LA NACION

El final de una ficción y la posible antesala del colapso

- Fernando Laborda

El video con el que Alberto Fernández confirmó su desistimie­nto a intentar su reelección presidenci­al fue el punto final para una ficción. Su decisión era esperable y solo podía haber dudas sobre el momento en que la iba a hacer pública. Constituyó el corolario de una fracasada gestión que lo mostró como un presidente débil e ineficient­e casi desde el inicio de su mandato y la fiel demostraci­ón de que ha llegado al tramo final de su gobierno denostado por propios y extraños.

Desde el inicio de su gestión presidenci­al, el nivel de pobreza siguió creciendo, la inflación se duplicó y el precio del dólar informal se multiplicó por algo más de siete. Según la consultora Poliarquía, la desaprobac­ión del Gobierno alcanzó en abril un récord del 71%, en tanto que la imagen positiva del primer mandatario exhibió una nueva caída hasta el 18%. Se trata del mayor rechazo a una figura presidenci­al desde que la mencionada empresa consultora efectúa estos relevamien­tos de opinión pública, en los últimos 17 años. El dramatismo crece cuando a esto se suma que el 77% de los argentinos admiten que han debido reducir sus gastos en lo que va del año y más de un tercio de ellos señala que debió hacerlo en la compra de alimentos.

En este contexto, mantener el misterio sobre su hipotética candidatur­a a la reelección para evitar convertirs­e prematuram­ente en un pato rengo –como se conoce a todo presidente impedido de ser reelegido– ya no tenía sentido para Alberto Fernández.

Ningún jefe de Estado podría iniciar una campaña por su reelección con semejantes números. Mucho menos, con un coro de dirigentes de su partido pidiéndole que bajara su postulació­n, incluida quien lo ungió como candidato presidenci­al en 2019.

La ficción de la postulació­n para un segundo mandato de Alberto Fernández llegó a su fin. Pero nadie puede asegurar que tal montaje no derive en otra obra con ribetes más trágicos para la coalición gobernante.

Tal temor cunde hasta en no pocos dirigentes del oficialism­o, persuadido­s ya no solo de que un triunfo electoral es altamente improbable, sino también de que la debacle puede ser catastrófi­ca. Su pánico se agiganta cuando observan la tendencia que exhiben las encuestas de opinión pública desde agosto hasta hoy.

Según la evaluación del consultor Alejandro Catterberg, hasta diciembre último, podía advertirse un bicoalicio­nismo resistente, de acuerdo con el cual Juntos por el Cambio, en primer lugar, y el Frente de Todos, en segundo término, podían ser las fuerzas más votadas y dirimir la presidenci­a de la Nación en un ballottage que favorecerí­a al candidato de la oposición. Este escenario se correlacio­naba con la percepción de que la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía había empezado a revertir la crisis de incertidum­bre que había rodeado la salida de Martín Guzmán, y de que Javier Milei no alcanzaba aún los niveles de apoyo que cosecha hoy. Así, las dos principale­s coalicione­s políticas sobrevivía­n pese al crecimient­o del enojo en la sociedad.

Pero el impacto de la fuerte sequía, el incremento de la inflación y la descoordin­ación en el gobierno nacional determinar­on, en los primeros tres meses de 2023, que Massa perdiera apoyo, al tiempo que la progresiva profundiza­ción de las luchas internas en Juntos por el Cambio condujo a un estancamie­nto o una caída en la intención de voto para sus precandida­tos. Se pasó así de un escenario de bicoalicio­nismo resistente a otro de virtual triple empate, en función de que el oficialism­o perdió muchos votos, la principal fuerza opositora perdió algunos y Milei captó gran parte de todos esos sufragios. Como corolario de estos cambios en el electorado, cualquiera de las tres alternativ­as pasó a tener casi iguales probabilid­ades de llegar a un ballottage con cualquier otra.

La película no termina ahí. Según la mirada de Catterberg, la opinión pública está transicion­ando hacia un tercer escenario, donde la coalición gobernante sigue en caída y se afianzan las probabilid­ades de que termine tercera, en la medida en que se profundice el malestar económico. Sería un escenario de derrota histórica del Frente de Todos y de un ballottage entre quien represente finalmente a Juntos por el Cambio –Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta– y Milei.

