LA NACION

Succession: el final cínico que sus personajes merecían

Después de 39 episodios, la historia cierra con sorpresas

- Natalia Trzenko

Después de cuatro temporadas y 39 episodios repletos de intrigas, traiciones y ambiciones desmedidas, finalmente Succession cumplió con la promesa de su título y su premisa inicial y eligió al heredero del imperio de Logan Roy, el déspota que en vida y desde la tumba manipuló a los suyos sin descanso. La ficción de HBO creada por Jesse Armstrong se despidió con el mismo tono que desarrolló toda su historia. Fiel a su propósito inicial, la sátira hizo de la búsqueda de poder y dinero una comedia de enredos que solo podía terminar en tragedia para sus protagonis­tas.

Los tres hijos del patriarca que desde el inicio ambicionab­an ocupar el trono, Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) cumplieron con la profecía de su padre. Ninguno estuvo a la altura de pasar siquiera una hora en el sillón que su muerte dejó vacante. La sombra de su ausencia oscureció el porvenir de los chicos, de los delirantes niños ricos con demasiada tristeza. Aunque muchos espectador­es lamentaran por demasiado temprana la muerte de Logan en el tercer episodio y la ausencia del portentoso Brian Cox en el resto de la temporada final, lo cierto es que esa decisión de los creadores ayudó para confirmar, una vez más y para siempre, la incapacida­d absoluta de sus hijos para conectar con el mundo real. Como su padre, carecían de empatía, pero a diferencia de él, sin tener la inteligenc­ia ni la astucia para hacer de su falta una virtud.

La mirada sobre el mundo de los Roy que construyó el programa desde el principio estuvo marcada por un desprecio apenas velado por todo su ambiente, lo que quedó confirmado cuando en el último aliento de la trama la corona fue a parar a uno de sus personajes más despreciab­les. Que el arrastrado y advenedizo Tom Wambsgans (Matthew MacFadyen) haya sido nombrado CEO por el nuevo dueño de Waystar reforzó la idea de que en el universo de miserables él, con su aparente falta total de dignidad, era el único candidato posible para el puesto. Y que el único capaz de arrebatárs­elo era su esbirro y discípulo, el primo Greg (Nicholas Braun).

A la hora de las definicion­es, ni la certeza de Kendall de que fuera de la empresa no le quedaban muchas razones para estar vivo, ni el derrumbe emocional de Roman, quebrado entre su incapacida­d y su inmadurez congénita, ni la facilidad para la traición de Shiobhan, cuyo apodo, Shiv –que en inglés refiere a una faca y/o a la traición–, la predispuso desde el inicio, pudieron torcer la conclusión inevitable: los chicos de Logan no tenían la pasta de líderes que ellos imaginaban tener. Succession llegó al final cínico e infeliz que sus personajes merecían.

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