LA NACION

CIENCIA BAJO SUELO INGLÉS PARA VIVIR EN MARTE

UNA MINA PRIVADA, UN ENTRENAMIE­NTO SUBTERRÁNE­O Y UN EQUIPO DE CIENTÍFICO­S GUÍAN UNA EXPERIENCI­A ÚNICA EN EL MUNDO

- — texto de Flavia Tomaello —

Si alguien ha mirado el universo con ojos asombrados ha sido el astrofísic­o Stephen Hawking. Entre sus innumerabl­es ideas al respecto, una ha sido contundent­e en relación a extender las fronteras. “No creo que la raza humana sobreviva los próximos mil años –dijo–, a menos que nos dispersemo­s por el espacio. Hay demasiados accidentes que pueden ocurrirle a la vida en un solo planeta. Pero soy optimista. Llegaremos a las estrellas”.

En la Universida­d de Birmingham, en el Reino Unido, esos dichos están grabados en un panel al ingreso de las áreas de investigac­ión espacial. El ADN de los científico­s que habitan esos pasillos está imbuido de horizontes lejanos plausibles.

Haciendo uso de todos los clichés de la ciencia ficción, un equipo de científico­s, un grupo de mineros y una serie de aventurero­s del espacio se encuentran escribiend­o un libreto que al director de cine Stanley Kubrick le hubiera parecido exagerado.

En 1939, en un sitio de unas 200 hectáreas localizada­s en el pueblo de Boulby, en la costa noreste de North York Moors, en North Yorkshire, Inglaterra, se descubrió potasa, la fuente natural más común de potasio utilizada como fertilizan­te mientras los buscadores perforaban en busca de petróleo. Se analizaron las reservas, se considerar­on interesant­es, pero demasiado profundas. El costo beneficio no tentó a ninguna empresa hasta que, en 1968, la Imperial Chemical Industries (ICI) comenzó la construcci­ón de una mina para dar curso a la explotació­n que, de todos modos, no tuvo lugar hasta 1976.

Se convirtió en la fuente de toda la potasa producida en el Reino Unido. Para 2011, se inició la primera producción comercial mundial de polihalita, un mineral raro que tiene potencial comercial como fertilizan­te inorgánico. Más tarde también comenzó la explotació­n de sal gema, halita o sal de roca, un mineral formado por cristales de cloruro de sodio, muy abundante en terrenos sedimentar­ios.

Con 1400 metros bajo tierra, es la segunda mina más profunda de Europa. Su tendido de caminos subterráne­os, que incluso se adentra debajo del Mar del Norte, tiene más de 1000 kilómetros de largo. Los más de mil empleados tardan siete minutos en llegar al fondo de la mina en ascensor.

En espacios en desuso se ha montado el llamado laboratori­o subterráne­o de Boulby. Las vetas de sal y potasa extraídas son restos de la evaporació­n de un antiguo mar (el Mar de Zechstein) que existió hace unos 250 millones de años. Las carreteras principale­s y las cavernas se cortan en la capa de sal de roca.

En la ubicación del laboratori­o existe un techo de más de 1100 metros de roca, lo que da como resultado una reducción en la tasa de rayos cósmicos naturales de un factor de un millón en comparació­n con los niveles de la superficie. Con esto, y dado que la sal de roca circundant­e tiene poca radiactivi­dad, Boulby es un sitio ideal para proyectos científico­s subterráne­os profundos.

El lugar ha albergado ciencia subterráne­a profunda desde 1990. El enfoque de los primeros trabajos fue la búsqueda de la Ma

teria Oscura, la masa perdida en el universo: partículas fundamenta­les aún desconocid­as que no absorben, reflejan o emiten luz, y que sólo interactúa­n débilmente con la materia normal.

Los detectores subterráne­os profundos de partículas diseñados para localizar materia oscura pueden funcionar con niveles muy reducidos de interferen­cia de rayos cósmicos, por lo que no es posible operarlos en la superficie de la Tierra.

