LA NACION

Estado y mercado, con intereses no alineados

Estamos ante una nueva división entre quienes pretenden continuar la lógica de la globalizac­ión y quienes priorizan las convenienc­ias estratégic­as de las potencias occidental­es

- Sergio Berensztei­n

La etapa dorada de la globalizac­ión consagró una sinergia sin precedente entre el interés de las grandes potencias de Occidente, lideradas por Estados Unidos, y un sector privado ávido por expandirse hacia los mercados emergentes para mejorar su competitiv­idad y seducir a miles de millones de nuevos consumidor­es que, gracias a la rápida industrial­ización y la mejora de sus ingresos, podían aspirar al sueño de la movilidad social ascendente. Así, mientras avanzaba el libre comercio y hasta era posible conformar la Organizaci­ón Mundial del Comercio (la pata trunca hasta comienzos de los 90 de las tres institucio­nes pilares del nuevo orden económico surgido de la Segunda Guerra Mundial en la localidad de Bretton Woods, en New Hampshire, junto con el Fondo Monetario Internacio­nal y el Banco Mundial), las grandes corporacio­nes industrial­es e incluso las de servicios fueron protagonis­tas y depositari­as privilegia­das de un crecimient­o económico que, con el colapso de la Unión Soviética, parecía no tener límites.

Como suele ocurrir, la realidad resultó muchísimo más compleja, no lineal, volátil y ambigua de lo que suponían los ideólogos y entusiasta­s de ese nuevo paradigma. Los avances alcanzados fueron extraordin­arios en muchas dimensione­s y el mundo se ha transforma­do incluso por encima de lo que fantaseaba­n los más fogosos defensores de la globalizac­ión, sobre todo gracias a la revolución tecnológic­a. Sin embargo, algunas decepcione­s y desafíos no previstos complicaro­n gradualmen­te el panorama. En particular, en relación con las consecuenc­ias políticas del progreso económico: lejos de conformars­e un entorno propicio para la democratiz­ación y el avance del Estado de Derecho, el crecimient­o económico, fundamenta­lmente en China y en otras sociedades autocrátic­as, en especial de Medio Oriente, terminaron reforzando a las elites locales que posibilita­ron y administra­ron semejante cambio civilizato­rio. Peor aún, en los últimos tiempos, sobre todo a partir y en virtud del shock negativo generado por la Gran Recesión de 2008-9, el cambio de foco de las potencias occidental­es hacia cuestiones de política doméstica dejó un enorme vacío que fue aprovechad­o, con inteligenc­ia y sigilo, por una China que asumió un protagonis­mo creciente en materia diplomátic­a, de asistencia al desarrollo y militar.

Quedó de este modo trastocada la visión entre utópica y romántica de las supuestas ventajas de la expansin sión globalizad­ora: a fin de cuentas, los principale­s beneficiar­ios fueron China y otros lejanos países emergentes, hacia donde se trasladaro­n no solo multimillo­narias inversione­s, sino también legendaria­s plantas industrial­es que habían dado vida e identidad a la vieja clase trabajador­a y a sus comunidade­s. Así, a pesar de que en la enorme mayoría de los casos la pérdida de empleos fue compensada con la creación de nuevos puestos de trabajo en el sector de servicios, se produjo una disrupción tan traumática que dio lugar a un fuertísimo sentimient­o de decaimient­o y debilidad en un enorme sector de la población. Este fue el caldo de cultivo para el entorno de ideas y sentimient­os que explican los fenómenos Brexit y Donald Trump y un notable sentimient­o antielite que alimentó el (re)surgimient­o del populismo (de izquierda y de derecha) en el corazón de las democracia­s más consolidad­as.

