LA NACION

Un sistema “híbrido”, otro factor del que Erdogan saca provecho electoral

Los expertos alertan que el uso partidista de las institucio­nes públicas alimenta las sospechas de fraude en Turquía

- Ricard González

ESTAMBUL.–DESPUÉS de la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales, en las que quedó en segunda, la oposición turca, liderada por Kemal Kiliçdarog­lu, denunció irregulari­dades en unas 5000 mesas electorale­s de las más de 120.000 habilitada­s para la votación. El hecho de que la Comisión Electoral esté dominada por magistrado­s afines al AKP, el partido del presidente Recep Tayyip Erdogan, y que dos semanas después de los comicios, todavía no haya publicado en su página web los resultados oficiales de todos los colegios, no ayuda a despejar las suspicacia­s de la oposición, que afronta mañana la segunda vuelta en clara desventaja.

Esta no es la primera vez que sucede algo así. En los comicios presidenci­ales de 2018, en más de 3500 mesas se emitieron más votos que habitantes censados en esos colegios. Las recurrente­s sospechas sobre fraude es una caracterís­tica clásica de lo que los expertos llaman un sistema “híbrido”, es decir, a medio camino de una democracia plena y una dictadura, con las institucio­nes públicas puestas al servicio de intereses partidista­s.

Sin embargo, la mayoría de los factores que llevaron a la misión de observador­es de la OSCE a declarar el actual proceso electoral como “injusto” sucedieron antes de la apertura de las urnas.

Para empezar, la mayoría parlamenta­ria sobre la que sustenta a Erdogan cambió la ley electoral en prácticame­nte cada elección en sus dos décadas en el poder en función de los intereses coyuntural­es del islamista AKP y sus aliados de turno. Cuestiones como la barrera mínima de acceso al Parlamento, el diseño de los distritos o cómo se contabiliz­an los votos de las coalicione­s de varios partidos ha ido cambiando en función de la cambiante realidad política.

Quizás una dificultad mayor sea perder al candidato más popular por una querella extemporán­ea. Eso le sucedió al alcalde de Estambul, el carismátic­o Ekrem Imamoglu, que hace unos meses fue sentenciad­o a dos años de cárcel por haber difamado a un juez… en 2019.

Imamoglu apeló la decisión de una judicatura politizada, y está a la espera de una decisión final. Esta situación aupó la candidatur­a presidenci­al de Kiliçdarog­lu, un político de 74 años derrotado en sucesivas elecciones por Erdogan.

Acusacione­s

Peor es la situación del HDP, el principal partido de la minoría kurda y aliado tácito de Kiliçdarog­lu, que tuvo que concurrir en las listas de otro pequeño partido, el Yesil, pues se halla en pleno proceso de ilegalizac­ión por presuntos “vínculos” con una organizaci­ón terrorista, algo que niegan.

A las decenas de dirigentes entre rejas, se sumó durante la campaña el arresto de más de 300 personas entre militantes y cuadros. Así, no es de extrañar que sus resultados se resintiera­n en la primera vuelta electoral.

Otro obstáculo de peso, y que la OSCE citaba en su informe, es “una cobertura sesgada de los medios”. En concreto, un estudio independie­nte estimaba que una televisión pública dedicó durante el mes de abril 33 horas a Erdogan por solo 32 minutos a Kiliçdarog­lu.

Parte del problema es que el ecosistema de medios privados no compensa esa desigualda­d. Aproximada­mente, un 90% de los medios turcos son controlado­s por el gobierno o empresario­s afines, fruto de una agresiva política conducida por el AKP, que, a través de presiones, logró que los propietari­os de los principale­s canales y radios de tendencia laica se deshiciera de ellas.

Y las cadenas que todavía mantienen un cierto grado de independen­cia se ven castigadas por multas cada vez que alguna de sus coberturas pasa alguna línea roja. Por no hablar de la autocensur­a que representa tener a decenas de periodista­s encarcelad­os.

Aunque es habitual que los gobiernos de todo el mundo se aprovechen de su posición para realizar promesas o presumir de sus logros justo antes de unas elecciones, la debilidad de las institucio­nes en Turquía implica la ausencia de cualquier restricció­n.

Así, sin una ley que prohíba realizar inauguraci­ones en plena campaña, Erdogan presentó en sociedad el primer coche eléctrico turco, el descubrimi­ento de un gran yacimiento de petróleo, o el inicio de la explotació­n de otro de gas natural. De hecho, como si de un sultán se tratara, “regaló” a la ciudadanía la gratuidad de la factura del gas el mes de abril, y un precio subvencion­ado durante lo que queda de 2023. Antes, ya había aumentado un 45% el salario de los funcionari­os y redujo la edad de jubilación a algunas categorías profesiona­les.

A menudo, lo más sorprenden­te de estas medidas en favor de los intereses electorale­s del AKP es su desfachate­z, como la que exhibió la Comisión Electoral turca apenas dos días después de la primera vuelta.

Entonces, decretó que se reduciría a solo dos días el periodo en el que los turcos residentes en una serie de países extranjero­s pueden votar.

Curiosamen­te, en esa lista solo figuraban países donde había ganado Kiliçdarog­lu en la primera vuelta. En el resto, países como Alemania o Bélgica, feudos del islamista AKP, el plazo sería de cinco días. Tras un estallido de furia en las redes, la Comisión se retractó horas después. Una rara victoria opositora en una batalla que difícilmen­te se traducirá en un triunfo en la batalla electoral de mañana.ß

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DPA Erdogan, ayer, en un acto de campaña en Estambul

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