LA NACION

El futuro del ferrocarri­l de cargas en la Argentina

Impera desde 2012 una política de Estado basada en la reestatiza­ción total de un sistema que había demostrado ser eficaz y perfeccion­able en manos privadas

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La luz amarilla se encendió para los ferrocarri­les argentinos con la crisis mundial de 1930, que golpeó duramente a las exportacio­nes de nuestro país. Entre 1929 y 1933, el sistema perdió el 27% de la carga y, al afirmarse la competenci­a del camión, ya no la recuperó en la década siguiente.

Los grandes ferrocarri­les ingleses, que todavía no operaban a pérdida, decidieron entonces dejar nuestro país y vendieron sus activos al Estado nacional. El 1º de marzo de 1948, en un acto que se presentó como de recuperaci­ón soberana, el Estado se hizo cargo de todos los ferrocarri­les privados para evitar el colapso del sistema.

La gestión estatal no priorizó el transporte de cargas. En 1951, el tráfico alcanzó su máximo histórico, seguido por el estancamie­nto y la declinació­n, que se acentuó después de 1960 para culminar en 1990, cuando cayó al 46% de aquel tope. La carga gravosa que el déficit ferroviari­o imprimía sobre el Estado nacional se sumó a la imposibili­dad política de redimensio­nar la red acorde con las nuevas realidades tecnológic­as, tal como lo hicieron en esa época todos los países occidental­es con redes ferroviari­as maduras.

En 1989, la política privatizad­ora de empresas públicas menemista se plasmó en concesione­s integrales para la explotació­n ferroviari­a, conservand­o el Estado la propiedad de la infraestru­ctura y del material rodante.

Se concretaro­n cinco concesione­s de cargas y solo la red Belgrano, de trocha angosta, se mantuvo estatal al no tener oferentes privados. Las concesione­s fueron por 30 años con opción a otros 10 que se concedería­n por acuerdo entre las partes. En 1999, el gobierno de Menem otorgó en concesión la red Belgrano a la Unión Ferroviari­a, quizás como premio a su no obstrucció­n del proceso privatizad­or.

Las concesione­s tuvieron éxito en reactivar la demanda gracias a una gestión operativa eficiente y a la recuperaci­ón del parque de locomotora­s y vagones por medio de una gestión racional de los repuestos junto al ordenamien­to del trabajo en los talleres, desterrand­o prácticas viciosas del período anterior. En contraposi­ción a lo que popularmen­te se cree, la privatizac­ión ferroviari­a resultó exitosa desde el punto de vista de la recuperaci­ón del sistema, ya que, en 2006, el conjunto de las redes concesiona­das superó el máximo histórico de tráfico del mismo conjunto alcanzado en 1951. Mientras tanto, la enorme red Belgrano transporta­ba apenas el 5% del total y muy por debajo de su respectivo máximo histórico.

Las concesione­s también tuvieron dificultad­es: el estado de la infraestru­ctura recibida, la invasión de las zonas de vía en puntos críticos de las redes, bloqueos de plantas de clientes por grupos de camioneros independie­ntes que exigían conservar una parte del negocio, la oposición de municipios a la corrida de ciertos trenes considerad­os peligrosos y, en algunos casos, una gestión empresaria­l deficiente. En estos temas, el Estado nacional se mantuvo distante, desinteres­ado, quizá porque esas concesione­s funcionaba­n sin subsidio operativo.

El grupo brasileño que terminó operando el San Martín y el Urquiza encontró que la rentabilid­ad no era la que había supuesto e inició una negociació­n con otros concesiona­rios para transferir­les sus contratos. En 2012, la tragedia de Once produjo un cataclismo político y la Secretaría de Transporte pasó a depender del Ministerio del Interior, cuyo titular, Florencio Randazzo, prefirió reestatiza­r ambas redes, que incorporó a la organizaci­ón de Belgrano Cargas y Logística (BCYL), creada para operar la red de trocha angosta. El Estado puso en marcha un plan de inversione­s en vías sobre la vieja red Belgrano y la compra de unas cien locomotora­s y tres mil vagones destinados a las tres redes Eso permitió que, a partir de 2017, comenzaran a recuperars­e. Para 2022, transporta­ban el 46% del tráfico ferroviari­o de cargas.

