convirtió en una enorme fosa clandestin­a”.

En 2019 fundó el colectivo Madres Buscadoras de Sonora, que hoy concentra a más de 2000 madres de desapareci­dos. Juntas, siguen rastrillan­do el desierto, cavando zanjas. Con pico y pala, sin mucha ayuda ni protección del gobierno, ya encontraro­n 1520 cuerpos. Parecen dispuestas a todo: “No necesitamo­s justicia, solo queremos que nuestros hijos vuelvan a casa”, dispara.

Desde un celular saturado de mensajes, Ceci Flores habla con la nacion. “Recibimos 30 denuncias por día aquí en Sonora”, explica. Cada mañana coordina cómo será la jornada de búsqueda con el resto de sus compañeras.

Ceci Flores Armenta dice que su vida se terminó el 30 de octubre del 2015. “Antes de eso, del primer secuestro, me dedicaba a ser feliz. Me había casado con un señor rico que me llevaba de viaje por todo el país. Era empresario, socio de Coca-cola y otras compañías... Nos queríamos mucho, pero con lo que pasó, terminamos separándon­os”, relata. El secuestro de Alejandro

–¿Dónde estaba cuando secuestrar­on a su hijo Alejandro?

–Alejandro estaba en casa de mis padres, en el pueblo de Juan José Ríos, donde pasamos juntos el 28 de octubre las fiestas de San Judas Tadeo. Unos días después me fui a una ciudad cercana para verme con mi esposo. Mi hijo decidió quedarse en el pueblo. Viajé por la noche, y en la madrugada, me llamaron para decirme que a Alejandro se lo habían llevado “personas del cártel”.

–¿A qué cártel hacían referencia?

–Nunca lo supe, nunca supe quiénes se lo llevaron.

–¿Qué pasó cuando se enteró?

–Te imaginarás cómo me puse... Se sabe que cuando se llevan a alguien es porque lo van a matar. Me empecé a preguntar el por qué. Alejandro no le debía nada al cártel, no tenía ningún problema, no se drogaba, era trabajador. ¡Tenía solo 21 años!

–¿A qué se dedicaba su hijo?

–Trabajaba en una planta de fertilizan­te orgánico junto a otro de mis seis hijos.

–¿Lo empezó a buscar ese mismo día?

–Inmediatam­ente. Primero fui al ministerio público a reportar su desaparici­ón. Después fui a diferentes lugares en donde yo creía que podía estar. Me puse a investigar, a ver quién se lo había llevado. Le pregunté a todo el que podía saber el paradero de mi hijo, pero nadie me decía nada.

–¿Por qué?

–Porque tenían miedo.

–¿Usted no tenía miedo?

–Pues qué miedo voy a tener yo si me estaba volviendo loca del dolor... Entonces me fui a vivir a con mis padres. Para mí las noches eran igual que los días: no dormía. Estaba todo el tiempo al pendiente de que mi hijo volviera a casa. Mi papá siempre me acompañaba. Pero con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que mi hijo no iba a volver, que lo tendríamos que encontrar nosotros. A partir de ese día me la pasé en el monte, recorriend­o terrenos donde me decían que podía haber cuerpos. Unos meses después, mi esposo se enfadó por la vida que llevaba, porque no estaba nunca en casa, y nos divorciamo­s.

–¿Su marido no la acompañó en la búsqueda?

–Era mayor. Cuando me casé, él ya tenía más de 80 años. Se convirtió en una vida muy pesada para él. Yo puse toda mi atención en buscar a mi hijo.

–¿Recuerda la primera vez que encontró a una persona?

–Sí, por supuesto. Estaba sola, buscando a Alejandro, siguiendo una pista que me habían dado. Estaba caminando por un canal cuando encontré algo raro. Noté que había algo con pelo negro enterrado en la tierra. Mi hijo tenía el pelo negro. Me puse muy histérica cuando vi eso, no me atrevía a tocarlo. Así que le hablé a mi hermano para que me acompañara. Cuando llegó, nos acercamos y nos dimos cuenta de que era un cuerpo. No era mi hijo, pero tenía el cabello negro como Alejandro. Después nos enteramos de que ese cuerpo era de una persona que habían secuestrad­o y habían pagado muchísimo dinero por el rescate, pero igual lo mataron.

Ceci Flores Armenta permaneció cuatro años en casa de sus padres. Intentó trabajar con la policía, coordinar la investigac­ión, pero era un camino que la llevaba a la frus

tración. Prefería hacerlo sola o acompañada de algún familiar. Así encontró varios cadáveres, pero jamás el de Alejandro.

En 2019, regresó a Sonora. “Recién había nacido mi nieto, era prematuro, de seis meses. Así que Marco Antonio me invitó a conocerlo al hospital. Me quedé dos días ahí, pero estaba agotada, así que le pedí a mi hijo que me llevara a mi casa, en un pueblo que está a dos horas de ahí”, explica.

Marco Antonio luego recibió la visita de su hermano, Jesús Adrián. “Estaban en el trabajo cuando llegó el cártel”, detalla su madre, Ceci Flores Armenta. El 3 de mayo del 2019, los dos fueron secuestrad­os.

–¿Qué hizo cuando se enteró del secuestro?

–Estuve prácticame­nte cinco días en el monte buscando a mis dos hijos. Me puse a investigar qué cártel operaba en mi pueblo, porque es un lugar muy chico, todos se conocen. Cuando me enteré quién había sido, fui a su casa y lo enfrenté.

En esa zona opera el cártel de los Salazares. Es una organizaci­ón delictiva estrechame­nte relacionad­a con el cártel de Sinaloa, dirigido por la familia del Chapo Guzmán. Manejan el tráfico de droga y los secuestros en toda la costa de Sonora.

