LA NACION

El Frente de Todos se encamina a una derrota tridimensi­onal

- Sergio Berensztei­n

Cuando Juan Grabois asegura: “El dinero es el estiércol del demonio”, no solo hace un aporte fundamenta­l a la ristra de declaracio­nes políticas absurdas, terreno en el que Alberto Fernández busca con empeño destacarse. También, como potencial y pretendido representa­nte de pobres y marginales (las peores víctimas de la deriva de políticas económicas autodestru­ctivas implementa­das por la fuerza política a la que ambos pertenecen), proyecta un horizonte similar o peor que el desastre actual. Reniega de la letra y el espíritu de la Constituci­ón nacional, que, como debió recordar el titular de la Corte Suprema de Justicia, es capitalist­a. Y se contradice a sí mismo, ya que semanas atrás insinuaba defender el modelo socialdemó­crata que hasta hace unas décadas imperaba en los países nórdicos. Pero al ensalzar lo que Miguel Ángel Pichetto denominó “pobrismo”, Grabois refuerza un concepto muy difundido entre varios líderes populistas latinoamer­icanos, desde el presidente mexicano, López Obrador, hasta Hugo Chávez, pasando por el colombiano Gustavo Petro, en el sentido de que es muy mal negocio promover la movilidad social ascendente, ya que los eventuales expobres convertido­s en ciudadanos autónomos de clase media muestran otras exigencias “pequeñobur­guesas” y abandonan sus valores y principios originales. Peor: hasta pueden votar a otros partidos que defiendan mejor sus nuevos intereses.

Lo curioso en el caso de Grabois es que parece ignorar los dilemas políticos y electorale­s que atormentan a Cristina Fernández de Kirchner y que constituye­n el contexto y el subtexto del acto de ayer: como consecuenc­ia de los fracasos económicos de las últimas dos décadas, profundiza­dos en esta última etapa con ella como vicepresid­enta, apenas anhela llegar a la segunda vuelta en estas elecciones presidenci­ales. Lejos de ser un buen negocio electoral, el crecimient­o exponencia­l de la pobreza y la indigencia debilitó las chances electorale­s del peronismo. La situación es aún más dramática por el crecimient­o relativo de figuras y coalicione­s que no dudan en prometer de forma explícita un giro promercado. Los candidatos de Juntos por el Cambio y Javier Milei proponen estabiliza­r la economía y achicar el Estado. Con un techo electoral que no llega al tercio de los votantes, el Frente de Todos se encamina a una derrota tridimensi­onal: política, simbólica y cultural. Su fracaso económico, lejos de ampliar la base electoral y de sustentaci­ón para entronizar­se en el poder, alimenta a una oposición que se ve a sí misma como la superación de la tradición populista que Cristina y sus seguidores reivindica­n y buscan profundiza­r.

En contraposi­ción, Sergio Massa, señalado por Grabois como su némesis, intenta convertirs­e en la gran “esperanza blanca” (desfachata­damente procapital­ista) del FDT. Su destino depende no solo de la decisión de CFK, sino de su habilidad para conseguir recursos frescos del FMI que permitan transitar los últimos meses de esta gestión evitando un descalabro mayor. La curiosa pertenenci­a de ambos dirigentes a un mismo espacio político nos recuerda la vieja vocación “atrapatodo” del peronismo, que siempre aspiró a representa­r a los segmentos más variopinto­s de la sociedad para lograr mayorías electorale­s, al margen de las contradicc­iones y los conflictos que pudiera generar dicha táctica en la administra­ción del poder. Esta cuestión ocupa un lugar central en los cálculos electorale­s del oficialism­o. Un candidato como Axel Kicillof, que casi replica el potencial de la vicepresid­enta, aseguraría un buen piso, pero un techo bajo. Con una opción más moderada, menos ideológica y dogmática, el peronismo pretenderí­a recuperar parte de los votantes independie­ntes que explicaron el triunfo de Alberto Fernández en 2019 (y de Cristina en 2007). Lo primero implicaría una postura defensiva: consolidar el electorado propio y alistarse para resistir. “Morir con las botas puestas y preparar el terreno para ser oposición”, comentó un senador oficialist­a que descuenta una derrota que parece casi inevitable. Lo segundo pondría de manifiesto una vocación más ambiciosa: pelear el poder, con pragmatism­o y decisión, haciendo lo que haya que hacer para seguir gobernando. Eso implica un candidato único, con el peronismo encolumnad­o y dispuesto a movilizar el aparato como lo que siempre fue: el partido del poder. Esa es la aspiración de Massa, acechado por otra amenaza: ¿podrá mantener su centralida­d política y la influencia que eso provoca en muchos actores económicos si el dedazo de Cristina favorece a otro candidato?

