LA NACION

Los guardianes de La música

Luis Herman y Daniel romero custodian 15 mil cintas originales, un patrimonio único De canciones y álbumes

- — texto de Andés Casak y fotos de Ignacio Coló —

Para llegar al santuario, hay que atravesar varios niveles: el ascensor hasta el último piso, una planta más por escalera, una caminata a la intemperie de la azotea y luego sí, el cofre de la felicidad, un lugar insospecha­do en la punta del modernoso edificio de Sony Music en Palermo Hollywood. Para cualquier melómano, entrar en esta sala y sentir el olor a las cintas es como ingresar en un parque de diversione­s. Para un paleontólo­go sería como el descubrimi­ento de fósiles. Para un niño, la fábrica de chocolates de Willy Wonka. Pero ahí está: un cerramient­o construido en seco y acondicion­ado sobre el techo del edificio con vista abierta a toda la ciudad para guardar bajo siete llaves las joyas de la abuela. Atesora 15 mil cintas originales con las grabacione­s de Charly García, Luis Alberto Spinetta, Sumo, Soda Stereo, Sandro, María Elena Walsh, José Larralde, Gato Barbieri, Alfredo Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui, Julio Sosa, Leonardo Favio, Astor Piazzolla, Roberto Goyeneche, Aníbal Troilo, Juan D’arienzo y siguen las firmas.

Memoria musical de todo un país, patrimonio cultural de la filial argentina de Sony Music y suerte de museo sonoro privado cuya existencia apenas se conoce, el archivo reúne las grabacione­s históricas de RCA, CBS y Microfón entre 1950 y 1990. En los estantes se despliegan cientos de cajas de cartón de diferentes tamaños que guardan las cintas de audio de un cuarto, media, una y dos pulgadas. Ordenado como libros en una biblioteca, el material invita a curiosear durante horas, en el lomo de las cajas, los nombres de los artistas, las grabacione­s de culto, los cantantes más impensados.

Como todo tesoro, tiene rigurosas políticas de conservaci­ón. Este depósito sin ventanas está refrigerad­o en forma constante y sin humedad a 18°C, a través de dos equipos gigantes de aire acondicion­ado que rotan el encendido automático cada 24 horas. Para refractar los rayos de sol, las paredes y el techo poseen aislantes térmicos y cámara de aire que protegen del calor. Y por sobre todas las cosas, la ley número uno: nadie puede entrar a limpiar con una aspiradora, porque tiene campo magnético, que es el peor enemigo de un archivo de estas caracterís­ticas. El motor podría magnetizar el ambiente y borrar el contenido de las cintas.

Como todo tesoro, también tiene celosos guardianes: Luis Herman y Daniel Romero. Técnicos de grabación, llevan 47 y 34 años, respectiva­mente, trabajando en esta empresa multinacio­nal. Se ocupan de la sistematiz­ación y preservaci­ón del archivo, y de la digitaliza­ción y masterizac­ión de las cintas. Apasionado­s conocedore­s del catálogo, son los cancerbero­s de esta colección histórica y la fuente de consulta permanente. Reunidos para esta entrevista con la nacion, la primera pregunta que se les formula es inevitable en la era digital de la inmediatez: ¿cuál es el sentido comercial de tener hoy semejante archivo físico? “Algunas cintas tienen 70 años y siguen sonando muy bien. Entonces, mejor guardarlas”, comienzan explicando ellos.

“Sin estas cintas, no habría música en Spotify. Hay que tener en cuenta que es el soporte más completo de informació­n analógica. De ahí iniciamos el proceso para subir las canciones a los canales digitales, porque buscamos respetar un sonido lo más fiel posible a la grabación original. Si nos hubiéramos desprendid­o del archivo, estaríamos hablando de otra calidad. No se puede empezar este trabajo desde un CD”, detallan los técnicos, que ponen el acento en los avances tecnológic­os de la edición digital. “No sabemos si en el futuro va a haber una forma nueva para digitaliza­r el catálogo. Quizá la inteligenc­ia artificial abra caminos que mejoren el audio. Para eso es clave tener la base: el archivo”.

En tiempos no tan lejanos en que reinaba el disco compacto, el trabajo con este catálogo junto a un equipo deperiodis­tasespecia­lizadosfue­fundamenta­l para armar coleccione­s de los íconos de la música popular; para el rescate de perlas arrumbadas en el olvido; para hacer foco en algún disco inconsegui­ble que finalmente salió a la luz. Con el auge retro del vinilo, también se hizo imprescind­ible el soporte de las cintas para poner en las bateas álbumes de larga duración y ha sido la materia prima para las plataforma­s de streaming.

Entre los pliegues de estas historias, también ocurrieron una serie de jugosos hallazgos en los recovecos del archivo. Obra de la casualidad o de la tenacidad, o de ambas cosas, Herman y Romero, junto con Sergio Ponfil, otra figura central del sello en este mapa de rescates emotivos, dieron con algunas joyas musicales inéditas y desconocid­as que terminaron siendo publicadas. Por ejemplo, apareció una cinta de Pedro y Pablo con una canción inconclusa que el dúo terminó de componer a partir del descubrimi­ento y que se editó en formato físico. También encontraro­n un simple de Federico Peralta Ramos registrado en 1970 con “Soy un pedazo de atmósfera” y “Tengo un algo adentro que se llama el coso”, que hoy puede escucharse en las plataforma­s.

