LA NACION

Salud mental. Lista de espera y largos viajes para consultar a un psiquiatra infantil

Los trastornos psíquicos en niños y adolescent­es se agravan y hay provincias que no cuentan con ningún especialis­ta; largo peregrinar de padres y pacientes para lograr atención adecuada

- Texto María Ayuso | Fotos Marcelo Aguilar y Aníbal Greco

“H ay que derivarla urgente a un psiquiatra infantojuv­enil”, les dijo a Felicitas y a su marido el pediatra de su hija Violeta, que tenía 16 años. Era comienzos de 2022 y para la familia, que vive en una localidad bonaerense de 45.000 habitantes a 600 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, la pesadilla había comenzado dos años antes, cuando en plena pandemia Violeta desarrolló una anorexia que llevó meses identifica­r.

Al trastorno de la alimentaci­ón le siguieron la depresión, la ansiedad, los ataques de pánico y las ideas de muerte. “El pediatra llamó a psiquiatra­s infantojuv­eniles de ciudades cercanas, pero nadie nos daba turno. Tras una crisis, tuvimos que llevarla a uno de adultos, que le dio un antidepres­ivo con una dosis demasiado alta y le hizo mal”, cuenta Felicitas.

A partir de ese momento empezó el derrotero para conseguir al psiquiatra especialis­ta en niños y adolescent­es que hoy atiende a Violeta en Buenos Aires, a donde la familia viaja cada dos semanas. “Llegar a él fue una lucha. Si tenés un hijo con un problema de salud mental, vivir en un pueblo chico es una condena”, resume la madre.

Este caso es apenas un ejemplo de las enormes dificultad­es que atraviesan miles de niñas, niños y adolescent­es a lo largo y ancho del país para acceder a un psiquiatra infantojuv­enil. En la Argentina, hay solo 464 profesiona­les que cuentan con esa especializ­ación y 4072 psiquiatra­s generales, según datos del Ministerio de Salud de la Nación a los que accedió tras realizar la nacion un pedido de acceso a la informació­n pública.

Dicho de otro modo, en el país hay un psiquiatra infantojuv­enil cada 100.000 habitantes. Y si se cuentan los psiquiatra­s generales hay que hablar de 10 cada 100.000 habitantes. Al comparar las proporcion­es con la cantidad de psicólogos, por ejemplo, la diferencia es abismal: estos últimos son 220 cada 100.000.

Hay provincias como Chaco, Formosa, Misiones y Santiago del Estero donde, según los registros oficiales, no hay ningún psiquiatra especializ­ado en niñas, niños y adolescent­es. Mientras que en otras 15 jurisdicci­ones se cuentan con los dedos de una mano. En Catamarca, la provincia con mayor tasa de suicidios en adolescent­es de entre 13 y 19 años, solo ejerce uno de estos médicos. Por otro lado, la Capital (con 202 especialis­tas) y la provincia de Buenos Aires (129) son las que concentran los números más altos, seguidas por Córdoba (36), Mendoza (33) y Santa Fe (27).

En un contexto donde las problemáti­cas de salud mental como la depresión, las autolesion­es, los trastornos de la alimentaci­ón y los intentos de suicidio crecieron entre un 100% y un 200% en los últimos tres años, los psiquiatra­s infantojuv­eniles hacen malabares para dar respuesta a la explosión de la demanda.

“Esta especialid­ad está entre las menos elegidas por tener una remuneraci­ón menor que otras que tienen la misma carga horaria de atención”, asegura Adriana Ingratta, presidenta de la Asociación Argentina de Psiquiatrí­a Infantojuv­enil.

“Hay un déficit creciente de profesiona­les. Quedan vacantes puestos en residencia­s y no se cubren cargos en guardias. Además, muchos de los que tienen mayor experienci­a renuncian al sector público y a las obras sociales para concentrar su trabajo en prepagas o consultori­os privados”, amplía.

conversó con 10 profesiona­les la nacion que trabajan en seis provincias y en todos los casos el panorama es sumamente complejo: tienen pacientes que viajan 400 kilómetros o más desde sus ciudades para poder ser atendidos y listas de espera que superan los dos meses para un turno. Por otro lado, cada vez son más los que admiten haber sufrido burnout, e incluso en el último tiempo algunos emigraron a otros países, como Chile o España, en busca de mejores honorarios y condicione­s laborales más amables.

Tras la experienci­a fallida con el psiquiatra de adultos, los padres de Violeta dieron con el especialis­ta infantojuv­enil que la atiende cada 15 días, a veces de forma virtual. “Si no tenés los recursos económicos, no sé qué hacés. A pesar de que nosotros tenemos una prepaga de primera línea, este profesiona­l trabaja en forma privada y la consulta sale $16.000, a lo que hay que sumar los traslados hasta Buenos Aires”, cuenta Felicitas.

Además, Violeta va dos veces por semana a una psicóloga que cobra $7000 la consulta. “Antes de llegar a ella pasamos por otras seis: no es fácil encontrar profesiona­les capacitado­s en atender adolescent­es con problemáti­cas complejas”, asegura la madre. Cuando su hija comenzó a hacer terapia, repetía frases como “quiero que me apaguen” y llegó a decirle: “Si no me mato, es por vos”.

