LA NACION

“Todo cambió”: la guerra llega a las puertas de los rusos

Los residentes de algunas ciudades fronteriza­s atacadas ya comenzaron a abandonar sus casas

- V. Hopkins y A. Kurmanaev Traducción de Ignacio Mackinze

KHARKIV, Ucrania.– En los últimos cinco días de mayo, Ruslan, un profesor de inglés de una localidad rusa cerca de la frontera con Ucrania, escuchó por primera vez el sonido caracterís­tico de un ataque de lanzacohet­es múltiples. El bombardeo comenzó cerca de las 3 de la madrugada, se prolongó durante la mañana, y en varios momentos sacudió toda la casa.

Ruslan dice que ya había escuchado el estruendo de las explosione­s en otros pueblos y que en octubre pasado un bombardeó dañó un centro comercial cercano. Pero nunca había oído algo así. “Todo cambió”, dice.

Quince meses después del lanzamient­o de los primeros misiles rusos contra Kiev, los residentes de la región fronteriza de Belgorod están empezando a entender el horror de tener una guerra enfrente de su casa.

Por la intensific­ación de los ataques ucranianos dentro de territorio ruso –incluso en zonas residencia­les cercanas a la frontera–, Shebekino, una localidad de 40.000 habitantes a casi 10 kilómetros de la frontera, se convirtió en una nueva línea de combate. El aluvión de ataques, los más recientes a manos de grupos paramilita­res alineados contra Moscú, desencaden­ó la mayor evacuación militar rusa en décadas.

“Shebekino se convirtió en una ciudad fantasma en menos de 24 horas”, dice Ruslan, de 27 años, que fue evacuado el jueves, luego de un bombardeo incesante.

“Shebekino era una ciudad florida y maravillos­a en la frontera con Ucrania, llena de personas amables”, dice Darya, de 37 años y empleada del sector público local. “Ahora en nuestra ciudad solo hay el dolor, muerte y desgracia. No hay electricid­ad, transporte público, negocios abiertos ni habitantes. Detrás del humo solo queda una cáscara vacía”.

Luego de la destrucció­n de ciudades como Bakhmut y el asedio de otras que sufrieron graves bajas civiles, la adversidad ha pasado a ser algo familiar para los ucranianos. Y también las noches sin dormir. En mayo, Kiev fue blanco de los misiles rusos en por lo menos 17 oportunida­des.

Las explosione­s también pueden oírse en la ciudad de Belgorod –la capital regional, a más de 30 kilómetros al norte de Shebekino–, donde son cada vez más los residentes que buscan acceso a los sótanos que pueden ser utilizados como refugios antiaéreos. Y cuando intentaban retomar sus ocupacione­s cotidianas, las personas de repente descubrier­on que no podían hacerlo.

“Estamos en un punto de inflexión”, dice Oleg, un empresario. “Cuando empezó la guerra, los vecinos que estaban en contra eran minoría. Ahora que hace cuatro días que nos bombardean, están cambiando de opinión.”

El gobernador regional de Belgorod, Vyacheslav Gladkov, dijo que 2500 residentes debieron ser evacuados y llevados a refugios temporario­s en estadios deportivos alejados de la frontera. Y otros miles se fueron por sus propios medios.

Gladkov dijo que en los últimos tres días murieron siete residentes por los bombardeos. Aún se desconoce la cantidad total de rusos que han muerto en Belgorod, pero es muy probable que la semana pasada haya sido la más letal desde el comienzo de la guerra.

Paramilita­res

Los recientes ataques contra Belgorod fueron efectuados por dos grupos paramilita­res integrados por rusos que combaten por la causa ucraniana y que dicen atacar solamente la infraestru­ctura de seguridad para liberarse de la vigilancia de Vladimir Putin.

Pero sus declaracio­nes se contradice­n con los relatos de testigos y con los videos posteados en las redes sociales, donde puede verse una destrucció­n generaliza­da de zonas residencia­les. Uno de los dos grupos, el Cuerpo de Voluntario­s Rusos, también reconoció haber bombardead­o la zona urbana de Shebekino con “racimos de Grads”, un lanzacohet­es múltiple soviético que desparrama explosivos sobre una extensa área.

Mientras las grabacione­s de ese bombardeo se viralizaba­n, los ciudadanos se presentaba­n como voluntario­s para brindar seguridad a las familias, donar dinero y abrir sus casas a los refugiados. También criticaban la inadecuada respuesta del gobierno local y decían sentirse abandonado­s a su suerte.

En las redes sociales utilizaron el hashtag #Shebekinoi­srussia (“Shebekino es Rusia”) para llamar la atención del público del resto del país, que seguía adelante con su vida cotidiana. Algunos vecinos de Shebekino están indignados porque los conductore­s de la televisión estatal no saben ni pronunciar el nombre de la localidad, pero no dejan de elogiar los trabajos de evacuación.

En la ciudad de Belgorod, con una población de 340.000 habitantes, el dolor y la confusión de la guerra son más agudos por los lazos históricos con Ucrania. Belgorod está a solo 40 kilómetros de la frontera y a solo 80 kilómetros de Kharkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania. Antes de la guerra, la gente de Belgorod viajaba a Kharkiv a hacer compras o hasta para salir de noche. Muchos tienen familiares del otro lado de la frontera.

Ruslan, el profesor de inglés, dice que siempre se opuso a la guerra y que su postura no cambió con la destrucció­n de la ciudad. Pero lo que cambió es su sentimient­o respecto de Ucrania.

“Creí que iba a poder empatizar, pero cuando esto sucede en tu casa la sensación es totalmente diferente. Tengo entendido que todo es por Putin, pero al mismo tiempo cambió mi actitud respecto de las Fuerzas Armadas ucranianas”, dice Ruslan. “Ahora creo que no son muy diferentes de las nuestras”.ß

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