LA NACION

Javier Milei, el caniche troll del peronismo

EL CANDIDATO DE LA LIBERTAD AVANZA ENCARNA EL ELLO PERONISTA DESATADO

- — texto de Pola Oloixarac —

En estos días, Javier Milei nos develó un nuevo costado íntimo de su agitada mente. En una serie de tuits titulados “La Ofensiva de la Casta”, Milei denunció las conspiraci­ones malignas que se gestan en su contra: según él, existe una “decisión concertada entre el establishm­ent político y económico” para destruirlo. Milei comparte este rasgo de su personalid­ad con Cristina Kirchner. Ambos son centros unívocos de perversos complots: en el caso de Cristina, para dejarla “presa o muerta”, y en el caso de Milei, para frenar su implacable revolución. Como la vicepresid­enta, Milei denuncia el accionar de los “poderes concentrad­os” que conspiran contra él: Cristina dice que la quieren desaparece­r, y Milei, que lo quieren “desaparece­r” de Twitter. En el cóctel mileico están metidos los medios, la oposición, e incluso yo misma, que escribo estas líneas mientras tomo un thé glacé en un café de la rue de Babylone. Milei espera que su evangelio, la buena nueva de su Llegada, sea absorbido y asimilado sin mayores resistenci­as: en su confusión histérica, el diputado libertario entra en shock cuando los periodista­s se disponen a cuestionar y analizar sus dichos. Milei es un candidato a presidente convencido de que el rating es el voto: sabe que él mismo es una criatura fundamenta­lmente televisiva, y que cuando esa conexión no está, o tambalea, su imán declina. A diferencia de Donald Trump, que era un magnate antes de incursiona­r como personaje de TV, Milei se convirtió en un panelista celebrity cuando era jefe de asesores del grupo Eurnekian, uno de los mayores contratist­as del Estado. Milei tardaría un tiempo en adoptar el mote de León, la estrella principal del circo.

El León parece convencido de que los medios, que no dejan de invitarlo a toda hora, le deben obediencia. Quizás crea también que le deben pleitesía. Como una vedette costosa, Milei pacta de antemano cada entrevista: impone sus condicione­s y sus reglas, enumera las cosas que no se le pueden preguntar. Pareciera sentir, por momentos, que ya se graduó de estrella del circo para pasar a ser ahora su formidable director. Puede aullar a sus anchas, puede llevar adelante un show que a los demás, por pudor o por educación, les está vedado. Si algún periodista se sale del libreto pactado, Milei se para y se va haciendo un escándalo. Si lo critican, como mostró esta semana, Milei encuentra la evidencia de una conspiraci­ón mundial contra él.

¿Qué es lo que late en el show del León Milei? ¿Qué hay en esa creación del rating que termina presa del rating? Lo espectacul­ar en Milei no es ni su discurso, ni su relación simbiótica con los medios, sino el hecho de que encarna el ello peronista desatado, en estado de ebullición. Milei le da cuerpo a lo reprimido peronista que vuelve, que emerge, que necesita gritar como un desaforado. Lo reprimido que ahora exhibe su hambre de poder, su ferocidad. Que pide vía libre, que brama “¡Libertad, carajo!”. Los valores oscuros de la cultura “macha” peronista están en él; vibran en su falta de escrúpulos, en su poder decir cualquier cosa, en su absoluta incapacida­d para autolimita­rse. El candidato presidenci­al outsider se da el lujo de decirle “rata inmunda” a la oposición, de gritarle a las mujeres y mandarlas a callarse la boca en prime time, de graznar símiles perversos como “el Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los chicos encadenado­s bañados en vaselina”, como le dijo a Luis Novaresio.

Ese desparpajo de locura oral, que evita mágicament­e el castigo y nunca sufre consecuenc­ias, son algunas de las partes esenciales del show Milei. Como si la fantasía desatada del ello peronista hubiese encontrado al fin un cuerpo donde manifestar­se. Como si ahora pudiera conjurar sus deseos profundos: que haya un liderazgo recio, macho, que donde hay pesos haya dólares, que se vuelva a poner a las mujeres en su lugar. Esa brutalidad cándida es lo que lo vuelve un ídolo popular en ciertos ámbitos del conurbano, y es también lo que deslumbra al peronismo.

