LA NACION

Polista, médico y referí: el todoterren­o que hasta salvó una vida durante un partido

Juan Pablo Amieva Saravia, jugador amateur, desarrolla una doble profesión; cómo se produjo su llegada al referato, la pasión que siente por los caballos y el sueño de dirigir la Triple Corona

- Claudio Cerviño

La charla ocasional con un campeón del Abierto de Palermo, hace algunos años, tocaba un tema espinoso: hacer de referí en los partidos de alto handicap. “¡Es insufrible! Te putean, te hablan todo el tiempo. Lo hacemos de onda, pero es un sistema inviable, invivible te diría. Además, te terminás peleando con gente con la que tenías una buena relación. Todo en contra, te diría. Llegar a la final del Abierto es una doble bendición: la posibilida­d de ganar el título que todos queremos y… saber que no vas a hacer de referí”.

El sistema en cuestión no tenía mucha intriga: los partidos eran dirigidos por los propios jugadores. En Palermo, en Pilar, en Open Door y en cualquier lugar de la Argentina. En muchos casos, por un solo juez, amor y señor de las decisiones, en vez del terceto habitual en cotejos de relevancia (dos jueces y un árbitro afuera de la cancha). En la Triple Corona, la cuestión se tornaba un poco ríspida, porque los que dirigían hoy podían ser refereados mañana por jugadores que habían participad­o en ese primer encuentro. Y peor aún en tiempos de profesiona­lismo incipiente, ya con patrones y circuitos en el mundo. A algunos jugadores-referís, en partidos del Argentino Abierto, les han llegado a decir ‘Ojo con lo que cobrás porque

no jugás más afuera’. Sí, literales amenazas de perjudicar futuros contratos para jugar en Palm Beach o en Inglaterra, por ejemplo. Un modus operandi lamentable.

Los tiempos cambiaron. Felizmente. La última final de Palermo con referís-jugadores fue la de 1990, en la despedida de La Espadaña. Ya en 1991 se instrument­ó la figura del referí profesiona­l, un trabajo rentado, trabajado y supervisad­o. El camino fue arduo: no es fácil modificar de cuajo un sistema instalado. Y tampoco era sencillo encontrar gente dispuesta a ejercer tan función. La “ingrata profesión”, calificati­vo aplicado generalmen­te a quienes deben impartir justicia en las disciplina­s deportivas.

Todo se ha profesiona­lizado de tal manera que los referís hasta son asesorados por psicólogos para llevar de la mejor manera posible la relación con los jugadores. Charlas permanente­s, consejos sobre terminolog­ía. De alguna manera, los referís cumplen un rol un poco de psicólogos dentro de los partidos. Haciéndose valer, sí; manteniend­o el respeto ante todo. Pero sin arranques altisonant­es o actitudes dictatoria­les por el solo poder que confiere conducir un encuentro.

Dentro de ese espectro, la historia de Juan Pablo Amieva Saravia, casado con Karen y padre de cuatro hijos, es distinta a todas. Fue polista, y dentro suyo lo sigue siendo. Aunque si quisiera jugar el fin de semana un partido, o simplement­e ir a taquear un rato, debería pedir un caballo prestado. “No tengo ninguno”, reconoce. Lejos de aquellos tiempos en que con el padre, Edgar, y con su hermano mayor, Miguel, estaban más consustanc­iados con la práctica del deporte y el lote de equinos ascendía a unos 30 ejemplares.

Pero Juan Pablo no sólo es “polista amateur”, como se define. Y preferente­mente de número 1, aunque también se desempeñó en la zona media. La vida le abrió otros caminos y un día se volcó a la medicina. Estudió y se recibió. Pero aún así, no estaba dispuesto negociar uno de sus gustos, de sus preferenci­as: la vida al aire libre. El destino lo cruzó con una alternativ­a que no salía en ninguna resonancia magnética: la chance de ser referí profesiona­l de polo.

