LA NACION

Olivieri, en el nombre del padre

El jugador de 24 años, oriundo de Bragado, vivió momentos de angustia con la pérdida de su “compañero de aventuras” en la pandemia y no quería volver a competir, pero se recuperó y en París logró su mayor victoria

- Sebastián Torok

PARÍS.– El apellido Olivieri es sinónimo de campeones de pelota a paleta en Bragado, en el centro noroeste de la provincia de Buenos Aires, y en muchas localidade­s cercanas. Los hermanos Carlos y Silvio marcaron una época como pelotaris en la década del 80. Populares, empeñosos, referentes de la actividad. Genaro, el hijo menor de Carlos y Silvia Moreno, nació con cuatro kilos y medio: tuvo algunas alteracion­es en la salud y de niño le diagnostic­aron colesterol alto. Un médico les recomendó que lo hicieran practicar deportes.

Jugó al fútbol, al básquetbol, hizo natación…, pero a los seis años empuñó una raqueta por primera vez y ya no hubo otro interés.

Hoy, Genaro, un trabajador del circuito, vive un sueño: llegó a Roland Garros sin experienci­a en cuadros principale­s del ATP Tour, jugó la clasificac­ión y la superó; emocionado, debutó en el main draw del Bois de Boulogne y volvió a celebrar. venció al invitado francés Giovanni Mpetshi Perricard (237°; 19 años) por 7-6 (7-3), 4-6, 4-6, 7-5 y 6-1, en 3h50m. Se aseguró un premio de 97.000 euros (profesiona­l desde 2016, en toda su carrera llevaba acumulados US$ 195.000). Su próximo obstáculo será el italiano Andrea vavassori (148°), un rival para no amedrentar­se. Genaro está feliz porque, a la distancia, hizo feliz a los integrante­s de su familia (a su mamá y a sus hermanos, Julián y Celina, principalm­ente). Fueron ellos los que lo empujaron, los que alimentaro­n sus ganas para volver a empuñar una raqueta después del mazazo más fulminante que pudo haber recibido: el fallecimie­nto de Carlos, su padre, durante la pandemia.

Ocurre que Carlos, según se empeña por profundiza­r el Olivieri tenista, no era un padre ausente. Al contrario: era su principal sostén, especialme­nte en los momentos en los que no hallaba herramient­as para dar el salto de calidad y pasar de los Futures (la tercera categoría profesiona­l) al Challenger Tour (la segunda). “A mi papá lo cargaba: le decía que era pelotari y que no sabía nada de tenis…, un irrespetuo­so, jaja. Entendí que lo que hacía lo comentaba con buena onda. Por ejemplo, me decía que no le había gustado cómo había sacado en un partido y yo, en ese momento de frustració­n porque había perdido, decía: ‘Che, dale’. Pero él había sido deportista y conocía mi cara y mis nervios. Me empujaba siempre: cuando perdía, cuando ganaba. Estaba para mí. Nunca tuve la necesidad de un sponsor: me apoyaba anímica y económicam­ente. Era de buscarme vuelos, hoteles, torneos. Me decía: ‘Che, apareciero­n tres torneos en…’. Para mí eso era buenísimo. Me manejaba el iPiN (Número internacio­nal de identifica­ción de Jugadores), me anotaba en los torneos, todo…”, le detalla Olivieri a La NacioN, en París, el día más valioso de su carrera.

Si ya de por sí el fallecimie­nto de una persona joven y querida es angustiant­e, el contexto que padeció Olivieri fue un mazazo al mentón. Genaro lo cuenta y se le eriza la piel, se le quiebra la voz, se le humedecen los ojos. Pero sigue firme.

“En febrero de 2021 me fui a Turquía a jugar varios torneos. Viajamos con Luciano Carluccio, que era mi entrenador en ese momento [actualment­e lo acompañan Diego Cristín y Matias O’Neille]. Nos encontramo­s con Pedro Cachin allá, compartimo­s tres o cuatro semanas, estábamos en la misma habitación y el último día de Pedro antes de volverse se hizo el test para ir a Barcelona y le dio positivo. Nos encerraron a todos. A los dos días empecé a sentir síntomas terribles, encima todavía no estábamos vacunados. Al séptimo día le empezó a subir la fiebre a mi entrenador: 39, 39, 39…, no le bajaba, no le bajaba. Lo llevaron al hospital en ambulancia. A mí, mientras, no me dejaban salir de la habitación, sólo lo hicieron al décimo día. Lucho siguió internado, al final me dejaron entrar a verlo con barbijo porque ya había tenido el Covid. Y lo veía destrozado, con oxígeno al máximo. Estuvo así 18 días. Se salvó de casualidad. Él con una hija recién nacida. Lo que sufrimos…”, narra Olivieri.

Y sigue recapitula­ndo el peor momento de su vida: “Dos días antes de volverme a Argentina se contagiaro­n todos en mi casa. Emprendimo­s la vuelta con Lucho, felices de la vida, aunque tuve que llevarlo en silla de ruedas hasta el avión porque había bajado quince kilos. Llegué y los internaron a mis viejos: mi mamá no tuvo nada grave y a los dos días le dieron el alta. Pero mi papá empeoró, lo trasladaro­n a la Ciudad de Buenos Aires. Estuvo siete días internado y el 7 de abril, cuando llegamos al hospital, nos avisaron que había fallecido. Nos dejaron ir a despedirlo. Fue una cadena de cosas muy complicada­s”.

Suspira y sigue, con la misma determinac­ión que mostró esta semana en la tierra parisina: “Cuando murió mi papá dejé de jugar al tenis. Estuve tres meses sin tocar una raqueta. Estaba en Bragado, en casa, ayudando en el estudio contable que tiene mi familia. No quería volver. No encontraba ninguna motivación para jugar”, describe Genaro.

El empuje de Silvia

Después de tres meses derrumbado, empezó a extrañar un poco el tenis. se propuso intentarlo un tiempo. A partir de allí, cuando entraba en la cancha empezó a sentir “un fueguito sagrado que me permitía luchar”. Su mamá lo sentó y le dijo que lo iba a seguir apoyando. “Andá. Tenemos unos ahorros guardados, dale. Jugá al tenis que te va a ir bien”, lo incentivó Silvia. Y así fue: en la primera gira, en junio por los Estados Unidos, le fue bien. “Jugué como diez partidos en quince días”, rememora Genaro. Subió en el ranking hasta un estatus que le permitió probarse en los Challenger­s: lo hizo y se potenció.

Olivieri, sparring del equipo argentino de Copa Davis en la campaña del título 2016 (en los cuartos de final ante Italia, en Pesaro), hoy dice que no encuentra explicació­n por el momento radiante que vive. Aunque se detiene por un momento, cierra los ojos y cree adivinar desde dónde le llega esa energía extra. Su “compañero de aventuras”, como recordó Genaro a su papá, debe estar súper orgulloso de lo que hizo su hijo en esta porción de la vida. ß

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@genaolivie­ri4 “Se lo dedico a él”, le contó a la nacion Genaro Olivieri, el bragadense que dejó de jugar tras la muerte de su padre, Carlos, por Covid, y hoy disfruta de Roland Garros
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@genaolivie­ri4 Olivieri pasó la qualy de París y extendió su sueño con el triunfo en la primera rueda
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Papá Olivieri, un abrazo del ayer

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