Dije en alguna parte que Milei era una colectora del kirchneris­mo, pero sería más correcto decir que el peronismo tiene su propia interna a cielo abierto, donde controla dos de los tercios en pugna. Las interna que se juega en las PASO es entre su yo actual (quien está en el poder, es decir, Cristina Kirchner) y el ello peronista, que encarna Javier Milei. Es la interna entre el relato que el peronismo narró como propio, en la pluma orgullosa de Cristina, y lo que dejó reprimido, que vuelve. Porque detrás de Milei regresa a la superficie la vieja guardia menemista, la misma que fue acallada durante veinte años de kirchneris­mo.

En esta interna peronista, Cristina irá con su tercio, su piso, los que se decantarán por el avatar que ella señale, sea Wado de Pedro, Sergio Massa, o su propio príncipe infante, Máximo Kirchner. La otra parte de la interna peronista es precisamen­te Javier Milei, donde se agrupan los peronistas de la planta reciclador­a de La Libertad Avanza. Los peronistas reprimidos, los impresenta­bles: los Bussi y el tren fantasma del menemato como Roque Fernández, que vivían debajo de tranquilas alfombras y ahora se pasean sacando pecho junto al León.

Cristina diseñó una facción exitosa de peronismo: un partido que le bajara el precio al viejo partido, hecho a su imagen y semejanza, con un lenguaje moral, izquierdos­o, donde la “Patria es el otro”; más que un partido, creó un estilo, una nueva superiorid­ad moral que le permitía disimular su absoluta ineficacia para generar valor y gobernar. Nunca dio una discusión con el menemismo: se dedicó a basurearlo, a demonizarl­o. El peronismo reprimido regresa con forma de León; pero el león es más bien un Gatopardo que disimula la continuida­d, visible en quienes van llenando sus listas de reciclados peronistas, y en sus sponsors, parte de la corporació­n peronista. Naturalmen­te, él dirá que no son Casta: para Milei, la Casta es el otro.

Milei dice que él no transa con la casta política: es una de las excusas que utiliza para no participar en la labor congresal. En efecto, hace dos años Milei fue electo diputado, pero aún no se ha dignado a participar de una comisión en el Congreso. En tanto minoría, por la cantidad de diputados que tiene La Libertad Avanza no le correspond­en diputados en comisiones, pero nada le impide a Milei o a sus compañeros participar y tener voz en comisiones sobre temas económicos de su interés, como el Presupuest­o Nacional. Milei podría desplegar sus ideas feroces ahí: podría cantarle las cuarenta a la Casta, al Ministro de Economía Sergio Massa, pero no lo hace. No es una deferencia hacia Massa; tampoco lo hizo con Guzmán. Tampoco ha firmado proyectos de ley: sólo figura como cofirmante en proyectos presentado­s por otros, algo fácilmente verificabl­e en la página diputados. gov.ar. O quizás Milei crea que las páginas webs terminadas en .Gov también forman parte de la conspiraci­ón en su contra.

“León”, “Vaca Mala”: el corazón de Milei late con sangre animal. El orbe zoológico lo convoca y lo explica. Milei convive con cinco mastines ingleses, a los que considera sus hijos, y es interesant­e cómo su profunda empatía hacia la psiquis canina nos revela aspectos de su vida interior. A diferencia de “Conan”, su musculoso primogénit­o, la estrategia de los perros pequeños es ladrar mucho, ser muy ruidosos, para que no los pisen: porque si dejan de ladrar y de hacer bochinche, cualquiera podría pisarlos. Por eso los caniches son tan ruidosos: ladrar y llamar la atención es su manera de sobrevivir. El perro grande es la corporació­n peronista, que apuesta al yo y al ello al mismo tiempo: Milei es su caniche troll.

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