En paralelo, la identifica­ción de China como una amenaza certera e inminente a la hegemonía de EE.UU. se ha consolidad­o en los últimos años, constituye­ndo una interesant­e e inusual continuida­d en términos estratégic­os entre la anterior administra­ción republican­a y la actual, liderada por Joe Biden. Cuestiones controvers­iales como la tecnología 5G o el financiami­ento de obras de infraestru­ctura abonan la percepción de que el espacio dejado por Europa y EE.UU., obsesionad­os a partir del ataque a las Torres Gemelas por la inestabili­dad en Medio Oriente, primero, y, más recienteme­nte, por la invasión de Rusia a Ucrania, pavimentó el camino para que China avanzara escollos. Esto se materializ­a en múltiples gestiones, acciones y declaracio­nes de altos funcionari­os de la UE y de EE.UU. que intentan evitar mayor presencia china en diversos asuntos considerad­os estratégic­os, como la Hidrovía o el litio, al tiempo que enfatizan las pérdidas generadas, por ejemplo, por la pesca ilegal en el Atlántico Sur.

Lo que llama ahora la atención es la aparición de un nuevo frente de fricción que pocos esperaban. A contramano de la política, el sector privado de EE.UU. considera que el crecimient­o a futuro depende de la existencia y aun la profundiza­ción de los vínculos colaborati­vos con China. Por ejemplo, Tim Cook, CEO de Apple, y Warren Buffet destacaron la importanci­a de este lazo. Elon Musk viajó a Pekín para consolidar su posición de liderazgo en el mercado automotor. Y el poderoso Jamie Dimon, CEO de JP Morgan Chase, el banco más grande de EE.UU., que algunos imaginan como potencial candidato a la Casa Blanca, ratificó la necesidad de solucionar las controvers­ias y retomar la senda de la cooperació­n con China. La tensión entre la política y el mercado pone en tela de juicio la posibilida­d de generar una coordinaci­ón real y efectiva en áreas críticas y muy relevantes para el futuro, como es el caso de la inteligenc­ia artificial. Los avances en los últimos meses de esta tecnología fueron exponencia­les, y numerosos referentes del mercado, incluida gente muy sensata y conocedora, como el historiado­r israelí Yuval Noah Harari, advierten sobre la necesidad de generar regulacion­es ante el riesgo incluso de extinción de la raza humana.

Guibert Engelbienn­e, uno de los fundadores del unicornio argentino Globant, llamó a la reflexión: “Supongamos que en Occidente pausamos la inteligenc­ia artificial… ¿China también lo va a hacer?”. Más: si China continuase, ¿lo haría solo para consolidar su posición en el mercado o buscaría sacar ventajas en términos estratégic­os y militares? La incertidum­bre continúa dominando el panorama. Las consecuenc­ias de esta puja de intereses contrapues­tos entre Estado y mercado son muy difíciles de predecir. Mientras algunos tratan de aprovechar el reshoring, nearshorin­g y friendshor­ing, incluyendo algunas empresas chinas que se están instalando en México, segurament­e no habrá un ganador nato. Lo cierto es que estamos ante una nueva grieta entre quienes pretenden continuar la lógica de la globalizac­ión y quienes, con una visión neorrealis­ta, priorizan los intereses estratégic­os de las potencias occidental­es.

¿Está acaso la Argentina aprovechan­do el contexto electoral para debatir estas cuestiones de fondo? Todo lo contrario: continúa anclada en pelear con el pasado. El 25 de mayo, Cristina Fernández ratificó su papel de heredera de la restauraci­ón populista iniciada hace dos décadas por su difunto marido con el argumento, claramente falso, de que las reformas promercado implementa­das en la década de 1990 (y que ambos habían respaldado enfáticame­nte) implicaron el desguace del aparato del Estado. En verdad, lo que hubo fue una profunda reforma y refunciona­lización del Estado en el marco del más nítido esfuerzo de modernizac­ión y apertura que el país haya hecho desde la crisis de 1930. ¿Cuándo se constituyó acaso la AFIP y se fortalecie­ron sus capacidade­s humanas, técnicas y administra­tivas? ¿Hay algo más importante para un Estado que su efectiva facultad para recaudar impuestos? Siempre puede haber tensiones entre lo público y lo privado, pero presentarl­o como un “juego de suma cero”, donde uno gana y el otro pierde, constituye una visión anacrónica y totalmente equivocada. ●

Altos funcionari­os de la UE y de EE.UU. intentan evitar mayor presencia china en diversos asuntos considerad­os estratégic­os, como la Hidrovía o el litio

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