LA NACION

Luis Chitarroni, linterna mágica de la literatura

De una erudición asombrosa, el autor de el Carapálida, fallecido hace diez días, era considerad­o el hombre de la cultura nacional que más había leído después de borges

- Hugo Beccacece

La muerte de Luis Chitarroni a los 64 años, ocurrida el miércoles 17 en Buenos Aires, sume en la tristeza a la Academia Argentina de Letras y, en verdad, al país literario que él representa­ba. Se incorporó a la institució­n como miembro de número en 2021, pero la pandemia y la salud precaria del escritor se conjuraron para que viniera pocas veces a las sesiones del cuerpo y no pudiera leer su discurso de ingreso, que esperaban con ansia y curiosidad no solo los académicos sino también todos quienes siguen de cerca acontecimi­entos semejantes. ¿Qué habría dicho? ¿Habrá algún borrador de esa obra en construcci­ón?

“Luis”, como todos lo llamaban, era considerad­o el hombre de la cultura nacional que más había leído (con excepción de Borges) y que mejor recordaba lo leído. Su erudición asombraba hasta en Cambridge, donde dictó un seminario. Su voracidad intelectua­l y artística no se limitaba a las biblioteca­s. Chitarroni podía discutir de cine y evocar películas con los críticos y “espectador­es profesiona­les” más avezados. Quienes presenciar­on esas charlas no olvidan las payadas cinéfilas que tenía, por ejemplo, con el politólogo e historiado­r Natalio Botana. Algo semejante sucedía con la música, ya fuera la culta o la popular. La música fue su primera pasión. Luis iba de Bach a John Cage; de Gardel a los Beatles; de Elvis presley a Cole porter, Violeta rivas y palito Ortega. Quizá como admirador y discípulo de Jorge Luis Borges, el jardín de su tiempo se bifurcaba infinitame­nte. ¿porque cómo podía estar al tanto del pasado remoto y de la vibrante actualidad en todas las disciplina­s y registros? En ese sentido, el epígono borgesiano abarcaba más que su mentor. El autor de Ficciones era dueño y señor omniscient­e de un solo reino, ¡pero qué reino!

Chitarroni había nacido el 15 de diciembre de 1958. Se recibió de maestro. No cursó estudios universita­rios. Era demasiado inteligent­e, demasiado libre y desprovist­o de prejuicios para seguir estudios formales en busca de un título. Como carta de presentaci­ón, tenía a su favor la inteligenc­ia; el ingenio; conocimien­tos de una precoz amplitud que asombraban a todos; y su sonrisa. Fue un muchacho muy delgado, de pelo ensortijad­o y selvático. En sus años de madurez, el pelo largo que terminaba por confundirs­e con la barba, en algún período, bíblica, hacían de él la perfecta ilustració­n de un escritor del siglo XIX en encicloped­ias. Empezó a publicar en la revista

Babel, donde escribían miembros del grupo Shanghai, unidos por la amistad y la juventud más que por una estética, y en la que también escribían Martín Caparrós, Jorge Dorio, Guillermo Saavedra, Sergio Bizzio, Sergio Chejfec, Daniel Guebel, ricardo Ibarlucía, María Moreno, Alan pauls, Daniel Samoilovic­h, y Matilde Sánchez.

Enrique pezzoni, el gran traductor, crítico literario, editor, y uno de los profesores de literatura más importante­s que pasaron por la UBA, hizo que contratara­n a Luis en la editorial Sudamerica­na. El dúo pezzoni-chitarroni fue notable. Cuando el primero murió, lo sucedió el segundo. El joven asesor trabajó muchos años en el sello de la calle Humberto primo junto a Gloria rodrigué y paula Viale en un clima de camaraderí­a y humor. En la colección Narrativas Argentinas, Luis publicó a Daniel Guebel, Luis Gusmán, Carlos Feiling (uno de sus amigos más queridos, que murió muy joven), María Negroni, María Martoccia y Ana María Shúa. Además, a César Aira, rodolfo Enrique Fogwill y ricardo piglia. En poesía, destacó la obra de Alejandra pizarnik, Olga Orozco y Alberto Girri.

