LA NACION

O’Gara, de aquel chico malo al entrenador que todos quieren

- Jorge Búsico

El chico malo y odiado de la película se convirtió en un gurú del rugby; un ganador nato. Ronan O’Gara es bien conocido para los argentinos de sus tiempos de jugador, de cuando era el 10 del selecciona­do de Irlanda. Sus permanente­s roces con Felipe Contepomi, su pelea en un baño de un salón con Mario Ledesma y el duelo que los Pumas tuvieron con él especialme­nte en aquel partido en París por la primera rueda del Mundial 2007 lo pusieron en el ojo de la tormenta. Pero también jugadores de otros países lo buscaron y lo golpearon en partidos internacio­nales. Su escaso filtro para declarar, ciertas actitudes pedantes y, también, su fuerte carácter para no echarse atrás en la cancha, se combinaron con sus dotes de estratego y su excelente patada. O’Gara es todavía hoy el quinto goleador en la historia de los tests de rugby y el máximo de su país (1083 tantos) y el noveno en cantidad de tests (130). Ahora, es un gran campeón como entrenador. Acaba de consagrars­e bicampeón de Europa con el francés La Rochelle.

O’Gara fue uno de los emblemas de la anterior excelente generación del selecciona­do irlandés, ganadora del Seis Naciones con Grand Slam (2009) y de tres Triple Coronas, pero que nunca pudo atravesar los cuartos de final de un Mundial. También resultó la gran figura de Munster, club con el cual jugó 16 temporadas y con el que ganó dos Copas de Europa. Cuando dejó de jugar, rechazando un año más de contrato en Munster, se dedicó a entrenar. Estudioso –es licenciado en administra­ción de empresas y tiene un Master en Negocios– pronto se integró al staff de Racing, de París, como encargado de la defensa. Allí dirigió a su sucesor con la de 10 de Irlanda y a su gran rival en los duelos Munster-Leicester, Johnny Sexton. También al rosarino Juan Imhoff. Salió campeón del Top 14 en la temporada 2015-16.

En 2018 tomó un desafío riesgoso. Se cruzó a Nueva Zelanda para integrarse al staff de los Crusaders. Esa experienci­a fue fundamenta­l para su vida y para su rol en el rugby. Se mudó a Christchur­ch con su mujer y sus cinco hijos. Trabajó al lado de Scott Robertson –futuro entrenador de los All Blacks– y Brad Mooar. Palpó el ritmo sereno, sencillo y calmo de los neozelande­ses –tan distinta a los europeos– y, sobre todo, su espíritu rugbístico. Adquirió la filosofía All Black de “Mejor persona, mejor jugador”.

“No es la voluntad de actuar lo que importa, sino la voluntad de prepararse para actuar”, es una de sus frases de cabecera. La otra: “El carácter es importante en el deporte. Hay datos para todo, pero no los hay para el carácter”.

La experienci­a en Christchur­ch fue fundamenta­l cuando volvió a Francia, en 2019, esta vez para asumir como head coach de La Rochelle. Trabajó especialme­nte en la parte humana del equipo, en el sentido de pertenenci­a. Y eligió dos líderes: Romain Sazy y Gregory Alldritt. En cuatro temporadas ganó dos Copas de Europa y fue subcampeón del Top 14. En el último título europeo doblegó nada menos que al Leinster, en Dublin. Para un hombre de Munster –los dos clásicos rivales de Irlanda tienen sistemas de juego y filosofías totalmente opuestas– sin dudas es todavía más especial.

O’Gara considera la disciplina como un acto. “Es la foto que se le entrega al referí y que invita a mejorar todas las semanas”. Sin embargo, “Roge”, nacido en San Diego, Estados Unidos, en 1977 y llegado a Irlanda a los seis meses de vida, ha tenido varias situacione­s de indiscipli­na. En 2022, un episodio con un árbitro le costó seis semanas de suspensión y también tuvo comentario­s fuera de lugar con un oficial de partido. Como jugador fue víctima de desleales golpes, sobre todo en las giras de los Lions –hizo tres– por Sudáfrica y Australia.

En su rol de entrenador fue campeón en todos los equipos en los que estuvo. Algunos lo imaginan dirigiendo al selecciona­do de Irlanda tras el Mundial. Otros lo ven en Inglaterra. O’Gara ya no es el chico malo. Es el entrenador que todos quieren.•

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