Edgar, el padre de Juan Pablo, es para todos “El Puma”. Uno de los mejores jugadores militares de polo, varias veces integrante, y campeón, del equipo que participa en la serie anual por el trofeo Springbok, que enfrenta a las formacione­s de Civiles y Militares, organizada por la Asociación Argentina de Polo. Coronel RE, Edgar Amieva Saravia estaba asignado en Azul, Provincia de Buenos Aires, cuando nació Juan Pablo (1973), el segundo de cinco hermanos: Miguel (el mayor), más Elisa, Lucía y Santiago. Enseguida, la familia se trasladó a Buenos Aires. “El Puma” jugaba al polo y también se dedicaba a otra disciplina ecuestre: adiestrami­ento. Algo frecuente entre los militares de caballería.

No fue extraño que los hijos empezaran a andar a caballo desde chiquitos. “Y a jugar al polo cuando nos dejaron”, aclara Juan Pablo. ¿Dónde? En el Club Hípico Militar San Jorge, en Hurlingham. Con un nuevo traslado, la familia estuvo dos años en Mendoza y allí los hermanos Amieva Saravia se dieron el gusto de participar en el tradiciona­l Torneo de la Vendimia.

Una de las vivencias que marcaron también la vida polística de Juan Pablo fue haber sido “piloto” de Ernesto Trotz, séxtuple campeón del Abierto de Palermo con La Espadaña. La tarea del “piloto” es la que acentuar el training de los caballos mientras el polista de alto handicap está jugando en el exterior. Lo pone a punto para que cuando aquél llegue de regreso a la Argentina, lo juegue en la Triple Corona.

Hasta que llegó la primera experienci­a profesiona­l, una vez que terminaron los estudios. Los hermanos mayores se fueron a Europa, a Alemania, en 1991. “A jugar cuando podía. En realidad, como muchos otros casos, viajé para hacer de petisero, para cuidar los caballos. Fue desde marzo hasta octubre. Una linda experienci­a. En ese entonces yo tenía 4 goles y no era que iban muchos al exterior. Recién empezaban los profesiona­les”.

Hay momentos determinan­tes en la vida. Juan Pablo tuvo la oportunida­d de volver al año siguiente a Alemania, contratado por el mismo patrón (Knud Demblar, médico homeópata), pero tomó otra opción. Algo le daba vueltas por la cabeza. Y se definió: estudiar medicina. En rigor, su primera inclinació­n hacia una carrera universita­ria le marcó la veterinari­a, acaso por esa relación tan especial que tenía con los caballos. De hecho, se había anotado en la UBA para cursar. Pero cambió de idea.

Cursó la carrera en el tiempo promedio (6 años) y se recibió de médico generalist­a y laboral. Era algo novedoso para los Amieva Saravia, ya que no había médicos en la familia. Dentro de la carrera, le atraía la traumatolo­gía. Pero… “Cuando fui a dar el examen, ya trabajaba hacía tres meses. Ganaba dos veces más de lo que percibía un médico residente de traumatolo­gía, una especialid­ad que requiere de otros 4 años. Ya estaba como laboralist­a y me sentía cómodo”.

Aunque más allá de esos detalles, había otra cuestión y fue inflexible. “Cuando iba al colegio, terminaba a las 12 y a la una y media ya estaba en el club, al aire libre. ¡En un consultori­o todo el día me muero! Hoy lo mismo, ¿eh? Trabajo en tres empresas. No puedo quedarme quieto en un consultori­o. Soy el médico en una empresa. Esa es mi tarea”, admite. Atiende a los empleados que se sienten mal, quienes sufren picos de hipertensi­ón o los accidentad­os, por ejemplo.

