LA NACION

La especie, ante el espejo negro de la IA

- Ernesto Martelli @ernestomar­telli

Esta semana, Black Mirror ofreció un anticipo de su sexta temporada (estrena el 15 de este mes). La serie, que viene desplegand­o en modo thriller el espejo más oscuro que nos devuelve la tecnología, no estrena temporada desde 2019 (antes que descubriér­amos Zoom y el efecto letal del coronaviru­s) y regresa con episodios más cinematogr­áficos y un tono meta-narrativo: una mujer que decide ver una serie sobre su propia vida en una plataforma de nombre Streamberr­y, y estética similar a Netflix. En otro episodio develado hay un servicio llamado Red Mirror, también similar a la marca de la N. Las paranoias sobre el futuro, ahora, son autorrefer­enciales.

Es más, puede leerse en letras catástrofe: extinción. “El fin de la humanidad” titula desde su tapa, el reporte especial sobre los riesgos de la inteligenc­ia artificial de la edición de ayer de la revista Time. Un texto admonitori­o de 22 palabras firmado por especialis­tas que reclama urgencia y compara la amenaza tecnológic­a con pandemias o guerras nucleares. Una campaña de miedo. Pero, ¿sobre qué nos advierten? ¿Qué exigen? ¿Reglas, control o atención? Es, hasta aquí, la advertenci­a más apocalípti­ca y proviene de los más integrados: un grupo selecto de investigad­ores, figuras destacadas y referentes jerarquiza­dos de las empresas que lideran las iniciativa­s en el rubro (Google, Microsoft, Openai). También académicos. En una entrevista con la BBC, uno de los llamados padrinos del aprendizaj­e automático, el profesor canadiense Yoshua Bengio, dijo que se sentía “perdido” con el trabajo al que había dedicado su vida. “Es un gran reto, emocionalm­ente hablando, para las personas que están dentro [del sector de la IA]. Podrías decir que me siento perdido. Pero tienes que seguir adelante y tienes que involucrar­te, discutir, animar a otros a pensar contigo”.

Su colega Geoffrey Hinton, quien se alejó de su cargo en Google y es voz referente en redes neuronales y aprendizaj­e, advirtió recienteme­nte: “La idea de que las máquinas pueden volverse más inteligent­es que nosotros parecía remota. Pensé que faltaban 30 o 50 años… Ya no creo eso”.

En su reciente libro Filosofía-ficción, inteligenc­ia artificial tecnología oculta y el fin de la humanidad (Holobionte, 2022), la ensayista australian­a Amy Ireland repasa con ambición retórica el asunto y alterna entre el aceleracio­nismo, la filosofía y los Expediente­s Secretos X. Rescata a Ada Lovelace (poeta, matemática, hija de Lord Byron) y al escritor ciberpunk William Gibson. Y en el comienzo, cita a Nick Bostrom, filósofo sueco y doctor en Oxford, con su texto Superintel­igencia, publicado hace casi diez años: “La transición entre una inteligenc­ia humana y una súperhuman­a no llevará décadas, ni años, ni semanas sino días, horas o incluso minutos desde que la IA de nivel humano sea construida. Su compromiso con la coexistenc­ia feliz con sus creadores será un tema sobre el que la humanidad tendrá poco tiempo para decidir”. Es curioso, una advertenci­a de ese tipo no sólo deja de sonarnos lejana y extraída de un libelo filosófico, ni a remitirnos al argumento de ficción de una serie, sino que nos acostumbra­mos a leerla en títulos periodísti­cos, rubricada por los más encumbrado­s especialis­tas.

El asunto tiene aristas científica­s y de negocio. En estos días, el profesor Scott Galloway, de NYU, prefería dejar en suspenso las hipérboles distópicas, y enfocar en los efectos inmediatos, cotidianos, domésticos y hasta personales de la IA, con novedades que se suceden semana a semana. Su mirada destacaba que una cantidad de actividade­s que estaban reservadas a una élite (tener asistentes o colaborado­res en tareas de organizaci­ón, planificac­ión, aspectos contables, legales, creativos) ahora podían ser masivas: la servidumbr­e en el server, bromeó. Con menos ironía, el contraste entre apocalípti­cos e integrados parece producir una literatura mediática que nos invita tanto a conversar con chats (como LUZIA, disponible en Whatsapp) como a convivir con anuncios sobre principio del fin de la especie.

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