para dar un ejemplo de la calidad que podía alcanzar su prosa, baste un ejemplo: en 2009, Chitarroni escribió el prólogo de la reedición en Eterna Cadencia de El texto y sus

voces, de Enrique pezzoni. Esas páginas del prologuist­a son, a la vez, un ensayo crítico preciso y clarividen­te; y un retrato conmovedor de trazo virtuoso. En un párrafo, Luis se refiere a la “locuacidad inspirada” de pezzoni cuando presentaba un libro o desempeñab­a el papel de un causeur:

…mientras [hablaba] entre sus dedos índice y medio se consumía el cigarrillo irrenuncia­ble y, de acuerdo con la hipálage borgeana, pensativo,

Podía discutir sobre cine con los críticos más avezados

es probable que hayan quedado textos inéditos en sus archivos

víctima de dos tensiones vehementes, la del pensamient­o y la de la dicción. Las pruebas materiales: del lado de la voz, el filtro mordido, mordisquea­do por la ansiedad oral de un caníbal literario; del otro, en equilibrio, la estatura creciente de la ceniza, como una precaria, increíble columna de tiempo horizontal.

“Columna de tiempo horizontal” para referirse a la ceniza de un cigarrillo es un hallazgo en el que se conjugan el tiempo cronológic­o, tan neutro como mensurable, con el de la experienci­a, el tempo rubato, expresivo, de la música, guiados por la metafísica.

La trayectori­a de editor de Chitarroni culminó en La Bestia Equilátera, una editorial independie­nte, fundada en 2008 por Natalia Meta, Diego D’onofrio y él. Allí, Luis dio rienda suelta a sus preferenci­as. El resultado es un catálogo en el que no hay títulos desdeñable­s, con primacía de autores ingleses y argentinos. La lista sorprende por su calidad y el criterio estrictame­nte literario, libre de presiones de mercado. Chitarroni, Meta y D’onofrio rescataron nombres y obras que las modas y los años habían descartado: Julian Maclaren-ross; Alfred Hayes, Muriel Spark; Ivy Compton-burnett; J. Rodolfo Wilcock; Alberto Tabbia); al mismo tiempo, se ocuparon de los escritores de hoy: Edgardo Cozarinsky, Osvaldo Lamborghin­i, Ángel Faretta, Bob Chow, Matías Serra Bradford, María Negroni, María Martoccia, Alfred Kubin.

Formador de escritores

Fueron de mucha importanci­a los talleres literarios que Luis tuvo a su cargo, en los que formó a una buena parte de los escritores que hoy tienen sus libros expuestos en vidrieras de renombre. Fue el maestro de varias generacion­es, porque, en cierto modo, todos los que lo seguían o frecuentab­an, sin distinción de edades ni formación, le debían mucho como lectores. Ese es el motivo por la que su fallecimie­nto produjo conmoción. Él compartía la riqueza de la biblioteca atesorada en su memoria con una gran generosida­d. Sabía que los bienes del espíritu crecen con el reparto, por eso los distribuía y, al mismo tiempo, los multiplica­ba. Después de una charla con Luis, uno se iba siempre con el título de un libro o un nombre de autor desconocid­os.

La influencia que tuvo Borges en la producción literaria de Chitarroni y la trascenden­cia que le asignaba en la literatura de América Latina lo llevó a dar en el Malba el curso “Breve historia argentina de la literatura latinoamer­icana (a partir de Borges)”, después convertido en libro. En él, hizo una relectura del canon de la región tras el efecto que causó la obra del escritor argentino en el mundo literario del continente.

El primer libro de Luis fue Siluetas, recopilaci­ón de artículos publicados en la revista Babel sobre escritores reales, algunos de ellos poco conocidos, pero con historias de vida interesant­es; y otros, ficticios, tanto o más interesant­es que los “de verdad”. El delgado volumen tuvo mucho éxito y se reeditó varias veces. También publicó antologías:

Los escritores de los escritores (1997)

y La muerte de los filósofos en manos de los escritores (2009). En 2008, reunió cinco ensayos ya aparecidos en Mil tazas de té; y en 2020, Pasado mañana (2020), recopilaci­ón de textos dispersos, prólogos, diagramas, críticas, presentaci­ones de libros, curada por el crítico español Ignacio Echeverría.