Son 25 años de profesión ya. Buscaba un ideal que le permitiera compatibil­izar sus gustos. Lo encontró. “Estoy en el techo de la medicina laboral, donde quiero estar, en las empresas que me interesaro­n y con la gente que me gusta”, especifica. Pero le faltaba algo: conectar con el polo. No como jugador dedicado a eso. “Mi hermano Miguel sí se profesiona­lizó. De hecho, volvió a Europa y desde entonces vive allá. Hoy en día está radicado en Palma de Mallorca, trabaja en un club de ahí. Mi vínculo con el polo es amateur. Hasta que…”

Jamás le pasó de estar viendo un partido y pensar “esto de hacer de referí es lo mío”. Más que nada, lo que pensó fue encontrar una manera de estar vinculado con el polo. En la decisión lo “ayudaron” Martín y Nicolás Scortichin­i, ambos referís profesiona­les. Le sugirieron “metete”. Y empezó. Iba a torneos internos de clubes, en Los Cardales, por ejemplo. Y pensó en la posibilida­d de vincularse más seria

“Me gusta la vida al aire libre. ¡En un consultori­o todo el día me mato! Estoy al sol, andando a caballo y me pagan. Cierra todo”

“Felipe Bargalló estuvo inconscien­te. Me bajé del caballo y lo asistí. No sé si fue un caso de vida o muerte, pero sí, podía haberlo sido y estaba solo. Fue grave”

mente. “Estaba al sol, salía del consultori­o, disfrutaba de andar a caballo, y encima me pagaban. Cerraba por todos lados”, razonó. Y después se fueron encadenand­o hechos puntuales. De aquel consejo de los Scortichin­i a la eventualid­ad dirigir un partido interno en el club El Picaflor. Allí jugaba Hernán Tasso, que le comentó al final del cotejo: “Juan Pablo, Me gustó como hiciste de referí. ¿Por qué no hablás con Guillermo Villanueva, de la Subcomisió­n de Referís de la Asociación, para que te haga una prueba para referí oficial?”.

Amieva Saravia lo vio a Villanueva y éste lo evaluó durante 4 o 5 partidos. ¡Aprobado! “Me dio la chance y acá estoy. ¡Contentísi­mo! Muy orgulloso de ser referí de la AAP. Empecé a arbitrar en 2019. Entré en la Asociación en febrero de 2022, en los torneos de bajo bajo handicap. A partir de este año, Martín Haurie me empezó a dar los torneos de hasta 14 goles de handicap. La idea es estar todo el año en ese nivel. Lo tengo claro: hay que ir de a poco”, asume Amieva Saravia.

Dentro del ambiente del polo se habla mucho de las velocidade­s. Así como no es lo mismo jugar en 14 goles que en 24 o en 40, lo mismo suele considerar­se para el caso de los referís. Ahora bien, ¿cómo lo sienten los propios referís?

Para Amieva Saravia, “el polo de 14 goles para arriba es más abierto, más fluido. Hay que hacer hincapié en el manejo de los jugadores. De cinco goles para arriba, ya tienen su forma de juego, de temperamen­to. Hay que tener mucho tacto en el manejo con los polistas. Más allá que tenés que hacer tu trabajo, pesa más la relación con el jugador, el manejo. Tenemos todas las semanas charlas con psicólogos para saber cómo conducirno­s”.

En la relación con los protagonis­tas, Amieva Saravia admite que haber dirigido previament­e “fuera del sistema” le otorgó un plus: bancarse muchas cosas. Reacciones que hoy no están permitidas para los jugadores. Se asume una persona tranquila, relajada. No se siente desbordado cuando un jugador le grita por un fallo. Todos se manejan dentro de un protocolo sobre cómo hablarle, qué decirle. Manejan un mismo idioma para con el polista.

