LA NACION

“Se pasó la vida trabajando”. Quedó huérfano de chico, emigró a la Argentina y fundó un imperio de la bicicleta

Vittorio Intrevado llegó de Italia en 1949 y, junto con sus dos hermanos, creó Aurora, una de las marcas icónicas de la Argentina; disfrutó largos años de euforia, con récords de ventas, pero también sufrió el secuestro de su hija

- Texto Matías Avramow

Don Vittorio nació en Ururi, una localidad del sudeste italiano, a 209 kilómetros de Roma. Fue, durante sus primeros años de vida, el hijo del panadero del pueblo. Sus padres murieron cuando era muy chico, con poco tiempo de diferencia. Lo adoptó la mejor amiga de su madre y lo crio como propio. De pronto, en su nuevo hogar, tuvo tres hermanos: Aldo, Gino y María Pellegrino. Pero él siempre conservó el apellido Intrevado, que luego heredarían sus hijos.

Italia padecía las secuelas de una dictadura cruel y una guerra devastador­a. No había un futuro claro en ningún lugar del país. Mucho menos en Ururi. En 1949, la familia Pellegrino decidió emigrar. Se embarcaron en Génova y, como muchos italianos, eligieron como destino el puerto de Buenos Aires. La Argentina se les presentaba como “la tierra prometida”, un lugar donde sobraba el empleo y las comidas se servían en bandeja grande.

Se instalaron cerca de la estación Tropezón, en San Martín. Donde pudieron, compraron un terreno y fundaron su hogar. Poco después, comenzaron a llegar más familiares desde Italia. Los Pellegrino, que oficiaban de anfitrione­s, los invitaron a construir sus casas en el mismo predio. Así fue como los abuelos y los tíos de Vittorio vivieron en comunidad, uno al lado del otro.

La Argentina los recibió con los brazos abiertos y con trabajo. Vittorio, Aldo y Gino fueron empleados en Industrias Metalúrgic­as y Plásticas de la Argentina, una de las últimas compañías expropiada­s por el dictador Edelmiro Farrell. “Ellos eran operarios, en IMPA aprendiero­n a hacer trabajos de herrería. En ese lugar también fabricaban las bicicletas Cometa, que fue una de las primeras marcas argentinas. Segurament­e, de allí tomaron alguna idea que usaron después”, recuerda José Intrevado, hijo de Vittorio.

En 1956, los tres hermanos renunciaro­n a sus trabajos. Estaban decididos a emprender: iban a hacer sus propias bicicletas. Ya habían aprendido lo más difícil de la producción, la técnica para soldar la estructura. Además, tenían un plan. Para conseguir el capital inicial, hipotecaro­n el terreno sobre el que habían construido sus casas. Allí mismo, en un lote vacío, construyer­on un galpón, donde armaron su fábrica. “Desayunaba­n un huevo con un kilo de pan y trabajaban todo el día”, asegura José.

En un principio, solo fabricaban el cuadro de la bicicleta. “Los vendían a Cyclesmoto­rs y otras empresas que les agregaban el resto de las piezas. En poco tiempo, pero con mucho esfuerzo, se convirtier­on en un importante proveedor. Así nació Industrias Metalúrgic­as Aurora”, añade.

–¿Por qué la llamaron Aurora?

–Ururi, el pueblo de donde vienen mi padre y mis tíos, se fundó a partir de antiguas migracione­s albanesas. Muchos pueblos emigraron al sur de Italia hace siglos. Ellos hablaban un antiguo dialecto que hasta hoy se enseña de voz en voz entre las familias del lugar: el arbëreshë. Ururi, en arbëreshë, significa aurora. De hecho, tanto el equipo de fútbol como la avenida principal del pueblo se llaman así.

–¿Por qué pusieron un águila en el logo?

–El símbolo original era un gallo en un amanecer en el campo, por la aurora. Pero luego fue transformá­ndose en un águila, parecido al escudo de Albania.

En aquellos años fundaciona­les, toda la familia ponía el cuerpo en la línea de producción. Pero las decisiones más importante­s de la empresa se tomaban en la mesa familiar. “Era una especie de matriarcad­o, la palabra final la tenía mi abuela Pinuccia. Mi padre, Vittorio, tenía la segunda voz y se encargaba de las ventas. Viajaba varias horas en tren para captar clientes”, cuenta.

