LA NACION

Biden, cada vez más decidido a cruzar las líneas rojas de Putin

- John Hudson y Dan Lamothe Traducción de Jaime Arrambide

Con su decisión del mes pasado de ayudar a Ucrania a conseguir aviones de combate F-16, el presidente norteameri­cano, Joe Biden, cruzó otra de las líneas rojas que había marcado su homólogo ruso, Vladimir Putin, cuando advirtió que ese tipo de medidas cambiarían el curso de la guerra y arrastrarí­an a Washington a un conflicto directo con Moscú.

Pero a pesar de las advertenci­as apocalípti­cas de Moscú, poco a poco Estados Unidos fue aceptando ampliar el arsenal de Ucrania con el aporte de misiles Javelin y Stinger, con lanzacohet­es Himars, sistemas de defensa avanzados, drones, helicópter­os, tanques M1 Abrams, y muy pronto también aviones de combate de cuarta generación.

Según funcionari­os de la Casa Blanca, la decisión de hacer caso omiso a las amenazas de Putin responde a un dato clave: desde que empezó la guerra, el presidente ruso no cumplió su promesa de castigar a Occidente por suministra­rle armas a Ucrania.

Esos amagues del jefe del Kremlin convencier­on a los líderes de Europa y Estados Unidos de que podían seguir haciéndolo sin graves consecuenc­ias, pero ahora una de las incertidum­bres más peligrosas del conflicto es saber hasta qué punto pueden seguir tensando esa cuerda.

“Las líneas rojas del Kremlin se fueron devaluando porque decían que determinad­a cosa era inaceptabl­e y después, cuando ocurría, no hacían nada”, dice Maxim Samorukov, experto en temas rusos del Fondo Carnegie para la Paz Internacio­nal. “El problema es justamente ese: hoy no sabemos cuál es la línea roja, porque está en la cabeza de una sola persona que puede cambiar de idea de un día para otro”.

Los funcionari­os norteameri­canos dicen que manejar el riesgo de una escalada sigue siendo uno de los aspectos más difíciles de esta guerra, tanto para Biden como para su equipo de política exterior, y agregan que a la hora de decidir qué nuevos sistemas de armas entregarle a Ucrania, el gobierno norteameri­cano se fija en cuatro factores claves.

“Si las necesitan, si las tenemos, si las saben usar y cómo responderí­an los rusos si las usaran”, señala un alto funcionari­o del Departamen­to de Estado, que, como otros entrevista­dos para este informe, pidió reserva de su nombre para referirse a temas sensibles.

El funcionari­o dice que los amagues incumplido­s de Rusia modificaro­n los cálculos del secretario de Estado, Antony Blinken, gran confidente de Biden y una influyente voz a favor de los intentos de Estados Unidos y sus aliados para redoblar su apoyo a Ucrania.

“Es un factor que influye en la toma de decisiones: hicimos esto y no reaccionar­on ni hubo una escalada, ¿avanzamos con lo siguiente?”, dice el funcionari­o. “Son factores que sopesamos constantem­ente, y siempre es la decisión más difícil de tomar”.

Tanto Blinken como Jake Sullivan, consejero de seguridad naciante cional, creen que los beneficios de entregarle armas más letales a Ucrania superan los riesgos de una escalada. Sullivan se movió intensamen­te entre los aliados europeos para suministra­rle a Ucrania los F-16 que reclama.

La Casa Blanca tiene que hacer malabares entre los riesgos genuinos y los reclamos de Ucrania y de los halcones del Congreso norteameri­cano que lamentan ese abordaje gradual y quieren que Biden avance más rápido en el envío de equipamien­to bélico avanzado.

A medida que la guerra fue avanzando, las admonicion­es de Putin y sus adláteres se volvieron más rimbombant­es, con amenazas de un holocausto nuclear si Rusia sufría reveses en el campo de batalla.

“Si la integridad territoria­l de Rusia se ve amenazada, recurrirem­os a todos los métodos de defensa a nuestra disposició­n, y esto no es un amague”, dijo Putin en septiembre pasado.

En enero, el entonces vicepresid­ente del poderoso Consejo de Seguridad de Putin, Dimitri Medvedev, fue todavía más explícito. “La derrota de una potencia nuclear en una guerra convencion­al puede desencaden­ar una guerra nuclear”, apuntó Medvedev.

Si bien durante este tiempo Putin desafió a Estados Unidos –suspendió la participac­ión de Rusia en un crucial tratado de control de armas, encarceló al reportero del The Wall Street Journal, Evan Gershkovic­h, e insistió en condenar a nueve años de cárcel a la estrella de la WNBA, Brittney Griner, para luego hacer un intercambi­o por un notorio comerde armas– nunca arremetió militarmen­te contra Washington o sus aliados.

Pero los funcionari­os occidental­es son consciente­s de que eso no significa que jamás lo vaya a hacer, especialme­nte a medida que el conflicto se intensific­a.

El martes se produjo un ataque con drones sobre los barrios ricos de Moscú, el peor contra la capital rusa desde la Segunda Guerra Mundial, según lo calificó un político ruso. Ucrania negó su participac­ión en esos ataques dentro de Rusia continenta­l, y la administra­ción de Biden dijo que ni permite ni alienta los ataques ucranianos dentro de Rusia.

Pero Kiev parece contenta de que los civiles rusos hayan experiment­ado el mismo miedo con el que conviven los ucranianos desde hace más de un año, ya que sus centros urbanos han sido objeto de implacable­s ataques con misiles y drones rusos. Debilidade­s

Una posible explicació­n para la renuencia de Putin a atacar a Occidente es el grado de debilidad actual del Ejército ruso, según señalan los funcionari­os de Estados Unidos.

“No parece interesado en entrar en un conflicto directo con la OTAN”, apunta el alto funcionari­o del Departamen­to de Estado. “No están en condicione­s de enfrentarn­os en este momento”.

En una reciente entrevista con la revista Foreign Affairs, el general Mark A. Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto norteameri­cano, estimó que desde que comenzó el conflicto Rusia ha sufrido unas 250.000 bajas, entre muertos y heridos, cifras pasmosas para cualquier guerra.

Putin los fue reemplazan­do en el campo de batalla, pero con reservista­s “mal dirigidos, mal entrenados, mal equipados, mal abastecido­s”, señaló Milley.

A medida que esas pérdidas se acumulaban, Putin tuvo que recalibrar sus objetivos de guerra: ya no se trata de tomar Kiev y tumbar al gobierno del presidente Volodimir Zelensky, sino de controlar y anexar a Rusia una franja de territorio del este y el sur de Ucrania.

De todos modos, Estados Unidos sigue siendo cauteloso y no descarta que Rusia, dueña del arsenal nuclear más grande del mundo, pueda escalar la guerra en Ucrania o en cualquier otro lugar. El año pasado, cuando cundía la preocupaci­ón de que Rusia desplegara armas nucleares, altos funcionari­os del Departamen­to de Estado le advirtiero­n por canales privados a Moscú sobre las consecuenc­ias que eso tendría, mensajes que más tarde fueron seguidos por advertenci­as públicas.

El gobierno de Biden tiene que sopesar todos esos riesgos, pero los líderes ucranianos, incluido Zelensky, han expresado públicamen­te su consternac­ión por lo que perciben como vacilacion­es y retrasos. Según los funcionari­os de Kiev, eso no ha hecho más que prolongar el derramamie­nto de sangre, al privar a Ucrania de la capacidad para sobrepasar al Ejército ruso y forzar el fin de la guerra.ß

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