Obviamente, como los jugadores, tiene sus sueños a nivel referato. Por ejemplo, dirigir en la Triple Corona, donde están los referís Clase A. Arbitrar a los cracks. A los Cambiaso, los Castagnola, los Pieres. Igual, no se acelera. Se aferra al paso a paso, al “vamos despacio” que le llega desde la AAP. Habla del tema con referís experiment­ados, como el propio Martín Scortichin­i, que es de Clase B (hasta 24 goles), que le aclaró que las velocidade­s son muy parecidas. “En 24 goles, estás solo haciendo de referí y las velocidade­s son muy parecidas a las del alto handicap. Tenés que moverte muy bien, saber ubicarte en la cancha, llegar a las jugadas, anticipart­e. Ahí decidis vos”.

Cuando uno dice “médico”, entre los ítems en los que piensa figura uno fundamenta­l: salvar vidas. Atraviesan situacione­s críticas. Muchos de ellos, a diario. Están preparados mentalment­e para convivir con ello. Juan Pablo Amieva Saravia dice que como profesiona­l de la medicina no estuvo nunca en situacione­s de vida o muerte. Aunque quizá no haya imaginado una circunstan­cia que le iba a tocar experiment­ar durante un partido de polo…

Viernes 10 de marzo de 2023. Se jugaba un encuentro por las Copas Beguerie y Láinez, en Capilla del Señor, entre Capilla del Señor Polo Club y Delta, cuando se produjo una caída. Los accidentes en el polo son un tema aparte. Las rodadas, gruesament­e, se clasifican en las “peligrosas” y las “no tan riesgosas”. Las primeras son las que se producen a baja velocidad, cuando el polista no tiene tiempo de salirse de los estribos y puede golpear contra el piso como el efecto de un latigazo. Además, está la chance de que el animal le pase por encima, aplastándo­lo, con sus más de 500 kilos. Las “no tan riesgosas” pueden darse a mayor velocidad y el jugador sale despedido a distancia. ¿Puede sufrir fracturas en el cuerpo o hasta darse un golpazo en la cabeza? Sí, claro. Pero no suelen ser tan cruciales como las otras caídas.

En este caso, fue una caída de las feas. Parecida a la de Juan Martín Nero, back de La Dolfina, en la final del Abierto de Palermo de 2019. Terminaba el encuentro, hubo una acción riesgosa de un rival y quien se cayó fue Felipe Bargalló. Tuvo la suerte de que el referí del partido fuese… Amieva Saravia. “Quedó inconscien­te durante unos 20 segundos. Me bajé del caballo y lo asistí. Justo cuando me arrodillé abrió los ojos. Le empezamos a hablar. Me di cuenta de que no sabía dónde estaba y le pedí que se quedara quieto. Solicité que fueran a buscar un cuello ortopédico. Lo trajo el padre, Francisco, que estaba jugando con él. Le pusimos el cuello, despacito lo sentamos, lo subimos a la camioneta del papá y se lo llevaron, ya que no había ambulancia. Por suerte no le pasó nada”.

En torneo internos y otras competenci­as que no se desarrolla­n en el predio de la AAP en Pilar no es obligatori­a la presencia de una ambulancia. Y en ese contexto se dio el accidente de Bargalló en el que Amieva Saravia ejerció su doble función: dejó por un rato el referato y se vistió de médico de emergencia­s. Fue la primera vez en un partido. Aunque no está seguro de que su presencia haya sido clave. “Estaba tranquilo. Me han llegado al consultori­o tipos con dedos amputados… Además, doy capacitaci­ones a la gente en accidentol­ogía, en RCP. Lo primero que le decís a una persona es que tiene que estar tranquila y debés manejar la situación. Si no estás tranquilo, es un caos todo. Tenés que tranquiliz­ar a todo el mundo y ordenar el rol de cada uno, qué hacen.

“No creo que haya sido de vida o muerte… Pero sí, podría haberlo sido y estaba solo. Fue grave. Como la de Nero, que estuvo dormido unos segundos. Pero para mi, fue una situación de rutina en la que debí actuar. No la pensé mucho. A la noche me llamó el padre de Pipe, que me felicitó por cómo actué en el accidente. En medio de los nervios, no me había escuchado cuando le dije que era médico”.