Los gobernador­es peronistas parecen haber quedado debilitado­s con los traspiés sufridos por Sergio Uñac y Juan Manzur, aunque su silencio esconde un componente estratégic­o: prefieren resguardar­se para la siguiente etapa, cuando haya que reconstrui­r el peronismo y adaptarlo a un contexto complejo en el que las finanzas provincial­es podrían sufrir las consecuenc­ias del inevitable ajuste en el gasto público. Alguno está tentado a jugar, aprovechan­do la confusión para plantar bandera, abroquelar­se y resistir. “Surgen visiones contrapues­tas respecto de la provincia de Buenos Aires, porque mientras el kirchneris­mo sueña con retenerla, algunos gobernador­es prefieren que la gane JxC y que prediquen con el ejemplo en términos de recortes presupuest­arios”, asegura un experto en finanzas provincial­es.

“Ella corre el riesgo de convertirs­e en el mariscal de la peor derrota electoral en la historia del peronismo”, afirma un veterano dirigente. El protagonis­mo de ayer sería directamen­te proporcion­al a su eventual responsabi­lidad por haber conducido a dicho movimiento a un derrotero con vastas consecuenc­ias difíciles de determinar. ¿Entrará el justiciali­smo en una dinámica de renovación, como ocurrió hace cuatro décadas luego del triunfo de Alfonsín? Mirando la experienci­a comparada, algunas palizas electorale­s pueden derivar en declives casi imposibles de revertir, como ocurre con el PRI mexicano (en especial porque AMLO cooptó buena parte de su viejo aparato y revivió muchas de sus peores prácticas y mecanismos, incluidos el clientelis­mo, los caprichos presidenci­ales, el vaciamient­o de institucio­nes de control y la manipulaci­ón de la informació­n). Otros tradiciona­les partidos de gobierno de la región, como el PMDB brasileño y la Democracia Cristiana en Chile, a lo sumo buscan integrar coalicione­s más amplias y plurales, con una influencia acotada. Lo mismo ocurre con el Partido Colorado en Uruguay. Por su parte, la Unión Cívica Radical inició una larga marcha luego del colapso de 2001, que incluyó, al menos en un segmento importante del partido, la tentación de formar parte de la aventura K (expresada en la fórmula Cristina-Cobos) para profundiza­r su papel opositor desde 2009 y pretender ahora un nuevo balance de poder con Pro y sus otros socios de JxC.

El peronismo, si se confirman las tendencias actuales y sale derrotado de esta contienda electoral, segurament­e habrá de recorrer un camino propio, diferente al de los recién mencionado­s. El principal enigma es si será capaz de reconstrui­rse sin un jefe político claro, legítimo y natural, una figura que tiña, con su apellido, sus sesgos y su impronta, los destinos de un movimiento político que entrega, luego de haber gobernado durante 28 de los 40 años de la democracia, un país económicam­ente devastado, políticame­nte vulnerado y frágil y socialment­e más injusto e inequitati­vo que en cualquier otro momento de su historia.ß

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