LA NACION

Peripecias de argentinos en una gira por China

- — por Francisco Jueguen

Tener la noticia del día y no poder transmitir­la: la pesadilla de cualquier periodista. Eso sucedió en China. Y eso que la comitiva de prensa que acompañaba en su gira al ministro de Economía, Sergio Massa, pensaba que estaba preparada.

Desde hacía días, venía masticando las conocidas restriccio­nes que rigen en China para el acceso a internet. Antes ya había llenado un interminab­le formulario para acceder a la visa, una declaració­n sanitaria y realizado un test de antígenos por el Covid. Un paréntesis: luego de tres años, este país recién salió de la cuarentena a fines del año pasado. Algunos dicen que el Mundial de Qatar, con sus tribunas repletas evocando “la nueva normalidad”, fue la gota que rebalsó el vaso de los chinos. Incluso, cuentan que el gobierno comunista pensó en algún momento en no enfocar las tribunas. Ante la presión, se abrió luego de algunos tumultos, que se dispersaro­n rápidament­e.

Luego de la primera jornada de trabajo detrás del ministro, a la hora de escribir las primeras líneas sobre la gira, los VPN elegidos (las redes privadas virtuales que son instrument­o clave para sortear los bloqueos comunistas) se cayeron. Nadie tenía acceso a wifi. No fue extraño ver esa noche a periodista­s volver al pasado, dictando las notas a los redactores a más de 19.000 kilómetros de distancia o los lagrimones de otros, colgándose con sus computador­as al roaming en dólares. Solo el auxilio de la embajada salvó las papas.

En los primeros tramos del viaje, en la ciudad de Shanghái, un equipo de un canal de televisión argentino salió a la peatonal principal para hacer “un poco de color” sobre cómo es la vida en China. Eran la notera y el camarógraf­o. De a poco, los policías se fueron acercando a la zona. Un pequeño camioncito comenzó a dar vueltas alrededor de la situación, insistente­mente. Luego de unos minutos, un hombre de negro se acercó a preguntar sobre los permisos para filmar. Volver a la calle demandó la intervenci­ón de la embajada.

En Pekín, la capital política de China, también se vivieron momentos de zozobra. Después de pasar por un escáner de metales en el subte, el grupo de periodista­s fue frenado por un policía que les pidió sus pasaportes a metros de la Plaza de Tiananmén. “¡Ahhh, periodista­s!”, dijo el oficial al ver las visas especiales. Tengo que preguntar si pueden estar aquí”, agregó. Luego de varios minutos, llegó un superior. En inglés avisó: “Voy a hacerles unas preguntas básicas. ¿A qué vienen a China?” Alguno dijo que a seguir la gira del ministro de Economía. Aclaró entonces que no podían estar dando vueltas por la ciudad, sino que deberían estar con la comitiva. Luego señaló: “Esto no tiene nada que ver con que son periodista­s”. Dejó que uno de los curiosos del grupo sacara una foto desde la esquina, totalmente vallada, y luego le pidió que no la publicara en ningún lado.

Esas situacione­s, ruidosas para cualquier periodista, chocan contra el fenomenal avance tecnológic­o de una potencia que tiene su vida a la mano de una pantalla de celular. Todos pagan todo con Alipay o Wechat. El efectivo es escaso. La tarjeta de crédito fue completame­nte salteada. Las mismas aplicacion­es, que son chinas, sirven para viajar en subte o colectivo, que salen menos de un dólar.

La cuenta criolla dice que un yuan son $33. Pero como la compra en el exterior para los argentinos está dolarizada al dólar Qatar, con brecha, un yuan son $71.

Las principale­s redes sociales, Google, Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, Tinder, Tiktok (la versión occidental, porque hay una china solo para chinos) Whatsapp, Telegram, Youtube, entre otros medios de comunicaci­ón occidental­es, están bloqueadas. La VPN es ilegal, pero se hace la vista gorda. Por esto, las redes y las apps chinas son ultrapopul­ares. Son las únicas en un mercado que es gigantesco.

Pese a las menores opciones, no dejan de ser excitantes. Baidu, el Mercado Libre chino, permite sacar una foto de cualquier cosa y acceder directamen­te a un listado de productos similares a la imagen. La gente ya no va al supermerca­do, cuentan. Todo se compra online con un delivery muy eficiente. Pero sin pasaporte chino no hay membresía en ningún lado y todo es difícil, como el idioma, que para la misma palabra tiene hasta cuatro tonos que definen el significad­o. Pocos hablan inglés en este país.

La potencia comunista no sufre la inflación. Tanto es así que los menús en los restaurant­es son libros impresos. En Shanghái, la ciudad financiera, los autos de lujo –los Tesla, por ejemplo– impregnan las autopistas de circunvala­ción y los edificios se hacen en serie en las afueras, pero son únicos los que rascan los cielos de Pudong. Las bicis fueron reemplazad­as por motos en un país en el que el tránsito es caótico. A diferencia de la Argentina, los ancianos son los más respetados y no es difícil verlos cuidando a los nietos. El amor es todavía, dicen, a la antigua en esta tierra que es punta de lanza y también milenaria. La pesadilla de un periodista y el sueño del progreso material argento.ß

Acceder a wifi puede ser una pesadilla en un país donde están bloqueadas aplicacion­es como Whatsapp, Twitter e Instagram

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