La profecía incumplida del mundo feliz de Huxley
Para muchos autores, el hombre resistirá la deshumanización que retratan las obras distópicas
Aldous Huxley, atormentado por la forma en que aquello que había narrado en Un mundo feliz, su clásico de 1931 sobre una sociedad hedonista a la que no le importa vivir bajo un totalitarismo, se estaba haciendo realidad, publicó una serie de ensayos bajo el título de Nueva visita a un mundo feliz. “Cuando escribí Un mundo feliz, estaba convencido de que disponíamos aún de muchísimo tiempo antes de que se cumpliera lo que predice, y no es así”, escribió. Entre sus vaticinios figuraban desde la servidumbre hasta la pérdida de la libertad individual en pos de una colectividad informe, acelerada por “una deshumanización paulatina y sin solución”. Consideró que nuestro deber era tratar de luchar contra ella.
¿pero es esa deshumanización posible? La ficción especulativa, desde Huxley, ha tratado de dejar claro que no. ahí está John el Salvaje, el personaje de Un mundo feliz que ejerce una libertad de la que no gozan el resto de sofisticados habitantes del Estado Mundial. Los ciudadanos son felices, considera John, pero su felicidad es artificial, “sin alma”. La desesperada búsqueda de algo vivo que cuidar en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de philip K. Dick, es también un intento de esquivar un narcótico presente en el que nada parece tener sentido y el ser humano es una pieza más de un engranaje moribundo.
Se diría que Katixa agirre (España, 41 años) se suma a esta apuesta por la imposibilidad de la deshumanización en su última novela, De nuevo centauro (Tránsito). La protagonista, paula pagaldai, es una escritora de un futuro cercano que viaja a parís para documentar el paso de Mary Wollstonecraft por la ciudad. Está trabajando en traer de vuelta a la madre de Mary Shelley en un módulo virtual que va a permitir a cualquiera vivir exactamente el mundo que ella vivió. porque en la sociedad de la novela no existe el tiempo ni el espacio. Ni siquiera la realidad. Las gafas Oftal y un curioso traje “sintiente” te permiten ser otra persona y sentir como tal en cualquier momento. Se ha dejado de viajar, han cerrado los hoteles. El mundo es espejismo y sueños cumplidos. Y, pese a ello, hay quien huye. Se rebela volviendo a tocarse, estando, sin más, en el mundo.
“Vivimos esa tensión de amar los filtros de Instagram y al mismo tiempo querer llegar a tocar el cuerpo que pueda esconderse detrás. Y por mucho que mejore la simulación digital, la necesidad del cuerpo siempre va a volver”, apunta agirre. “Hay una corriente trans y poshumanista que aboga por dejar atrás el cuerpo y convertirnos en conciencia digital, vagando por el universo para toda la eternidad. Se trata de una fantasía muy triste. ¿para qué quiero la inmortalidad sin un cuerpo con la que disfrutarla? Es más, ¿para qué quiero vida si no va a haber un punto final que le dé sentido?”, añade.
En su última colección de relatos, Exhalación (Sexto piso), Ted Chiang (Nueva York, 55 años), insiste en que es imposible escapar de lo que nos hace humanos. Sus textos son casi parábolas filosóficas en las que el ser humano es más consciente que nunca de lo que podría perder si dejase de serlo, en el sentido al que apelan Huxley, Dick, Bradbury y cualquier escritor de ficción especulativa que tema la idea del cambio que impone la tecnología.
“La ciencia ficción es un género poderoso porque explora la inevitabilidad del cambio”, afirma Chiang. Y el extremo de ese cambio –la deshumanización, hoy potenciada por la virtualización– impone un regreso a lo esencial. a lo que sigue ahí cuando la pantalla se apaga.ß