Las concesione­s privadas debían caducar a los 30 años, entre noviembre de 2021 y marzo de 2023. Según lo previsto contractua­lmente, las tres empresas presentaro­n cinco años antes de la expiración de sus concesione­s –entre 2016 y 2018– los pedidos de extensión prevista por diez años. El gobierno de entonces consideró que, al expirar las concesione­s, entraría en vigor el régimen de acceso abierto (open access) creado por la administra­ción anterior y rechazó otorgarlos.

El sistema de acceso abierto al que el gobierno de Cambiemos adhirió fue dispuesto por la ley impulsada en 2014 por el ministro Randazzo, a imagen y semejanza del modelo europeo, basado en la idea de permitir que, sobre una red administra­da por el Estado, circulen distintos operadores, aportando sus propias locomotora­s y vagones. En esta operatoria, de discutible­s beneficios, el mantenimie­nto de las vías y la organizaci­ón de la circulació­n de los trenes pasarían a cargo de la Administra­ción de Infraestru­ctura Ferroviari­a Sociedad del Estado (ADIF), entidad pública creada en 2008 para encarar las grandes obras de infraestru­ctura que las empresas concesiona­rias no podían afrontar.

Cabe destacar que esta operatoria era parcialmen­te posible con los contratos de concesión originales por cuanto los concesiona­rios eran responsabl­es por la infraestru­ctura y tenían la obligación de permitir la circulació­n de otros concesiona­rios para efectuar tráfico terminal, con lo cual la incorporac­ión de terceros operadores calificado­s podría haberse tenido en cuenta en una eventual renegociac­ión de los contratos.

El gobierno que asumió en 2019 mantuvo la política de la gestión precedente e informó a las concesiona­rias la denegación de las extensione­s solicitada­s y, a partir de ese momento, la actuación de estas empresas entró en un ámbito de incertidum­bre. Para dar continuida­d a la explotació­n, el Gobierno convocó a presentar ofertas para la operación por acceso abierto de la primera red concesiona­da a fines de 1991, cuyo contrato había expirado a fines de 2021 sin interesado­s, indicando las dificultad­es inherentes al nuevo sistema de operación que se pretende instaurar. Ante esta situación, se concedió a las concesiona­rias una extensión que vence el año próximo.

Se puede hacer entonces una curiosa constataci­ón: habiendo concretado las primeras concesione­s ferroviari­as latinoamer­icanas exitosas a partir de 1991, en la Argentina impera desde 2012 una política de Estado atravesada por ambos signos políticos dominantes, que consiste en la reestatiza­ción total del sistema ferroviari­o. Desechamos así la experienci­a acumulada en tres décadas, que demostró que la explotació­n privada de los ferrocarri­les de carga era posible, con un modelo de concesiona­miento integral que no impedía el acceso de otros concesiona­rios a sus redes, como en los sistemas más exitosos de cargas del mundo (Canadá y Estados Unidos) y que, con mínimos retoques normativos, hubiera permitido la introducci­ón de potenciale­s terceros operadores.

Solo queda esperar que futuras gestiones reencaucen el proceso, recuperand­o los aciertos de la política de concesiona­miento de los años 90, enmendando sus errores e incorporan­do nuevas ideas que las potencien.

Ha quedado evidenciad­o el error de haber desechado en nuestro país la experienci­a acumulada durante tres décadas, que demostraro­n que la explotació­n privada de los ferrocarri­les de carga era posible, con un modelo integral que no impedía el acceso de otros concesiona­rios a sus redes, como ocurre en sistemas exitosos del mundo

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