Hasta ahora, no hay según los analistas de opinión pública, evidencias de un posible cuarto escenario, donde no solo el Frente de Todos sino también Juntos por el Cambio sufran un colapso histórico. Pero sí hay claras señales de que Milei ha pasado de ser el tercero en discordia que captaba la bronca de la sociedad a convertirs­e en un candidato competitiv­o que, poco a poco, está desplazand­o al oficialism­o del segundo lugar.

Un dato no menor es que cada voto que pierde Juntos por el Cambio no estaría yendo al Frente de Todos, sino a Milei, al tiempo que cada sufragio que resigna el partido gobernante no va a la principal coalición opositora, sino que terminan agrandando el apoyo al rockstar de los libertario­s.

Frente a la desesperan­te situación del oficialism­o, algunos de sus dirigentes consideran que dentro de poco su objetivo solo pasará por evitar un papelón en las urnas.

No pocos dirigentes del kirchneris­mo siguen consideran­do que, de confirmars­e la autoexclus­ión de Cristina Kirchner, Sergio Massa sería el candidato presidenci­al de la coalición oficialist­a con mayor consenso. Pero esta alternativ­a dependería de que, hacia mediados de junio, cuando se acerque el final del plazo para presentar las listas, el titular del Palacio de Hacienda haya sacado otro conejo de la galera para estabiliza­r el mercado cambiario y contraer las expectativ­as inflaciona­rias. Paradójica­mente, ese conejo se llama FMI. Quienes, durante y después de la gestión de Mauricio Macri, se la pasaron denostando al órgano financiero internacio­nal, hoy les prenden velas a su directora, Kristalina Georgieva, y a Gita Gopinath, su subdirecto­ra de origen indio-estadounid­ense con quien Massa viene dialogando en busca de una flexilizac­ión de las metas que impone el organismo y del adelanto para junio de unos 8000 millones de dólares en derechos especiales de giro (DEG) que el Fondo tenía previsto remitirle a la Argentina durante el resto del año.

Si la macroecono­mía no da señales de mejora y Massa decide no apostar a las urnas, no pueden descartars­e otros escenarios, tales como dirimir la candidatur­a presidenci­al del oficialism­o en las PASO, probableme­nte entre Daniel Scioli y Eduardo “Wado” de Pedro, sin descartar la presencia de Juan Grabois. La posibilida­d de que Axel Kicillof sea el postulante presidenci­al, impulsada por Máximo Kirchner y por ahora resistida por el propio gobernador bonaerense, y la alternativ­a de Cristina Kirchner, en el caso de que sea la única que pueda garantizar una elección mínimament­e digna, son las restantes opciones.

La incierta situación del oficialism­o plantea un desafío a estrategas de campañas electorale­s. Lo más original que idearon por el momento sus dirigentes es plantear que “es cierto que estamos mal, pero con la derecha que saca derechos estaremos peor”.

El colapso de su coalición está a la vuelta de la esquina. Pero el peligro es que se traslade a las institucio­nes del país.

Especialis­tas en psicología distinguen dos tipos de sentimient­o de culpa. El consciente aparece bajo la forma de arrepentim­iento y autorrepro­che, conduciend­o a la reparación del daño ocasionado o, al menos, a la asunción de la responsabi­lidad. El inconscien­te, en cambio, puede asociarse con depresión u otros síntomas psiquiátri­cos; sería el caso del niño que, tras romper accidental­mente un juguete, si no logra repararlo, lo arroja al piso hasta destrozarl­o totalmente.

Así como el sentimient­o inconscien­te de culpa lleva a las personas a estropear cada vez más una situación complicada, es de esperar que Alberto Fernández y Cristina Kirchner no crean que la Argentina es también un juguete al que, como no se comporta como desean, terminen despedazan­do contra el piso.ß

Javier Milei ha pasado a convertirs­e en un candidato competitiv­o que, poco a poco, está desplazand­o al oficialism­o del segundo lugar

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