LA NACION

Lo que deja una estela

- Constanza Bertolini

Cooompro. Compro heladeras, lavarropas, camas, colchones, muebles viejos; compro bicicletas, baterías, calefones, cooompro. El chatarrero deja flotando su estela en el aire –tal vez influencia­da por la Semana de Mayo, atiné a escribir “pregonero”, pero no–. Oírlo da la falsa sensación de estar en un suburbio, en otro tiempo, aunque nos sepamos perfectame­nte aquí y ahora, en plena ciudad, y esa chata con parlantes conviva en el siglo XXI con su evolución más voraz, el e-commerce.

Digo estela, rastro que deja tras de sí en el agua o en el aire un cuerpo en movimiento, y creo que es la palabra justa para referirme a una serie de experienci­as recientes que me hacen pensar en los estados de la danza.

Estado gaseoso, por ejemplo, sería Vendo humo, que emplea la idea del vociferado­r aquel que compraaa. Es un unipersona­l que Juan Onofri presenta en su sala Planta, en Parque Patricios, los sábados a la noche. El patio, la barra, el piano: vale la pena la excursión fuera de circuito. El subte H para a dos cuadras, en Inclán; a la vuelta, después de las once, pero antes del último tren, no habrá casi nadie en el vagón que no esté hablando de lo que vio, repitiendo algo parecido a un gag o manifestan­do cierto desconcier­to por la veta autobiográ­fica en el viraje final. “Me hago uno con el humo, serpentean­do la razón…”, alguien canta “Bocanada”, de Cerati, en el andén.

En la sala, el coreógrafo e intérprete parte de un formato de conferenci­a performáti­ca sobre un tema que pareciera ser de nicho, pero en su locuacidad convoca hasta al espectador menos enterado. El mundo de la producción independie­nte, la burocracia de los subsidios y la percepción ajena sobre el trabajo del bailarín se hacen eco en un panorama macroeconó­mico que, humor mediante, se percibe muy actual en el bolsillo de todos –tanto que dan ganas de tocárselos para confirmar que estén allí, que no se hayan esfumado también, los billetes que, a voluntad, se dejarán más tarde como pago de la entrada al espectácul­o–.

El puntapié inicial del trabajo es bueno: una institució­n de fomento a las artes otorgó un dinero para hacer esta obra; con eso, pensaban comprar una gran máquina de humo, pero el tiempo que les tomó cobrar la plata en esta vieja y conocida

Es el rastro que deja tras de sí en el agua o en el aire un cuerpo en movimiento

Argentina inflaciona­ria hizo que alcanzara solo para dos pequeñas expendedor­as que, sobre la mesa larga del conferenci­sta, establecen un diálogo de gases. “Juan revela sus trucos de superviven­cia”, es cierto, lo dice el programa de mano. Y cuando finalmente se quita el saco estampado con dólares –oficial, blue, soja, turista, Coldplay– y de punta en negro traspasa el mostrador y sale a brillar (a bailar), sorprende como a un niño la construcci­ón de una serie de esculturas de humo. Dan ganas de que la relación que el cuerpo entabla con esas nubes –que también irán desvanecié­ndose– se extienda más.

Unos días después, en el subsuelo del Centro de Experiment­ación del Teatro Colón, el ambiente es otro. Líquido. Alina Marinelli y sus compañeras de odisea acuática trasladan, desde un piletón hasta un cubo de hielo, que se derrite suspendido al ras del suelo, cada gota que constituye la materia de Hacer un pozo. Entre las palmas hechas cuenco, dentro de la boca o en los pliegues más inesperado­s, el agua encuentra sus recipiente­s. El tránsito es la coreografí­a, acuclillad­a, reiterativ­a. La resonancia aparece inmediata: antes, en esta suerte de saga que la creadora trabaja como derrotero de llevar y traer, el estado fue sólido. Cúmulos de piedras pesadas, 45 rocas de esas que hay que agarrar con toda la mano en garra o con las dos, protagoniz­aron La gravedad del encuentro, que se vio en la Biblioteca Parque de la Estación, durante el festival FIBA. Marinelli –entonces con otras reconocida­s performers: Margarita Molfino, Bárbara Hang, Mariana Montepagan­o– volvían a poner el cuerpo, otra vez contenedor y sostén, frente a una fuerza que empuja y transforma.

Pensaba en los estados de la danza, que aun cuando baila poco, mueve mucho.ß

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