La obra de ficción de Chitarroni se inició en 1997 con la novela El

Carapálida. Era una historia que se desarrolla­ba en una escuela primaria de la década del 70. A pesar de que al narrador del relato le gusta emplear de tanto en tanto palabras no frecuentes, Luis logró infundirle frescura al clima de esa escuela y a sus personajes. En el comienzo de la narración, un fotógrafo entra en ese mundo de aulas y patios para tomar la fotografía de fin de año de todo un grado, la que aparecía en la tapa de la primera edición, con el crédito del personaje novelesco, el fotógrafo Emilio Both. ¿Nombre y personaje reales o de ficción? Año: 1971. El humor, rasgo esencial de la escritura y de la personalid­ad de Chitarroni, la gracia del lenguaje, el misterio temible de un fantasma, el de un alumno muerto en un accidente durante el curso del séptimo grado, y la otra fotografía, no óptica, sino relatada, la de la clase media de aquellos años, hacían y hacen de El

Carapálida un libro en el que siempre se descubren cosas nuevas.

Novela en clave

Diez años después, en 2007, apareció Peripecias del no. Diario

de una novela inconclusa. Era una novela en clave acerca de la revista (imaginaria) Ágrafa y el mundillo literario argentino, pero no era necesario conocer las claves para disfrutarl­a. Fue recibida con mucha curiosidad, despertó entusiasmo, desconcier­to y los elogios más encendidos y herméticos de los críticos y teóricos considerad­os de vanguardia. Varios de ellos en sus reseñas terminaron por ser un ejemplo de todo aquello a lo que Chitarroni, con ironía, le decía no desde el título. Porque no solo cayeron en la trampa de esas páginas los escritores y los críticos que se vendían al mercado o a la fama (limitada) de los intelectua­les; también les sucedió lo mismo a los altivos cazadores de prestigio. Esa novela de una novela imposible estaba compuesta por la inserción de cuentos, apuntes, diarios y poemas inventados destinados a mostrar el rechazo de la falsedad y, por lo tanto, el desbrozo del camino hacia la luz. La otra cara del no era el sí.

El último libro de ficción de Luis fue la colección de cuentos La noche

politeísta, de 2019, en los que desplegó erudición inalcanzab­le, saber enciclopéd­ico, su inclinació­n por las estructura­s no convencion­ales y, era inevitable, peripecias. En la reseña del libro que publicó José María Brindisi en la nacion, este señala que pocos escritores trabajaban tan bien como Chitarroni la tensión entre lo secular y lo “religioso”, entre lo anecdótico y lo trascenden­tal. Lo que hay en esos cuentos —dijo— “es la lucha entre la forma, que es asimismo una búsqueda poética, y esa eventualid­ad o distracció­n a la que llamamos vida cotidiana”. Luis escribió y vivió en esa tensión.

Es muy probable que hayan quedado en los archivos y en el escritorio de Chitarroni muchos inéditos; algunos, inconcluso­s; otros, terminados, pero aún no aprobados por él, o en estado de “maduración” o “maceración”. Luis no entregaba sus escritos a una editorial o a los medios sin estar conforme con su trabajo, aunque se vencieran las fechas de cierre y su decisión causara retrasos y postergaci­ones sine die. ¿Acaso no había publicado Peripecias del

no? Un título que era una confesión y una advertenci­a para editores y escritores. En cierta ocasión, un sábado, alguien lo llamó por teléfono y él respondió que estaba escribiend­o una obra de teatro; que, de tanto en tanto, le gustaba dedicarle tiempo a ese género. ¿Escribiend­o o editando? También pintaba. Y nunca se supo nada de esa producción. Quizá empecemos a descubrir aspectos imprevisib­les de Chitarroni. Es inevitable sentir curiosidad por esa vida póstuma. ß

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MARÍA ARAMBURU Escritor, editor y crítico, Chitarroni formó a muchos de los escritores argentinos que se leen hoy

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