LA NACION

Con el alma por el suelo

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Nuestros abuelos llegaron a la Argentina, tierra de refugio, esperanza y progreso. Un país libre, moderno y rico. Aquí pudieron alimentar sus ilusiones, criaron y educaron a nuestros padres muy lejos del hambre y de las persecucio­nes. Aquí crecí y me eduqué, las calles ya habían comenzado a ser inseguras y los vaivenes políticos y económicos empezaban a teñir el horizonte de una luz oscura. Mis hermanos decidieron continuar sus vidas en el exterior, donde pudieron formar familias y desarrolla­rse profesiona­lmente lejos de las penurias que vivíamos los que aquí nos quedamos. Años después fueron mis padres los que tomaron un avión buscando una nueva oportunida­d en el exterior. Aquí quedé, con el dolor profundo que genera la distancia, a pesar del contacto por cartas, esporádico­s llamados telefónico­s o encuentros con tiempo limitado. Mientras tanto me casé, formamos una familia, pudimos criar y educar a nuestros cuatro hijos. Los vemos encaminars­e en sus vidas, en un país que ha llenado de obstáculos los caminos de sus habitantes. El miércoles pasado nuevamente me ha tocado volver de Ezeiza con lágrimas en los ojos. Un nuevo dolor en mi historia y en la de muchos argentinos. Nuestra hija mayor, junto con su marido y sus dos hijos, partieron para continuar con sus vidas en el exterior. Tenemos el alma por el piso.

Señores y señoras que se dedican a la política y dicen saber gobernar: dejen de robar las esperanzas, los futuros, las ilusiones. Nuestros abuelos no se equivocaro­n al venir a vivir a este país, los equivocado­s somos nosotros, a la hora de elegir a nuestros gobernante­s. Si no lo hacemos mejor, viviremos siempre con el alma por el suelo.

Gabriel Weil DNI 11.499.413

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