Las rencillas de JXC y el fantasma de Milei
Si bien se da por descontada la derrota del oficialismo en octubre, aún no está claro quién de la oposición será el nuevo presidente
Escenario 1 en una eventual segunda vuelta entre Patricia Bullrich y Javier Milei: gana Juntos por el Cambio. Escenario 2 en la misma instancia, pero entre Horacio Rodríguez Larreta y Milei: gana La Libertad Avanza.
¿Puede suceder? Podría: el votante más radicalizado de JXC mira con reticencia al jefe del gobierno porteño por hacer de su mensaje antigrieta su principal bandera y porque lo consideran híbrido ideológicamente. Su unilateral decisión sobre cómo se votará en la ciudad de Buenos Aires agudizó esas dudas. En la crucial encrucijada de tener que elegir entre él y Milei, el salto hacia el candidato de abundante cabellera es una posibilidad.
Cierta recíproca empatía explícita de Milei con Macri y Bullrich inquietan al entorno del candidato calvo, a los radicales y a los “lilitos”. En cambio, en el ala más dura de JXC ya hay quienes imaginan que los nombres de la exministra de Seguridad y del libertario en una misma boleta hasta podrían arrojar un triunfo en primera vuelta. Milei alienta esa fusión por motivos obvios, mientras que en el Frente de Todos miran esa imameter ginaria fórmula desde una tortuosa ambivalencia: si bien esa unión podría hacer aún más ruinosa su derrota, al menos diluiría la humillación suprema de que si las urnas ordenan una segunda vuelta, el kirchnerismo ni siquiera figure. No sea cosa de que en el año del vigésimo aniversario de indiscutible vigencia del kirchnerismo se produzca su estruendoso funeral.
Pero el maridaje electoral de Milei y Bullrich también mandaría al cementerio a Juntos por el Cambio, que implosionaría ante tan disruptivo paso. Eso no sucederá porque aun cuando disientan en un montón de cosas, los socios de JXC saben que juntos, tanto en el poder como en el llano, se han plantado mucho mejor en el escenario político que si cada uno fuera por su lado. Pero lo disimulan muy bien: por momentos se comportan como si quisieran independizarse unos de otros. Sin ir más lejos, halcones y palomas de Juntos por el Cambio parecen haberse complotado para desconocer el sabio proverbio político que dice: “Cuando veas a un adversario coesta errores no lo interrumpas”. El gobierno del Frente de Todos, en caída libre, no para de cometerlos, pero en la principal coalición opositora, en vez de contrastar con el desconcierto oficial, aportando mesura y mostrando el camino de las soluciones que aportarían de llegar al poder el próximo 10 de diciembre, intranquilizan aún más a la ciudadanía con una serie de movimientos en cascada que sumaron mayor perplejidad.
Desde que Mauricio Macri anunció el 26 de marzo que no competiría como candidato en las próximas elecciones (gesto que acaba de imitar Alberto Fernández), JXC entró en una ebullición permanente. El 10 de abril, al anunciar Horacio Rodríguez Larreta que se votaría en CABA distinto que en la elección de 2019 abrió un cisma, cuyos efectos aún perduran. Sobre llovido, mojado: el domingo pasado, Elisa Carrió le dijo a José Del Rio, por LN+, que “Macri se quiere ir con Milei”; María Eugenia Vidal clamó por bajar todas las candidaturas, y Patricia Bullrich pidió licencia como presidenta de Pro para dedicarse de lleno a la campaña.
La clase dirigente, sin distinción de ideologías, se ha vuelto más endogámica que nunca. Los movimientos narrados responden a reposicionamientos internos en la cúpula que están lejos de terminar. Replican, si se quiere, de manera más ordenada y menos escandalosa, los reacomodamientos en el oficialismo. Pero no dejan de ser exclusivos temas de camarillas. La sociedad, golpeada por un país que se cae a pedazos, con una inflación galopante y un dólar sin techo, no encuentra soluciones en esas dirigencias que se miran el ombligo y que confrontan entre sí. En algo sí se puede decir que coinciden el Frente de Todos y Juntos por el Cambio: las dos principales fuerzas antagónicas juegan y son funcionales a Javier Milei, que, según las encuestas, no para de crecer porque encarna estentóreamente el voto protesta y antisistema.
En 2011, Mauricio Macri deseaba desesperadamente ser candidato a presidente, pero su mesa chica le bajó el pulgar porque evaluaban que las cartas estaban echadas para que Cristina Kirchner fuera reelecta (y lo fue, nada menos que por el 54%) y no tenía sentido que se expusiera al desgaste de una derrota segura. Macri acató lo que sus colaboradores más cercanos le aconsejaban y jugó en el siguiente turno, a fines de 2015, del que salió victorioso en segunda vuelta. Contar con una mesa chica que sepa plantarse y que no funcione como un mero eco del candidato resulta indispensable para reconocer a tiempo los errores, corregir e, inclusive, bajar la candidatura, si resulta imprescindible, para no arriesgar el triunfo de la propia coalición a la que se representa.ß