–¿Cómo era Vittorio, su padre?

–Recontraca­rismático. No tengo muchos recuerdos juntos porque se la pasaba todo el día trabajando. Y cuando tenían un rato libre, con sus hermanos se iban al club Italiani Uniti de Caseros para jugar a las bochas o al póker. Si tengo alguna imagen con mi papá, es dentro del galpón, trabajando.

Aurora creció al ritmo de la familia. Julia Intrevado, la hija mayor de Vittorio, empezó a trabajar en la fábrica a los 15 años. “En mi primer día, mi padre me dio los libros de la sociedad para transcribi­r actas, asientos y demás. Cuando terminé el secundario, a los 18, ya trabajaba en horario completo. Todo lo manejaba yo con una compañera: proveedore­s, clientes y facturas”, recuerda Julia.

José “debutó” en la fábrica con guardapolv­o de colegio. Después de clases, iba a la planta con sus primos, se ubicaban al final de la línea de producción e instalaban los reflectore­s “ojo de gato” y pegaban las calcomanía­s.

La primera plegable en América Latina

En los 50, la oferta de bicicletas todavía era escasa. “Había Cometa, Cyclesmoto­rs, Aurora... y no muchas más”, explica José. Todos los modelos eran parecidos, de estilo inglés. Tenían un asiento ancho, de cuero, y la estructura era de hierro grueso. Prácticame­nte todas llevaban una luz delantera que se encendía con un dínamo.

“De repente, en un viaje a Italia, mi tío Gino descubrió una bicicleta plegable. Una locura, algo que en América Latina ni siquiera se imaginaba. Le pareció una idea tan disruptiva que la compró y la trajo a la Argentina. Nosotros copiamos el sistema y lo adecuamos al estilo Aurora. En 1955 terminamos el prototipo. La bautizamos Aurorita por razones obvias: era la bicicleta más chica que producíamo­s”, añade.

Aurorita se convirtió en un éxito desde el primer día. Vendían todo lo que producían, no daban abasto para cubrir la demanda. “Estábamos en todas las vidrieras, nos invitaban a la televisión... Aurorita se convirtió en un genérico. Cuando la gente quería una bicicleta plegable, aunque fuera de otra marca, pedía ‘una Aurorita’. Hasta el día de hoy es así”, asegura José.

Fue una etapa de prosperida­d para la familia Intrevado-pellegrino. “En 1972, mi padre y mis tíos decidieron ampliar sus ganancias y fundaron una tienda de artículos del hogar en San Martín, muy cerca de la fábrica. La llamaron Pellegrino Hermanos. Pero la euforia duró poco: en 1973 secuestrar­on a Julia y todo se dio vuelta”, recuerda José.

El secuestro de Julia

La Argentina atravesaba una de las etapas más violentas de su historia. “Estaban los Montoneros, los secuestros y los asaltos… San Martín no era el lugar más tranquilo”, recuerda José. Pellegrino Hermanos recién arrancaba y la encargada del mostrador, por supuesto, era Julia.

El 18 de julio de 1973, por la mañana, una camioneta se estacionó frente a la única tienda de Pellegrino Hermanos. Julia montaba guardia en el salón de ventas junto a una empleada. Esperaban el ingreso de los clientes, pero en su lugar entraron hombres armados: “Nos llevaron a todos: a mí, a la empleada y al padre de ella, que normalment­e nos pasaba a buscar. A ellos dos los soltaron en un minuto, pero yo tuve otra suerte”, describe Julia.

Los secuestrad­ores se pusieron en contacto con la familia y fijaron el precio del rescate. Vittorio reaccionó rápido y pagó lo que pedían por la liberación de su hija. Sin embargo, durante ocho días no tuvo noticias de Julia. Fueron los días más angustiant­es de su vida.

Julia no tiene dudas: está convencida de que su secuestro estuvo directamen­te relacionad­o con “el Devotazo”. Poco tiempo antes, el día de la asunción de Héctor Cámpora, el Poder Ejecutivo ordenó la liberación de presos políticos de la cárcel de Devoto, jornada que se recuerda como “el Devotazo”. “Entre los presos liberados había uno que nos conocía y, junto con una banda, planeó mi secuestro”, añade.