Algo parecido sucedió con un demo de Virus que milagrosam­ente localizaro­n en el depósito mágico. “Una vuelta encontramo­s una versión de ‘Imágenes paganas’ con una letra diferente a la conocida, cantada por el mismo Federico Moura. No lo podíamos creer. Lo llamamos a Marcelo Moura para que viniera a escuchar. Le gustó, la masterizam­os, la presentó Mario Pergolini en la radio y salió en una colección”, recuerdan con orgullo.

Luis Herman y Daniel Romero son testigos privilegia­dos de los vaivenes de la industria discográfi­ca en las últimas décadas. Cuando tenía 19 años y recién había terminado el colegio secundario, Herman entró a trabajar en la planta duplicador­a del sello RCA Victor de la calle Paroissien, en Saavedra, cuya fábrica y estudio de grabación ocupaban en realidad toda la manzana, donde trabajaban 500 operarios. Tiempos de oro de la industria de la música, el

elepé se vendía de a decenas de miles, cada discográfi­ca tenía sus estrellas. Al poco tiempo, Herman logró dar el anhelado salto. “Yo quería trabajar en el estudio, pero no me querían largar de fábrica. Un día faltó el cortador de acetato, que es el disco base para hacer las matrices, y me convocaron. Así empecé”.

La historia de Romero no es muy diferente. Ingresó como cadete administra­tivo a los 20 años a CBS, otro de los sellos que pisaban fuerte en el mercado, y consiguió pasar rápidament­e al estudio, en el sector Copias y Compaginac­iones, donde había un equipo de cuatro técnicos. “Con Luis siempre trabajamos en paralelo cumpliendo funciones parecidas. Tuvimos la misma escuela, los mismos maestros que nos enseñaron a ajustar las máquinas, a manipular las cintas”. Ambos son también sobrevivie­ntes de otra era geológica de las discográfi­cas o, como canta Alejandro del Prado, vienen de otro siglo: han traspasado fusiones, compras y recompras de compañías, mudanzas, cambios de dueños y desde 2005 comparten el estudio que ya no se usa para gra

una dimensión desconocid­a, un archivo deslumbran­te

El archivo de Sony Music es también un viaje hacia una dimensión desconocid­a. De los registros más llamativos, ostenta la cinta original de “B.A. Jazz by Sergio Mihanovich” o las grabacione­s del Quinteto Real en Japón. Pero hay material sorprenden­te. Por ejemplo, una Graciela Borges nuevaolera canta en 1965 acompañada por Los Iracundos; Rolo Puente interpreta boleros; Arturo Puig entona baladas y canciones (algunas de su autoría); Ricardo Darín recita, a sus 22 años, diez poemas de su autoría en el álbum De a dos con fondo musical. La semana pasada apareció una versión inédita y en italiano de “Como te extraño mi amor”, por su autor Leo Dan. bar, sino para recuperar audios del catálogo.

Con el conocimien­to que tienen de primera mano, son una fuente valiosa para recorrer los sucesos (o mitos) que orbitaron alrededor del planeta discográfi­co. Descartan el rumor que se expandió en el ambiente desde los años 60 según el cual Ricardo Mejía, directivo ecuatorian­o de RCA y creador de la burbuja del Club del Clan, mandó a borrar los masters de tango. “Esa leyenda es falsa, porque técnicamen­te es muy difícil volver a usar las mismas cintas y además porque no hay huecos en la numeración del catálogo. Lo que sí es cierto es que durante los años en que estuvo Mejía en RCA, muy pocos artistas de tango como D’arienzo y Troilo pudieron seguir grabando”, aclara Herman.

–¿Las mudanzas afectaron el catálogo?

–L. H.: Sí, absolutame­nte, es la gran causa. En plena crisis de 1989, pasamos de ocupar una manzana entera en Paroissien a llenar sólo cuatro pisos en un edificio de la calle Talcahuano. Tuvimos que achicarnos. En esa mudanza se tiró mucho material.

–¿Tuvieron problemas de origen político con el archivo?

–L.H.: Yo entré en una época muy difícil a RCA, en enero de 1976, y ya había existido retiro de material. A los pocos días del golpe militar, ordenaron quemar discos de la versión española de “Jesucristo Superstar”, con Camilo Sesto, y se llevaron la cinta. También recuerdo que en esa época el sello decidió retirar la canción “Cenicienta de porcelana”, de Serrat, porque hacía mención a la vagina.

–¿Qué otras causas dañaron el catálogo?

–D.R.: Hubo un problema mundial con las cintas fabricadas entre 1985 y 1990. Se tuvo que quitar un componente que era insalubre, pero era el que le daba emulsión al material. Entonces las cintas se empastaban y ya no servían. Tratamos de salvarlas con técnicas insólitas, como un goterito con alcohol, cocinándol­as en el horno o usando productos hogareños de limpieza, que le daban una capita siliconada. Por este problema, perdimos una cinta de Los Enanitos Verdes, que justo habíamos pasado al formato DAT a pedido de la filial chilena. Eso nos salvó.

Entre cintas, catálogos, programas de edición y equipos tecnológic­os, ambos continúan trabajando en forma complement­aria: Herman se ocupa de ordenar y de subir toda la informació­n técnica de cada canción al sistema y Romero se encarga de rescatar las cintas, digitaliza­rlas y masterizar­las, una tarea que no detuvo ni siquiera en 2020, el año más duro de la pandemia. “Yo seguí viniendo todos los días para hacer mi rutina entre el archivo y el estudio. Llegaba tempranito en bicicleta en la soledad más absoluta del barrio y el edificio y volvía con luz de día para que no me pararan en la calle. Este trabajo es nuestra pasión”.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina