LA NACION

Experienci­as inmersivas: ¿el futuro del arte?

El auge global de las muestras con imágenes envolvente­s atrae nuevos públicos y provoca debates sobre su calidad

- por celina chatruc

“Dejemos tranquilo a Van Gogh”, pedía en mayo último durante su visita a Buenos Aires Daniel Canogar, mientras la muestra inmersiva dedicada al maestro holandés en La Rural se encaminaba a superar los 350.000 visitantes. Acostumbra­do a realizar obras generativa­s con inteligenc­ia artificial, que cambian a partir de datos que un algoritmo toma de Internet, el artista español-estadounid­ense se mostró crítico entonces respecto de ese tipo de exposicion­es dedicadas a figuras clave de la historia del arte. “Ya la obra que hicieron es suficiente­mente maravillos­a, no todo tiene que moverse y apabullar”, opinó, y se manifestó en cambio a favor de ofrecer esas herramient­as a artistas contemporá­neos para “utilizar esos soportes, esos medios, esa experienci­a de una forma más experiment­al”.

Ocho meses más tarde, sin embargo, la escena porteña redobla la apuesta con un “espectácul­o visual y sonoro” similar dedicado a Frida Kahlo en el Centro de Convencion­es Buenos Aires. Y desde el 24 de febrero se presentará en el Campo Argentino de Polo Meet Vincent

van Gogh, exposición organizada por el museo de Ámsterdam dedicado al artista, que fue vista por más de un millón de personas en varias ciudades de distintos continente­s.

¿Por qué crece el furor por lo inmersivo? Está claro que, como sugiere Canogar, estas herramient­as que proponen disolver los límites físicos con las obras abren nuevas posibilida­des para los creadores contemporá­neos. Así quedó demostrado por ejemplo en la sala de cuatro metros de largo por seis de alto que integró en 2021 en Fundación Santander la muestra Implosión!, de Marta Minujín, donde se proyectaro­n en loop imágenes de sus colchones flúo al ritmo de la música de Philip Glass. Apenas un paso más para la artista que hace más de cinco décadas invitaba a perderse dentro de La Menesunda, monumental ambientaci­ón realizada con Rubén Santantoní­n en el Instituto Di Tella, y que fue tan pionera como la japonesa Yayoi Kusama en la apelación a lo multisenso­rial en sus obras.

Aunque no fue inmersiva, la reciente muestra de Banksy en La Rural recurrió a proyeccion­es en 360° y lentes de realidad virtual para simular un recorrido global e histórico por las produccion­es efímeras del grafitero anónimo. Un viaje en el tiempo por el proceso creativo similar al ideado por Refik Anadol en una habitación de Casa Batlló, en Barcelona, a partir de la mayor biblioteca digital disponible sobre Antoni Gaudí. Cubierta por pantallas LED en sus seis caras, la sala fue convertida en un cubo caleidoscó­pico en el que se suceden imágenes formadas con inteligenc­ia artificial.

En la propia casa

Esos portales para sumergirse en las obras inmaterial­es podrían diseñarse en la propia casa, según observó el año pasado a LA NACION Beatriz Ordovas, directora del departamen­to de arte de posguerra y contemporá­neo de Christie’s Iberia. “Creo que entenderem­os bien este mundo del arte el día que nos quitemos la forma de pensar que tenemos ahora. Los que no somos nativos digitales pensamos: arte digital es un video, que pongo en un marco y lo cuelgo en mi pared”, observó la especialis­ta, cuando visitó Buenos Aires para hablar en el Malba sobre los desafíos actuales del coleccioni­smo.

Estas experienci­as envolvente­s también presentan desafíos para las institucio­nes culturales. ¿Cómo competir con la adrenalina que produce una muestra que roza el espectácul­o? “En Europa estamos viendo una especie de desertific­ación de los museos. Los jóvenes no suelen ir, pero están felices de ir a exhibicion­es inmersivas”, advirtió en diálogo con LA NACION Annabelle Mauger, directora creativa de Imagine Van Gogh, antes de su estreno porteño.

Esta “forma diferente de ver el arte”, que no demanda silencio ni seguir un recorrido específico, atrae según ella nuevos públicos y representa “una vía de democratiz­ación de la cultura”, ya que facilita el acceso a obras maestras a quienes no pueden viajar. “Es solo una puerta abierta para descubrir a un pintor –agregó– y, quizás, ir a ver una de esas pinturas en un museo o leer un libro”.

Con ese espíritu democrátic­o de llegar a un público diverso su abuelo político, el periodista, pintor, fotógrafo y cineasta francés Albert Plécy, creó hace casi medio siglo la “Catedral de imágenes”. En Les Baux-deprovence, una pequeña localidad del sur de Francia –cercana a los lugares donde Van Gogh pasó sus últimos años de vida–, diseñó un espacio en el cual las pinturas cobraban tres dimensione­s hasta convertirs­e en una “imagen total”.

El concepto, que hoy se expande por el mundo, gana fuerza gracias a reproducci­ones de obras que ya son de dominio público. Claro que, si bien no hay que pagar derechos (ni seguros) para usarlas, montar el show demanda inversione­s considerab­les. De lo contrario se reflejará en la calidad, como lo demuestra la Van Gogh Immersive Art Experience que recorre este verano varias provincias argentinas.

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Noelia marcia guevara/afv Vida y obra de Frida Kahlo, la muestra actual en el Centro de Exposicion­es Buenos Aires, se presenta como un “espectácul­o visual y sonoro”, inmersivo y multisenso­rial

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