–¿Cómo se enfrentó al secuestrad­or?

–Lo amenacé. Le dije que si yo no salía en media hora de ese lugar, un cártel muy fuerte de Sinaloa que era igual o peor que ellos iba a desaparece­r a toda su familia menos a él. A él lo iban a dejar vivo para que sufriera lo mismo que estaba sufriendo yo.

–¿Era verdad?

–Claro que no, yo no soy capaz de andar matando gente, pero funcionó. No sé si me tuvo miedo o lástima, pero al día siguiente liberaron a Jesús Adrián.

–¿Por qué no liberaron a Marco Antonio?

–Porque mi hijo, desafortun­adamente, estaba involucrad­o con el cártel. Él tenía una tienda de ramos generales, pero también vendía droga. Le competía a los Salazares. Por eso se lo llevaron. Pero Jesús Adrián solo estaba acompañánd­olo. No tenía nada que ver. Después de eso me puse a buscar a mi segundo hijo desapareci­do en Sonora.

–¿Ahí comenzó el colectivo?

–Sí, ahí fue. Cuando trascendió que yo me iba al cerro a buscar a mis hijos, me empezaron a contactar otras madres. El colectivo de las Madres Buscadoras de Sonora no es el primer grupo de rastreador­as en el país. Sin embargo, hasta ese momento, en Sonora y Sinaloa no existían personas que fueran al terreno para buscar desapareci­dos. “Por lo general, sólo se publicaban afiches de búsqueda. Cuando las otras madres de desapareci­dos se enteraron de que yo me iba al desierto con mi pico y mi pala, me quisieron acompañar. Ellas también buscaban a sus hijos”, explica Flores.

–¿Empezaron a encontrar cuerpos pronto?

–Desde el primer día. Pasó eso porque había muchas personas desapareci­das y no existían grupos de búsqueda. En Sonora, hay más de 7000 personas desapareci­das. Son muchísimas las que hemos encontrado, pero sabemos que faltan muchísimas más.

–¿Ustedes fueron capacitada­s?

–A mí nadie me capacitó: aprendí todo en el campo. En la ciudad hay mucha gente que estudió estos temas, que tiene libros escritos al respecto, pero nunca fueron al desierto a buscar un cuerpo. Yo les termino enseñando a ellos.

–¿Cómo definen dónde buscar?

–Primero hacemos un trabajo de inteligenc­ia, buscamos informació­n. Podemos comenzar hablando con conocidos que nos cuentan del último lugar en el que vieron al desapareci­do, pero en muchas ocasiones seguimos las pistas que recibimos en llamadas anónimas.

–¿Puede contarme de las llamadas anónimas?

–Cuando subimos afiches de personas desapareci­das a nuestro sitio web, la gente que sabe algo reacciona. Pareciera que les provoca remordimie­nto o lástima. Nos llaman y nos dicen “vayan a tal sitio y ahí van a encontrar a tal persona”.

–¿Cuál es su relación con las autoridade­s?

–La relación con las autoridade­s siempre fue pésima. Ahora el gobernador de Sonora nos abrió las puertas de su despacho. Nos apoya con camionetas, vales de nafta y herramient­as. Pero el caso, el punto central, es que nosotras no deberíamos estar buscando. ¿Por qué no hay equipo de búsqueda de la policía? Ellos tienen más y mejor tecnología. ¿Por qué tenemos que seguir nosotras?

–¿Si la policía comenzara a buscar, usted dejaría de hacerlo?

–Creo que trabajaría­mos a la par. Porque nosotras no tenemos ni las herramient­as ni la tecnología. Pero tenemos la página y las llamadas anónimas. Si lo combinamos, creo que ya no habría desapareci­dos. Ceci Flores Armenta cuenta que desde 2019, cuando fundó el colectivo, no dejó de recibir amenazas. Flores no olvida la primera vez que le llamaron por teléfono: “Habíamos encontrado un crematorio gigantesco, había al menos 100 personas allí. Llegamos solo por nuestra compañera Aranza. Unos días más tarde, ella se me acercó y me dijo que la habían amenazado. Le dije que tuviera cuidado, que se quedara en casa. Al otro día la mataron y un día después de eso, me llamaron por teléfono y me dijeron que era la siguiente”.

En un principio, Ceci Flores Armenta se asustó. Incluso, ingresó en el programa de Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodista­s. Se ocultó en refugios de seguridad, en diferentes partes del país. Pero eso no evitó que siga buscando. El gobierno la condicionó a dejar de buscar para poder asegurarla, sin embargo, ella dice que eso es imposible. El primer día de 2022 publicó un video en el que le pedía a los cárteles de la droga que las dejaran buscar a sus desapareci­dos en paz.

No pasó ni una semana cuando un miembro de un cártel la contactó. Flores cuenta que le habló por teléfono y le dijo lo siguiente: “De nosotros no se tiene que preocupar porque al fin, ustedes son nuestra única oportunida­d de que, si desaparece­mos, alguien nos pueda encontrar. Porque como usted siempre dice: buenos o malos, culpables o inocentes, la mamá siempre nos va a querer y nos perdona todo lo que hagamos. Yo la escucho y la sigo porque usted encontró a un familiar mío que teníamos desapareci­do por muchos años. Por parte de nosotros no se tiene que preocupar más”.ß

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MADRES BUSCADORAS DE SONORA Ceci Flores, junto con otras madres y la Guardia Nacional, frente a una fosa clandestin­a con cuerpos de desapareci­dos en Sonora
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MADRE CORAJE Flores Armenta comenzó su lucha en 2015, cuando secuestrar­on a su primer hijo

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