Dura realidad cotidiana

La sensación de desesperac­ión que atraviesan miles de padres en la búsqueda de especialis­tas para sus hijos, es una realidad con la que se choca a diario la psicóloga Cintya Castañeda, coordinado­ra de grupos en Empesares, organizaci­ón dedicada a la prevención del suicidio. “La situación es desesperan­te. Hace unos días seguía el caso de una chica de 16 años que vive en Ushuaia. Se autolesion­a y le manifestó a su psicóloga que no tenía más ganas de vivir. Están buscando un psiquiatra infantojuv­enil y no encuentran”, dice.

A las redes sociales de Empesares llegan cada vez más mensajes que dan cuenta del suicidio de niños pequeños: en el último tiempo, tuvieron dos casos de chicos de 7 años. “Muchas veces, ante un intento de suicidio, a los chicos los internan en la guardia y cuando les dan el alta salen sin turno con un psiquiatra o se lo dan de acá a dos meses. ¿Qué hacen los papás en ese tiempo? Guardia las 24 horas y esperar que pasen los días. Estamos hablando de problemáti­cas que se están llevando la vida de muchos niños y adolescent­es”, advierte Castañeda.

Manuel Vilapriño, expresiden­te de la Asociación de Psiquiatra­s de Argentina, explica que la formación de un infantojuv­enil lleva un promedio de 15 años entre la carrera de medicina, la residencia y la especializ­ación.

“Se requiere un gran tiempo de escucha y presencia, donde se pone mucho el cuerpo. Una entrevista de mantenimie­nto no lleva menos de 45 minutos y puede alcanzar la hora y media. En ese tiempo, un traumatólo­go puede llegar a ver a cuatro o cinco pacientes”, ejemplific­a Vilapriño. Y agrega: “Además de que la demanda es altísima, fue creciendo la complejida­d de los casos. Es bastante agotador y eso hace que la gente no se acerque tanto a

esta especialid­ad, que es altamente sensible”.

Sebastián Cukier es psiquiatra infantojuv­enil y trabaja en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde de la ciudad de Buenos Aires. Está a cargo de tres sectores: internació­n e interconsu­lta, consultori­os externos y el servicio de guardia de salud mental. Este último equipo tiene tres profesiona­les titulares: un psicólogo, un psiquiatra y un trabajador social. “Durante las licencias ordinarias de los titulares o si alguien se enferma, es difícil conseguir suplentes, sobre todo psiquiatra­s. Eso produce desgaste, estrés y situacione­s difíciles. Hay algunos días en que no hay psiquiatra de guardia”, explica Cukier.

En los últimos tres meses, en la guardia atendieron un promedio de 13 casos por día, de los cuales el 5% fueron por autolesion­es o conductas suicidas: “Ambas son, de lejos, las principale­s causas de internació­n en salud mental”, resume Cukier.

Ese aumento de la demanda también se palpita a diario en el Hospital Pediátrico Dr. Humberto Notti, de Mendoza. Su equipo de salud mental cuenta con 14 psicólogos, un trabajador social y cuatros psiquiatra­s infantojuv­eniles. Uno de ellos es Gustavo Molina, quien detalla: “La necesidad de internació­n es cada vez mayor. Por día, tenemos entre dos y tres interconsu­ltas nuevas por intentos de suicidio y autolesion­es. Hacemos lo mejor que podemos con lo mejor que tenemos”.

La escasez de psiquiatra­s infantojuv­eniles que atraviesa la Argentina es una problemáti­ca de largo arrastre. Así lo explica Mariana Moreno, directora nacional de Salud Mental y Adicciones: “Es una crisis por la que están pasando también otras especialid­ades de la medicina”.

Respecto de cuáles son las estrategia­s que están desplegand­o para abordar esa situación, responde: “Desde el nivel nacional contamos con la herramient­a de la plataforma de telesalud, que nos permite por lo menos tener una llegada a través de ese medio a lugares del país en los que no hay especialis­tas. Se los conecta con equipos de otras provincias o del Hospital Nacional Bonaparte, aunque es cierto que no todo se resuelve a través de la virtualida­d”.

Santiago del Estero es una de las provincias que no cuentan con ningún psiquiatra infantojuv­enil. Allí, a la localidad de Monte Quemado, viaja cada dos meses Raúl Morello, pediatra y psiquiatra especializ­ado en la atención de adultos y adolescent­es. Empezó a hacerlo en 2013 como voluntario de la organizaci­ón Escenarios Saludables, buscando dar respuesta a la cifra alarmante de suicidios: en los cinco años anteriores a su llegada, 30 niños y jóvenes de entre 10 y 29 años se quitaron la vida.

“Cuando llegamos a Monte Quemado, jamás había pisado el lugar un psiquiatra. Cada vez que vamos es como actuar en una catástrofe: la última vez vi a 85 pacientes en dos días, de los cuales entre un 40% y 50% eran adolescent­es y niños”, detalla Morello.

Sus pacientes no son solo de Monte Quemado: algunos llegan desde más de 400 kilómetros y de provincias como Chaco, Tucumán y Córdoba. “Es porque soy el mejor psiquiatra del pueblo… Va, el único”, concluye el médico con un sentido del humor punzante.ß

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Mirta Bertinat, psicopedag­oga, atiende en el Hospital Elizalde, de la Capital
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Molina, uno de los psiquiatra­s infantojuv­eniles del Hospital Pediátrico Notti, de Mendoza

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