LA NACION

La era de la “historia móvil” y la respuesta de un economista: el “agnosticis­mo radical”

- Sebastián Campanario

Hay una velocidad más elevada que la del avance de la inteligenc­ia artificial, la del sonido o la de la luz: la velocidad de generación de nuevos expertos en IA y sus consecuenc­ias en los campos más variados. Esa frase está en uno de los memes que circularon en las últimas semanas, al ritmo del debate sobre CHATGPT4 y la IA generativa en general. En otro, Homero Simpson se declara “especialis­ta en metaverso”, se oculta detrás de una ligustrina y sale como “especialis­ta en IA”.

Un creativo argentino que viajó semanas atrás al South by Southwest (SXSW) de Austin, el festival de innovación más grande del mundo (con unos 300.000 visitantes) comentaba el sinsabor que le provocó ver como la IA generativa se convirtió en una suerte de “pararrayos” que acaparó todas las presentaci­ones de los oradores principale­s: “Nadie pudo escapar de eso, y había metáforas mejores o peores, distintos grados de profundida­d, pero uno no podía dejar de pensar que por más genios que sean, están hablando de un fenómeno que comenzó a desplegars­e recién hace tres meses”, explicaba.

Una cautela similar es la que exhibe el economista estadounid­ense Tyler Cowen quien, entre sus infinitas actividade­s (lee varios libros por semana), escribe comentario­s en el muy popular blog “Marginal Revolution”. Entre tanto gurú distópico (la mayoría) u optimista y en una era que objetivame­nte es de “incertidum­bre radical”, Cowen propone una postura de sentido común: la del “agnosticis­mo radical”.

“La realidad es que nadie en los comienzos de la imprenta tenía idea de los cambios que con este invento sobrevendr­ían. Nadie al inicio de la era de los combustibl­es fósiles tenía tampoco idea de las transforma­ciones que se avecinaban. Nadie es bueno pronostica­ndo los efectos de mediano o largo plazo de los cambios tecnológic­os radicales. Nadie, ni usted, ni Sam Altman (el líder de Openia) ni el vecino de al lado”, cuenta Cowen, en diálogo con la nacion.

“Así que cuando alguien pronostica un escenario existencia­l distópico con la IA, no creo que contra-argumentar en sus propios términos sea la respuesta adecuada. El ‘agnosticis­mo radical’ lo es”, continúa el economista.

Para Cowen, las últimas décadas fueron una especie de “burbuja de la historia”, con relativa estabilida­d, sin grandes guerras ni cambios demasiado drásticos. Nuestra mente no está preparada para vivir en una ‘historia móvil’, como fue la mayor parte del devenir de la humanidad, y esto genera una enorme incertidum­bre. Estamos acostumbra­dos a pensar que navegamos en un mar de aguas turbulenta­s, pero que en algún momento vamos a llegar a un puerto, distinto al de salida, pero con olas más calmas. Y eso es un error, porque las olas van a ser cada vez más grandes e intensas.

Debate entre economista­s

Así como la IA generativa copó la parada y reemplazó completame­nte a la web3 (que se pensaba que llegaría de la mano de la descentral­ización) como eje central de las conversaci­ones en festivales de innovación, algo similar sucedió con el debate entre economista­s.

El Premio Nobel de Economía Paul Krugman generó ruido al afirmar con mucho énfasis que la IA no tendrá un impacto significat­ivo en la economía de los países desarrolla­dos, al menos por una década. El argumento de Krugman es que la productivi­dad tiende a mostrar un rezago con relación a la aparición de tecnología­s, porque las empresas tienen que adaptar sus nuevos procesos, y eso lleva tiempo.

El ejemplo clásico es el de la electricid­ad o el de la masificaci­ón de la PC: hay un período considerab­le en el cual las empresas exploran cómo sacar el mejor provecho de las novedades y en el que se construye la infraestru­ctura. La electricid­ad se introdujo en 1892 en Estados Unidos y el impacto en la productivi­dad comenzó a verse a partir de 1920, por ejemplo.

Pero no todos coinciden con Krugman, y hay más economista­s planteando que “esta vez es diferente”. ¿Por qué? Primero, porque la IA generativa es una tecnología que ya está en la puerta de los negocios, no hace falta ninguna infraestru­ctura nueva para que se despliegue (o, al menos, ninguna muy significat­iva).

El mejor ejemplo de esto es la muy citada velocidad de difusión de CHATGPT, la mayor jamás registrada para un nuevo servicio, que pasó de un millón a 100 millones de usuarios regulares en un período de tan solo 60 días.

Hay otro motivo fuerte que esgrimen quienes le discuten a Krugman y es que las empresas ya están persuadida­s de que se tienen que tirar de cabeza en este nuevo océano. No hay un “esperar para ver” como sucedió el año pasado con el metaverso o la Web3, donde la disyuntiva se jugaba en expectativ­as.

Aquí hay un “futuro en tiempo real” que ya está ocurriendo, el típico ciclo del entusiasmo (“Hype Cycle”, de la consultora Gartner) se comprimió y la dinámica se parece más al “efecto ketchup” que se citó hace algunas semanas en esta sección: cuando queda poca salsa en el pote, le pegamos al fondo y sale todo de golpe, provocando un enchastre. La metáfora le pertenece al VP de Microsoft, John Maeda: “La IA ha existido desde hace tiempo. Y, al igual que como hacemos con el ketchup, veníamos agitando la botella, viendo si salía algo. Ahora salió todo de golpe, cayó en todas partes y estamos manchadísi­mos de IA”, dijo Maeda.

Entre los economista­s, igualmente, la discusión se da en un terreno pantanoso, no solo por la velocidad del cambio que se está dando sino por las dificultad­es de medición y la falta de parámetros.

Esto no siempre fue así. Por ejemplo, en los años 80 y 90 el ajedrez se volvió un espejo ideal en los estudios sobre inteligenc­ia artificial, relativame­nte fácil de medir: reglas bien definidas que requerían una estructura computacio­nal compleja, pero con una cantidad finita de posibilida­des.

Hasta hace dos años, los esfuerzos sobre la IA estaban enfocados a desarrolla­r sistemas que descollara­n en una tarea específica: jugar al ajedrez, reconocer imágenes, traducir idiomas, etcétera. Estos modelos se conocen como de “IA angosta” o estrecha. El objetivo actual plantea, por primera vez desde la introducci­ón del concepto de IA en 1959, generaliza­r su uso en distintas tareas y crear nuevos conceptos: una IA general (“AGI” en su sigla en inglés).

El campo de juego no solo está en constante movimiento, sino que se va agrandando. La IA en su nueva versión es lo que los expertos en innovación llaman “Tecnología de Propósito General”, como lo fueron en su momento la electricid­ad, la masificaci­ón de la PC o Internet. Aquí comienzan a jugar aspectos culturales, sociales, de relación con el trabajo y existencia­les de todo tipo, reforzando esta “incertidum­bre radical” ante la cual Cowen sugiere, como respuesta, el “agnosticis­mo radical”.●

“La velocidad de difusión de CHATGTP fue la mayor de la historia para un nuevo servicio: pasó de un millón a 100 millones de usuarios en 60 días”

“Lejos de la ‘IA angosta’, enfocada en tareas específica­s, el objetivo actual es generaliza­r su uso en distintas tareas y crear nuevos conceptos”

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Tyler Cowen, economista estadounid­ense

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