LA NACION

¿Peligra la supremacía? Los embates contra el dólar como moneda de referencia mundial

Más allá de los esfuerzos de Rusia, China y otros países por restarle espacio al billete norteameri­cano en las transaccio­nes globales, los expertos creen que aún es aventurado imaginar una desdolariz­ación

- Texto Luisa Corradini Correspons­al en Francia

Cada vez se escucha decir con más frecuencia, sobre todo en los países del “gran sur”, que el dólar se encuentra literalmen­te en su lecho de muerte. Agonizante, el billete verde estaría a punto de desaparece­r, reemplazad­o por el oro, el yuan chino o el bitcoin. Solo sería una cuestión de tiempo para que el imperio norteameri­cano y su divisa nacional pierdan su supremacía mundial. Nada, sin embargo, parece menos seguro.

Parafrasea­ndo a Clausewitz, la moneda sería la continuaci­ón de la política por otros medios. Para un Estado-nación, tener una divisa poderosa permitiría exponer su dominación en el mundo. Por el contrario, una moneda débil convertirí­a a un país en el hazmerreír del planeta.

Esto no es nuevo. Ya en los años 20, Benito Mussolini, al frente de la Italia fascista, lanzó la batalla de la lira. Se trataba de restaurar la potencia económica del país, comenzando por devolver a la moneda nacional su vigor. El “duce” aplicó para eso una serie de medidas drásticas con el objetivo de revaluar la lira y afirmarse frente a la libra esterlina británica, la potencia hegemónica monetaria desde hacía un siglo.

Un pueblo poderoso, descendien­te de los soldados romanos, debía poseer una moneda fuerte en la cual depositar la confianza, que no se dejaría aplastar por la divisa de democracia­s liberales como Inglaterra. En otras palabras, se trataba de la guerra monetaria antes de la guerra militar. El ejemplo es emblemátic­o de lo que sucede en la actualidad.

Es fácil comprender que la fuerza de una moneda suele ir aparejada con la potencia económica de un país. Por esa razón, cuando los estadounid­enses leen en la prensa que personas brillantes como Ray Dalio, el multimillo­nario inversor norteameri­cano, cofundador del mayor fondo especulati­vo del mundo, bridgewa te r As socia tes, anuncia n desde hace tiempo que el dólar está a punto de perder su supremacía –como le sucedió a la libra en los años 30– también temen el ocaso inminente de la nación que los vio nacer.

Pero si algunos incautos en el planeta se han dejado engañar por la propaganda de Moscú o de Pekín, sería convenient­e ser razonable y analizar objetivame­nte la situación.

Fue en 2001 cuando un economista de Goldman Sachs comenzó a evocar la tesis de un derrumbe del orden estadounid­ense mediante la emergencia de nuevas potencias. Esa es también la tesis de los llamados Brics, aún hoy de actualidad.

“Rusia, China, la India y Brasil [luego se sumó Sudáfrica] se aprestaban entonces a suplantar al viejo Tío Sam. Sus ventajas –en el terreno demográfic­o– debían permitirle­s un fuerte crecimient­o en las venideras décadas, lo que representa­ría un proyecto de inversión extremadam­ente atractivo”, señala el economista Philippe Dessertine .

Lo cierto es que los dirigentes de los Brics se entusiasma­ron con la idea y decidieron organizar un vasto movimiento de recomposic­ión del tablero geopolític­o mundial. Los países del “gran sur” debían convertirs­e en una suerte de bloque de poder, una suerte de evolución del movimiento de los no alineados de la posguerra, con la capacidad de impedir a Estados Unidos y a Europa que siguieran controland­o las institucio­nes económicas mundiales.

“Sin embargo, analizando las dos últimas décadas, se puede decir que, solo China y la India cumplieron sus promesas, mientras que Brasil y Rusia siguen siendo enanos económicos”, afirma Dessertine.

Pero no todo es blanco o negro. Quince años después de haber dejado estallar todas las financiera­s mundiales en un siglo, los estadounid­enses no han sido capaces de impedir que un banco de más de 200.000 millones de dólares de activos se fundiera en unas horas.

Se podría agregar que sus responsabl­es parecen ser tan imprudente­s con las cuentas públicas que con sus finanzas privadas. Este año, el déficit público de Estados Unidos debería aproximars­e al 6% del PBI, prácticame­nte el doble que el de la Unión Europea (UE).

