Peripecias de argentinos en una gira por China
Tener la noticia del día y no poder transmitirla: la pesadilla de cualquier periodista. Eso sucedió en China. Y eso que la comitiva de prensa que acompañaba en su gira al ministro de Economía, Sergio Massa, pensaba que estaba preparada.
Desde hacía días, venía masticando las conocidas restricciones que rigen en China para el acceso a internet. Antes ya había llenado un interminable formulario para acceder a la visa, una declaración sanitaria y realizado un test de antígenos por el Covid. Un paréntesis: luego de tres años, este país recién salió de la cuarentena a fines del año pasado. Algunos dicen que el Mundial de Qatar, con sus tribunas repletas evocando “la nueva normalidad”, fue la gota que rebalsó el vaso de los chinos. Incluso, cuentan que el gobierno comunista pensó en algún momento en no enfocar las tribunas. Ante la presión, se abrió luego de algunos tumultos, que se dispersaron rápidamente.
Luego de la primera jornada de trabajo detrás del ministro, a la hora de escribir las primeras líneas sobre la gira, los VPN elegidos (las redes privadas virtuales que son instrumento clave para sortear los bloqueos comunistas) se cayeron. Nadie tenía acceso a wifi. No fue extraño ver esa noche a periodistas volver al pasado, dictando las notas a los redactores a más de 19.000 kilómetros de distancia o los lagrimones de otros, colgándose con sus computadoras al roaming en dólares. Solo el auxilio de la embajada salvó las papas.
En los primeros tramos del viaje, en la ciudad de Shanghái, un equipo de un canal de televisión argentino salió a la peatonal principal para hacer “un poco de color” sobre cómo es la vida en China. Eran la notera y el camarógrafo. De a poco, los policías se fueron acercando a la zona. Un pequeño camioncito comenzó a dar vueltas alrededor de la situación, insistentemente. Luego de unos minutos, un hombre de negro se acercó a preguntar sobre los permisos para filmar. Volver a la calle demandó la intervención de la embajada.
En Pekín, la capital política de China, también se vivieron momentos de zozobra. Después de pasar por un escáner de metales en el subte, el grupo de periodistas fue frenado por un policía que les pidió sus pasaportes a metros de la Plaza de Tiananmén. “¡Ahhh, periodistas!”, dijo el oficial al ver las visas especiales. Tengo que preguntar si pueden estar aquí”, agregó. Luego de varios minutos, llegó un superior. En inglés avisó: “Voy a hacerles unas preguntas básicas. ¿A qué vienen a China?” Alguno dijo que a seguir la gira del ministro de Economía. Aclaró entonces que no podían estar dando vueltas por la ciudad, sino que deberían estar con la comitiva. Luego señaló: “Esto no tiene nada que ver con que son periodistas”. Dejó que uno de los curiosos del grupo sacara una foto desde la esquina, totalmente vallada, y luego le pidió que no la publicara en ningún lado.
Esas situaciones, ruidosas para cualquier periodista, chocan contra el fenomenal avance tecnológico de una potencia que tiene su vida a la mano de una pantalla de celular. Todos pagan todo con Alipay o Wechat. El efectivo es escaso. La tarjeta de crédito fue completamente salteada. Las mismas aplicaciones, que son chinas, sirven para viajar en subte o colectivo, que salen menos de un dólar.
La cuenta criolla dice que un yuan son $33. Pero como la compra en el exterior para los argentinos está dolarizada al dólar Qatar, con brecha, un yuan son $71.
Las principales redes sociales, Google, Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, Tinder, Tiktok (la versión occidental, porque hay una china solo para chinos) Whatsapp, Telegram, Youtube, entre otros medios de comunicación occidentales, están bloqueadas. La VPN es ilegal, pero se hace la vista gorda. Por esto, las redes y las apps chinas son ultrapopulares. Son las únicas en un mercado que es gigantesco.
Pese a las menores opciones, no dejan de ser excitantes. Baidu, el Mercado Libre chino, permite sacar una foto de cualquier cosa y acceder directamente a un listado de productos similares a la imagen. La gente ya no va al supermercado, cuentan. Todo se compra online con un delivery muy eficiente. Pero sin pasaporte chino no hay membresía en ningún lado y todo es difícil, como el idioma, que para la misma palabra tiene hasta cuatro tonos que definen el significado. Pocos hablan inglés en este país.
La potencia comunista no sufre la inflación. Tanto es así que los menús en los restaurantes son libros impresos. En Shanghái, la ciudad financiera, los autos de lujo –los Tesla, por ejemplo– impregnan las autopistas de circunvalación y los edificios se hacen en serie en las afueras, pero son únicos los que rascan los cielos de Pudong. Las bicis fueron reemplazadas por motos en un país en el que el tránsito es caótico. A diferencia de la Argentina, los ancianos son los más respetados y no es difícil verlos cuidando a los nietos. El amor es todavía, dicen, a la antigua en esta tierra que es punta de lanza y también milenaria. La pesadilla de un periodista y el sueño del progreso material argento.ß
Acceder a wifi puede ser una pesadilla en un país donde están bloqueadas aplicaciones como Whatsapp, Twitter e Instagram