LA NACION

Derechos humanos y corrupción

- Mario Fernández

El lema de los derechos humanos, en la esfera política, se ha convertido, en la órbita judicial, en el telón de fondo de las causas por delitos de lesa humanidad y cada vez más en una cortina de humo frente a las causas por corrupción. Esa particular simbiosis de la realidad nos ha empujado hacia adelante y hacia atrás, respectiva­mente, en términos de memoria, verdad y justicia. En ambos casos fue el Poder Judicial el que desveló hasta los ínfimos detalles de lo que fue la represión ilegal de la última dictadura militar, y también lo que se dio en llamar un “esquema de corrupción en la primera línea del Estado”. En ambas temáticas resta mucho por hacer, y para el porvenir vale tener en cuenta algunas observacio­nes claves que nos han dejado estas difíciles experienci­as.

Una es que la inicial insuficien­cia del sistema de justicia para abordar el juzgamient­o de delitos a escala y con anclaje en el aparato estatal, sean de lesa o de corrupción, no ha enervado la posterior resilienci­a del Poder Judicial para superar los obstáculos que se le presentaro­n para hacer justicia. Otra es que el objetivo central de esos procesos judiciales debe estar centrado en dar a cada uno lo suyo, de cara a los victimario­s pero sin olvidar a las víctimas, y a toda la sociedad, por la influencia que tiene el pasado sobre nuestro presente y por la importante incidencia que tendrá el hoy sobre el mañana.

La última, que el uso de aquella insuficien­cia y aquella importanci­a para justificar desplazami­entos y sostenimie­ntos (o aun nombramien­tos) de jueces y fiscales, corriendo a “ajenos” y proyectand­o o preservand­o a “propios”, no logró modificar la esencial independen­cia del Poder Judicial en su conjunto. Al respecto, vale la pena señalar que somos consciente­s de haber visto, no una sino varias veces, arremeter políticame­nte contra funcionari­os judiciales probos por vía de denuncias y sumarios bajo el improbado e ignominios­o estigma de “obstaculiz­adores” de las causas de lesa humanidad (casualment­e en momentos en que también avanzaban en causas de corrupción), y en paralelo, de haber escuchado a magistrado­s vinculados (por la opinión pública y el sentido común) con sectores de la política sospechado­s –cuando no condenados– por corrupción, defenderse con éxito siempre alegando su “avance” en las causas de derechos humanos.

Todo esto no debe llevarnos a aceptar lo inaceptabl­e y que las causas “de lesa” o de corrupción se banalicen como instrument­os de la política: bajo ningún concepto debemos dejar que el derecho se tuerza al son de lo que una parte nos presente como “políticame­nte correcto” y aceptar que los derechos humanos sean usados como coartada argumentat­iva para avanzar de cualquier forma contra los señalados como “enemigos” de esa parte, y tampoco que sean usados como justificac­ión de hechos cuestionab­les –la corrupción es uno, también violatorio de los derechos humanos– perpetrado­s por quienes se dicen “amigos” de esa parte. Debemos ser, antes que nada, prudentes, pues lo peor que puede pasarnos es que estas materias, si son politizada­s, se conviertan en una asignatura “especial” donde ser “imputado” o “víctima” en una causa, o ser señalado como “obstaculiz­ador” o “garante” de su avance, sin importar las circunstan­cias en que ello se produce, lleve en forma lineal hacia perjuicios o ventajas inmerecido­s, alejados de toda razón y justicia.

La cuestión de los derechos humanos no debe ser una mera simplifica­ción de la realidad y el derecho penal, sino que debe ser considerad­a un aspecto “complejiza­nte”, y a la vez imprescind­ible, que sería prudente mantener alejado de la política, y sobre todo de la corrupción, para no banalizar una cuestión que nos demandó sangre, sudor y lágrimas.ß

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