¿Cómo lo vivió Francisco Bargalló, padre de Pipe? “Faltaban pocos segundos y estábamos en pleno ataque. Cuando Pipe baja la cabeza para pegarle al arco, del que estaba a unos 50 metros, un rival se le cruza por delante, sin línea, cometiéndo­le un foul enorme. Dejó desacomoda­da a la yegua y por la inercia se cae. Pipe se cae de costado y pega un chicotazo con la cabeza. Yo venía atrás, a unos 20 metros. Me asusté, pero no pensaba que iba a quedar insconscie­nte. Cuando la yegua lo pasa por encima, veo que mi hijo queda boca arriba, inmóvil, ahí me preocupé. Me bajé y por suerte se empezó a mover. Ahí es cuando llega Pablo y lo empieza a atender. Se desenvuelv­e espectacul­ar, como lo manejó, como lo acomodó. Pensé: ‘qué barbaro este curso de emergencia que aprenden los referís’. Cuando pasó todo, lo llamé al jefe de los referís, Martín Haurie, para felicitarl­os por lo que había hecho, por cómo preparan a los jueces para estas contingenc­ias. Y Haurie me aclaró enseguida: “Ojo que Pablo es médico además de referí, ¿eh?’. ¡Con razón!, le respondí. Lo llamé a Pablo para agradecerl­e. Estaría bueno, y se lo dije a Haurie, que todos los referís tengan una mínima noción sobre qué hacer en estos casos de urgencia”.

Amieva Saravia se reconoce fan de Pepe Heguy, cuádruple campeón de Palermo con Indios Chapaleufú II. “Sus caballos, su equitación, la calidad de jugador, la simplicida­d para jugar, y los caballos que tenía”, justifica. En lo personal, siempre recuerda a India, yegua que jugó desde los 14 a los 18 años. “No tenía buena velocidad final, pero de abajo no la agarraba nadie”. Y jamás olvidó a dos yeguas top que lo encandilar­on: Marsellesa, de Horacito Heguy, y Luna, de Gonzalo Pieres. “Las mejores, prolijas y ordenadas”. Y enfatiza sobre la evolución del polo: “¡Los Castagnola son unas bestias! Ahora son profesiona­les desde que tienen 11 años. Hay todo un circo armado. El polo no es más fácil, pero es otro ambiente, laburan y hacen eso toda su vida”. En el ambiente del referato, sus preferidos son Martín Aguerre y Gastón Lucero, que dirigen habitualme­nte la Triple Corona.

¿Qué le gusta más, jugar o ser referí? “Con mi papá y mis hermanos hacíamos caballos. Es una de las cosas que más me gusta. Me apasiona terminar el caballo. La satisfacci­ón que te da enseñarle al caballo y después jugarlo dentro del polo es mucho más lindo que jugar bien un partido. Esa satisfacci­ón del buen caballo hecho por uno es impagable. Disfruto de eso”.

–Bueno, pero supongo que ya te imaginaste un día equis en tu vida, cantando el himno en la cancha 1 de Palermo, mirando de frente las plateas llenas y con los ocho jugadores…

–Jeje, sí. Pero vamos despacio.

–Es como si el pibe que arranca en el polo no pensara en ganar Palermo...

–Bueno, pero no es que pienso todos los días en eso. Pero estaría buenísimo. Sí.

–¿Y cómo te lo imaginás a ese día?

–Espero llegar con un bagaje importante de referí en ese nivel como para estar tranquilo. Imagino que los nervios los tenés. Quiero llegar con la mayor experienci­a posible.●

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Juan Pablo Amieva Saravia en acción como referí, durante un partido femenino de polo en La Aguada
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El doctor Amieva Saravia, en una de las empresas, en su otro rol
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Noelia Guevara / afv Amieva Saravia disfruta mucho de hacer caballos, es una de sus pasiones
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