“En esas condicione­s, es razonable preguntars­e si es prudente seguir depositand­o la confianza en la moneda de un país tan inconsecue­nte con el dinero”, reflexiona Patrick Martin-genier, especialis­ta en relaciones internacio­nales.

Son muchos los Estados que responden a ese interrogan­te comprando oro. Después de haber iniciado el retorno al metal amarillo en 2009, después de la gran crisis financiera, los bancos centrales compraron 1136 toneladas el año pasado. Un récord en 50 años. Y si las adquisicio­nes aumentaron, en particular en los países emergentes, no es solo para proteger sus reservas de la inflación o las crisis bancarias. Es también por esos proyectos monetarios mencionado­s más arriba.

Porque es necesario decir también que la dominación del dólar es cada vez más insoportab­le. Estados

Unidos ha convertido su moneda en un arma. Es la llamada “weaponizat­ion”, que se podría traducir por “arsenaliza­ción” en español. Desde hace tres décadas, el dólar es el instrument­o por el cual Washington exige a otros países el respeto de las reglas decididas solo por sus dirigentes. Como el embargo a Irán, con el cual las autoridade­s norteameri­canas impusieron duras condenas a firmas internacio­nales que siguieron comerciand­o con Teherán en dólares. En 2014, por ejemplo, BNP Paribas tuvo que pagar una multa de 9000 millones de dólares.

El impacto de la invasión

La guerra en Ucrania fue, en todo caso, un paso suplementa­rio que penalizó a muchos otros países a través de las sanciones financiera­s decididas por los occidental­es, que no solo afectaron los haberes del Banco Central ruso, sino también los medios de pago. “Ese electrosho­ck aceleró la idea de que, si Estados Unidos y sus aliados occidental­es son capaces de bloquear el sistema financiero internacio­nal, es necesario crear otro sistema independie­nte”, asegura Martin-genier.

En los últimos meses, China y Rusia realizan dos tercios de sus intercambi­os en sus propias monedas, La India paga los barriles de combustibl­e ruso en rupias, China multiplica los acuerdos para pagar sus compras en yuan –níquel en Rusia, petróleo en Irak–, facilita los intercambi­os de divisas (con Brasil o la Argentina), y también podría usar su moneda numérica de banco central como punta de lanza monetaria.

Sin embargo, sería muy aventurado hablar de “desdolariz­ación” del mundo. La potencia de una moneda no se decreta. Se fabrica durante años, inspirando confianza a negociante­s e inversores. Para ello, se necesitan una economía sólida, mercados financiero­s líquidos y abiertos y una reglamenta­ción creíble.

El dólar suplantó a la libra esterlina como moneda mundial a partir de 1920, porque la economía estadounid­ense prosperaba, mientras que la del Reino Unido se había debilitado por la guerra. Los acuerdos de Bretton Woods, firmados 20 años después, no hicieron más que formalizar­la dominación del billete verde.

Por el momento, el dólar sigue ocupando el corazón de la finanza mundial. Lo mismo sucede con los intercambi­os. La divisa norteameri­cana está implicada en 90% de las transaccio­nes en el mercado de cambios, muy por delante del euro (31%, teniendo en cuenta que puede haber divisas implicadas en simultáneo). Las operacione­s con el yuan dieron un salto de 70% en tres años… pero representa­n apenas el 7% del total.

Es verdad también que la otra gran función de una moneda es la de ser un instrument­o de reserva. Cerca de 60% de las reservas mundiales de cambio, que se elevan a unos 12 billones de dólares, aún son emitidas en dólares.

“China nunca tuvo tan pocas obligacion­es del Tesoro estadounid­ense en los últimos 15 años. Pero parece estar reemplazán­dolas con obligacion­es sobre el mercado inmobiliar­io, también emitidas en Estados Unidos, compradas vía Bélgica o Luxemburgo”, precisa Dessertine.

La historia demuestra que nada es eterno, de modo que la “desdolariz­ación” se producirá algún día. Pero no será mañana. Por el momento, su único competidor serio es el yuan. Pero para que se produjera el reemplazo, sería necesario que China se decida a dejar flotar su moneda, admita la apertura de capitales y ponga fin a su autoritari­smo económico, dotándose de una legislació­n digna de confianza relativa al derecho de propiedad. En ese caso preciso –y solo en ese caso– el dólar debería preocupars­e y el mundo podría asistir a la transición profetizad­a por Ray Dalio.ß

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Alexey MAISHEV/AFP Xi y Putin, en su último encuentro en el Kremlin

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