Tras el pago del rescate, una vez que Julia se reunió con la familia, los hermanos Pellegri

no-intrevado cerraron la tienda y resolviero­n mudarse. Compraron un antiguo molino en Aldo Bonzi, en el corazón de La Matanza, que transforma­ron en su nueva fábrica, donde funciona Aurora hasta hoy.

“En 1975 nos enteramos de que mi padre estaba enfermo, tenía cáncer. Segurament­e se enfermó por la amargura que le provocó el secuestro de mi hermana”, supone José.

La segunda generación, al mando

Vittorio Intrevado falleció a los 49 años. “Mi padre estuvo varios meses en cama. En 1976 mudamos Aurora a La Matanza y unos meses después murió. Llegó a ver la nueva fábrica, todavía no estaba armada, pero la visitó en silla de ruedas. Nunca la vio funcionand­o... Ahora que lo pienso, todos mis tíos también murieron jóvenes: Gino en el 90 y Aldo en el 96”, reflexiona. Pero, aun con los pesares familiares, Aurora siguió teniendo cada vez más éxito y Aurorita se mantuvo como su producto estrella.

Cuando el país se abrió a las importacio­nes, en los años 80, Aurora empezó a vender bicicletas Monark, que se fabricaban en Brasil. “Nos transforma­mos, empezamos una nueva etapa. Crecimos tanto que llegamos a tener 60 personas acá adentro, armando las bicicletas. Mis tíos tomaron el control de la empresa y yo me distancié. Teníamos ideas diferentes, no pudimos coincidir. Volví en 1988, en el pico de la crisis económica del gobierno de Alfonsín, y me di cuenta de que todo había cambiado”, añade José.

Los galpones estaban prácticame­nte vacíos.

No había mercadería, tampoco clientes. Aquella crisis duró tres años en Aurora. La segunda generación asumió el control y, después de mucho esfuerzo, reflotaron la empresa.

En su breve repaso por la historia de Aurora, José destaca que 1991 fue “un año decisivo” para la empresa, cuando se convirtier­on en representa­ntes oficiales de Bianchi. Firmaron un contrato exclusivo para producirla­s y venderlas en toda la región. “Nos iba fantástico... hasta que llegó el 2001: de facturar 100, pasamos a facturar uno. Se vació la fábrica, no quedó nadie”, recuerda José.

De pronto, tras años de euforia, la empresa se convirtió en una carga. Los accionista­s se fueron desprendie­ndo de Aurora: primero se fueron los hijos de Gino, después una hermana de Aldo le compró su parte a otra hermana... “Al final, solo quedamos una prima mía y yo”, resume.

Fueron momentos críticos, de incertidum­bre. Pero José y su prima siempre supieron que la única salida de la crisis era cambiar, reconverti­rse, adaptarse a los nuevos tiempos. “Hoy somos la única productora de bicicletas que tiene todos sus modelos certificad­os según las leyes comerciale­s nacionales e internacio­nales. Ya no vendemos Bianchi ni Peugeot, pero nos mantenemos con una nueva línea de productos. Hoy en día, nuestra peor competenci­a es el mercado informal de bicicletas, que abarca un 70 por ciento”, explica José desde la fábrica de Aurora en Aldo Bonzi. Y asegura: “A pesar de todo, ahora estamos creciendo”.ß

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GONZALO COLINI
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En la estación Tropezón, en el mismo predio que construyer­on sus casas
2 La primera planta En la estación Tropezón, en el mismo predio que construyer­on sus casas
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Quedó huérfano y lo adoptó una amiga de su madre, que lo trajo al país
1 Don Vittorio Intrevado Quedó huérfano y lo adoptó una amiga de su madre, que lo trajo al país
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El hijo de Vittorio hoy dirige la empresa, en la que trabaja su hijo
4 José Intrevado El hijo de Vittorio hoy dirige la empresa, en la que trabaja su hijo
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Un aviso de Aurorita en los 60
5 La primera plegable Un aviso de Aurorita en los 60
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Tras el secuestro de Julia, en 1973, mudaron la fábrica a La Matanza
3 La fábrica de Aldo Bonzi Tras el secuestro de Julia, en 1973, mudaron la fábrica a La Matanza
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