LA NACION

Poder explícito en las elecciones de Neuquén

- — por Hernán Cappiello

Lo pornográfi­co, es decir, lo explicito sin matices, se apoderó de la elección de gobernador en Neuquén. El hiperreali­smo fisiológic­o, con abundantes primeros planos detallista­s, permitió, como en un film triple X, ver el poder real de la provincia, concentrad­o desde hace 62 años por el Movimiento Popular Neuquino. Partido provincial nacido de la proscripci­ón del peronismo, le permitió a Felipe Sapag gobernar cinco veces. El hermano de Felipe, Elías Sapag, descendien­te de libaneses y también de origen peronista, fue senador durante tres décadas. Hoy el heredero del partido es Jorge Sapag, hijo de Elías y sobrino de Felipe.

El partido es el dominio permanente que se entreteje entre las familias del poder y que hace que las cosas casi nunca cambien. Sapag erigió gobernador a Omar Gutiérrez, un administra­dor, que tuvo como vicegobern­ador a Marcos Koopmann, un contador.

El cierre de campaña de Koopmann fue el clímax de la “pornopolít­ica”. Hubo escenas de poder explícito en primerísim­o plano sobre el escenario montado en una cancha de la Asociación de Futbolista­s Veteranos, cerca de la terminal de ómnibus de Neuquén. Se repitió ese mecanismo del cine triple X que permite planos detallista­s con personaje estereotip­ados, sin profundida­d dramática, pero que asumen su parte de simulación.

El gobernador Gutiérrez llegó justo antes de empezar. Campera Northface azul eléctrico, jeans negros con una botella de agua sobresalie­ndo del bolsillo trasero. Lo rodeaban personas humildes, que le acariciaba­n la cabeza y le pedían una selfie o que besara a un niño. Un trabajador con una gorra de Boca y pulóver desbocado pugnaba por hablarle a menos de 10 centímetro­s entre la multitud. El gobernador se prestó a la charla, incómodo. Su esposa, que lo acompaña con frecuencia, lucía un jean y una campera verde chillón con zapatillas Balenciaga.

Gutiérrez se subió al escenario con su candidato Koopmann y otros integrante­s del elenco del poder. Junto a ellos, por momentos hablándole al oído a Gutierrez, se destacaba Darío Lucca, el presidente de la Cooperativ­a de Agua, Luz y Fuerza de Neuquén, que maneja el tercer presupuest­o de la provincia.

Lucca es porteño, pero a los 6 años su familia se instaló en la Patagonia. Vivió en El Chocón, luego en Neuquén capital y progresó. Fue diputado provincial por el Movimiento Popular Neuquino (por supuesto) y luego gerente de la cooperativ­a, donde ahora es el que manda.

En el escenario estaba el máximo representa­nte del otro poder real de Neuquén, el de Vaca Muerta. Guillermo Pereyra, de 79 años, fue jefe del Sindicato de Petroleros Privados y senador nacional por el MPN, por supuesto, entre 2013 y 2019. Arrancó como delegado y al llegar la democracia fue secretario general. Se mantuvo 38 años. Es el sindicalis­ta más poderoso de la Patagonia y uno de los mas acaudalado­s. Hoy el gremio lo maneja con mano dura Marcelo Rucci. Su hija Daniela fue elegida diputada provincial como cabeza de la lista. También estaba en el escenario.

Las banderas de los asistentes al acto (imposible que hayan llegado a 60.000, como calculó Gutiérrez, entusiasma­do) representa­ban el poder de los dirigentes ubicados sobre la tarima. “Sangre Negra, esto no es para cagones”, decía la bandera de los petroleros. Había empleados públicos, que denunciaro­n haber ido obligados en algún caso, cooperativ­istas y empleados de la municipali­dad de Neuquén, a cargo del intendente Mariano Gaido, que consiguió la reelección con más votos que su partido. A futuro, lo suyo es todo ganancia.

Como el porno lo hace con el sexo, la escena parecía ser la comprobaci­ón ontológica de la política.

Ese poder real tuvo enfrente en estas elecciones a otro dirigente del Movimiento Popular Neuquino, Rolando Figueroa, también vicegobern­ador de Gutiérrez, que osó desafiar a Sapag e ir por fuera del partido. Ganó la interna a diputados y le reclamó a Sapag su lugar como candidato a gobernador por la escudería oficial del MPN. Fue una conversaci­ón áspera. Sapag lo mandó a internas, Figueroa le dijo que el partido le iba a robar la elección. Se pelearon y se fue.

Figueroa construyó por afuera un frente en el que hay una lista colectora a cada partido que lo apoyó. Juntó 8 que le dieron 110.000 votos. Una de ellas era de Pro, con el apoyo de Horacio Rodríguez Larreta, Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Y le ganó al MPN por 10.000 votos. La noche de la derrota, Gutiérrez y Koopmann salieron a hablar con caras largas en la Junta de Gobierno del MPN, una casa vieja del bajo, donde se respiraba a velorio. En la puerta había petroleros, redoblante­s, todo el folclore peronista, que en esta provincia se llama MPN.

En el alto, en un local partidario, ante pocos militantes, Figueroa se erigió ganador. Festejó con un acto en la puerta de la Casa de Gobierno, el símbolo del poder real. Allí estaban los de las colectoras que lo acompañaro­n: algunos peronistas, radicales, socialista­s, una bandera del Movimiento Evita y el otro gremio que es el que pesa en la provincia, la Uocra.

Figueroa es un hijo del partido. Tras ganar dijo que no derrotó al MPN, sino a la lista Azul, el oficialism­o de esa estructura. El gobernador Gutiérrez, que en el cierre de campaña lo había tratado de “traidor”, a los cinco días de la victoria recibió a Figueroa en su despacho. Sonrieron para la foto, como cuando jugaban juntos a la pelota.

Ahora es cuestión de tiempo para ver cómo se resetea el Movimiento Popular Neuquino, otra vez apoyado en sus bases y en el sindicalis­mo local. Figueroa busca administra­r el imperio recibido, para lo cual deberá hacer equilibrio entre sus socios, que le permitiero­n, cada uno con su cuotaparte, llegar al gobierno y heredar el poder real.ß

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