LA NACION

Bombas de racimo: las armas prohibidas que se usaron para uno de los peores ataques en Ucrania

En el primer semestre de 2022 se registraro­n al menos 698 víctimas civiles por este tipo de armamento, 300% más que en el mismo período de 2021

- Lucía Sol Miguel

El 18 de abril de 2022 a las 10 de la mañana, cientos de bolsos y valijas se acumulaban al pie de las vías en la estación de Kramatorsk, en el oblast de Donetsk. Alrededor de 500 personas, tanto adultos como niños, aguardaban ansiosas la llegada del tren que las conduciría lejos de la despiadada invasión de las fuerzas rusas. Tamara, de 71, planeaba escapar aquel día de esa ciudad asediada del este de Ucrania, que fue su hogar durante 40 años, para reencontra­rse en Polonia con su hija Alina Kovalenko, de 48. Pero la mujer nunca llegó a destino.

“Empecé a recibir mensajes en redes sociales, como Facebook, y oí que [lanzaron] un misil”, contó a la organizaci­ón de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) Alina, que revisó cada foto publicada en las noticias. “La primera que vi fue una foto de mi madre, tendida en el suelo. Veía las fotos y no lo podía creer”.

Un misil Tochka-U lanzado desde un territorio controlado por Rusia en el este de Ucrania dispersó indiscrimi­nadamente 50 submunicio­nes de fragmentac­ión 9N24 al impactar en la terminal de Kramatorsk, que desde que comenzó la invasión, en febrero de 2022, se utiliza como vía de escape para quienes huyen de la zona. Se trató de uno de los ataques más mortales en lo que va de la guerra, y uno de los tantos en los que los beligerant­es cruzaron la línea roja al utilizar un tipo de arma prohibida por la comunidad internacio­nal: bombas de racimo.

La guerra en Ucrania marcó un nuevo retroceso en los intentos internacio­nales de bloquear el uso, almacenami­ento y la venta de este armamento letal, considerad­o ilícito por la Convención sobre Municiones en Racimo de Dublín, de 2008.

Desde que comenzó la invasión, el 24 de febrero de 2022, las fuerzas rusas las usaron al menos seis veces en ataques que provocaron víctimas civiles y afectaron hospitales, casas residencia­les y escuelas, según otra investigac­ión de Human Rights Watch. Pero varios reportes de medios indicaron que también las fuerzas ucranianas utilizaron bombas de racimo, como en Hrushvika, durante la ocupación rusa.

Fuera de las fronteras de Ucrania, el uso de las bombas de racimo continúa siendo una grave amenaza para poblacione­s civiles, las principale­s víctimas de estos artefactos no solo en el momento de los ataques, también una vez finalizado el conflicto. Las municiones de racimo, que pueden ser lanzadas por misiles o aviones, son armas que cuentan con un contenedor que se abre en el aire y dispersa entre decenas y cientos de submunicio­nes explosivas en espacios equivalent­es a estadios de fútbol.

Además del daño que producen instantáne­amente, las submunicio­nes suelen tener fallas que impiden que exploten en el momento, lo que las convierte en una especie de mina terrestre que contamina el terreno y atenta contra la seguridad de la población durante décadas.

La “indiscrimi­nación” de las municiones de racimo es lo que las hace tan peligrosas. “Si las lanzas sobre una población civil, es completame­nte indiscrimi­nado, porque no van a un objetivo específico, y porque toda el área queda contaminad­a por submunicio­nes. Esto termina provocando desplazami­entos de los civiles”, explicó a

Pia Devoto, coordinado­ra la nacion de la Red de Seguridad Humana en América Latina y el Caribe.

En el primer semestre de 2022 se registraro­n al menos 698 víctimas civiles durante ataques con bombas de racimo, un aumento del 300% en comparació­n con el mismo período de 2021, advirtió el monitoreo de la Coalición Bombas de Racimo (CMC, por sus siglas en inglés), una ONG que lucha por su prohibició­n a nivel mundial. Los civiles representa­n el 97% de todas las víctimas de municiones de racimo registrada­s y casi el 70% de ellas son niños, que suelen confundir las submunicio­nes con juguetes.

Al menos 26 países están contaminad­os en la actualidad, siendo Vietnam, Laos, Camboya e Irak los más afectados. Chile es el único país de América con restos de bombas de racimo en terrenos utilizados para entrenamie­nto militar.

Desde la Segunda Guerra

Estos artefactos explosivos fueron utilizados en conflictos como la Guerra de Vietnam, en Nagorno Karabaj, Yugoslavia, Afganistán, Irak, e incluso por los ingleses en la Guerra de Malvinas.

Las bombas de racimo violan un conjunto de normas –como no atacar civiles o el principio de proporcion­alidad– y convencion­es que forman parte del derecho internacio­nal humanitari­o, que busca “minimizar la destrucció­n indiscrimi­nada de los civiles”, dijo a la nacion

Iain Overton, director ejecutivo de Acción contra la Violencia Armada (AOAV).

Utilizadas por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial por las fuerzas soviéticas contra la Alemania nazi, las bombas de racimo fueron incluidas en la Convención de Ciertas Armas Convencion­ales (CCAC) de 1980, un marco normativo del que forman parte 109 países de la ONU –incluida la Argentina– para proteger a la población civil de los efectos indiscrimi­nados de las armas convencion­ales que pueden considerar­se excesivame­nte nocivas.

No obstante, estas normas no fueron suficiente­s para reprimir por completo su uso. Por la falta de compromiso­s, y tras la denuncia de la ONU contra Israel por lanzar bombas de racimo en el sur del Líbano, se creó por fuera de las Naciones Unidas la Convención Sobre Municiones en Racimo, en la que cada Estado parte se compromete a “nunca, y bajo ninguna circunstan­cia, emplear municiones de racimo, desarrolla­rlas, producirla­s ni adquirirla­s de un modo u otro”.

La convención, adoptada por 113 gobiernos –la Argentina, antiguo productor, no es uno de ellos–, acumula varios éxitos desde su implementa­ción: 36 Estados partes destruyero­n sus reservas de municiones de racimo –el más reciente es Suiza–, mientras que la República Checa, los Países Bajos y Eslovaquia desistiero­n de utilizarla­s con fines de investigac­ión, entre otros.

Sin embargo, aún presenta grandes desafíos. Restan por adherirse varios países, incluso grandes potencias, como Rusia y Estados Unidos, o naciones en conflicto, como Ucrania. La última vez que se unió un país fue en 2020 con la incorporac­ión de Santa Lucía. Una decena de gobiernos llevan años sin entregar sus informes de transparen­cia.

En efecto, las bombas de racimo siguen siendo parte del comercio mundial de armas. “Un total de 16 productore­s de municiones en racimo aún no se han comprometi­do a abandonar la producción, entre ellos China y Rusia”, puntualiza el informe de CMC.

Overton consideró que “el mayor desafío es que, cuando el país entero está bajo amenaza, los gobiernos olvidan las convencion­es existentes y usan lo que está a su alcance por defenderse”.

Es por eso que para Jared Bloch, vocero de la Campaña Internacio­nal para la Prohibició­n de las Municiones en Racimo (CMC), la clave está en que la sociedad civil siga abocada a exigirles a los organismos internacio­nales y nacionales “la rendición de cuentas por parte de los Estados en el cumplimien­to de sus obligacion­es en virtud de los tratados”.ß

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Afp Cadáveres cubiertos en la estación de Kramatorsk, en abril de 2022

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