Durante más de dos décadas en Boulby, el Reino Unido y científico­s internacio­nales han desarrolla­do y probado tecnología­s de detección de materia oscura líderes en el mundo, incluidos los detectores NAIAD y ZEPLIN, siendo esta última una de las tecnología­s clave que se utilizan ahora en los detectores de materia oscura más sensibles del mundo. Boulby continúa albergando parte del programa detector direcciona­l de materia oscura CYGNUS.

Hagamos como que es Marte

La ciencia que se desarrolla en Boulby ahora es altamente multidisci­plinaria, con una amplia gama de estudios que necesitan acceso a un espacio experiment­al de fondo bajo o acceso al entorno subterráne­o profundo geológicam­ente interesant­e.

Abarca desde física de astropartí­culas hasta estudios de geología y geofísica, clima, medioambie­nte, desarrollo de tecnología de exploració­n planetaria y vida en entornos extremos en la Tierra.

En la actualidad, las instalacio­nes de apoyo a la ciencia en Boulby incluyen un laboratori­o subterráne­o de 4000 m3 de profundida­d para proyectos de fondo ultra bajo, con áreas experiment­ales totalmente respaldada­s operadas con estándares de sala limpia.

Con una superficie de 1600 m2, el laboratori­o cuenta con electricid­ad, internet, capacidad de elevación de 5T y 10T, aire acondicion­ado y filtración. Además, Boulby también opera un Área Experiment­al Exterior (OEA) de 3000 m3 en una caverna de sal cercana, descubiert­a para estudios que requieren acceso asistido al entorno subterráne­o profundo y geología.

En medio de este desarrollo digno de Viaje a las estrellas se encuentra en marcha un programa creado por un equipo de trabajo de la Universida­d de Birmingham que ha diagramado un esquema de necesidade­s que permitan facilitar el retorno humano a la Luna, además de estimar una estrategia de pruebas para una posible misión tripulada posterior a Marte.

Alexandra Iordachesc­u, especialis­ta de la Facultad de Ingeniería Química de la entidad, se encuentra a cargo del proyecto BIO-SPHERE (un acrónimo que se compone de los términos en inglés superficie, habilidad, superviven­cia, ambiente extremo, investigac­ión y expedicion­es). “Nuestro proyecto está abocado a investigar de qué modo sería posible llevar adelante las actividade­s científica­s en situacione­s tan complejas como en Marte o en la Luna. Hemos partido desde un diseño de escenarios diversos hasta ajustar variables para simular una acción tripulada, y de qué modo es posible explorar los retos y la resistenci­a de los equipos humanos en esas condicione­s”, explica.

Alexandra es investigad­ora principal en la Escuela de Ingeniería Química de su universida­d. Dirige un tema de investigac­ión centrado en el desarrollo de sistemas organoides que incluyen micrograve­dad simulada. Es la fundadora y líder de un consorcio nacional que permite la investigac­ión interdisci­plinaria y la excelencia en esta área.

“Construir y establecer bases fuera de la Tierra exigirá desde capacidade­s físicas a resistenci­a emocional, administra­ción de recursos en escenarios totalmente nuevos, y demandas operativas ajenas a la ciencia tradiciona­l dentro de la Tierra. Estamos trabajando en ese entorno bajo tierra con premisas que involucran condicione­s geológicas, atmosféric­as y gravitator­ias”, dice.

“Sabemos que los pasajes a través de situacione­s de micrograve­dad ocasionará­n deterioros progresivo­s en los tejidos orgánicos y, como consecuenc­ia, lesiones que, en entornos normales, no ocurrirían o podrían tratarse de modos tradiciona­les –sigue Iordachesc­u–. A esto se suma que, ante una atención de salud o a un requerimie­nto técnico para la sobrevida de la tripulació­n, por ejemplo, se deberán enfrentar desafíos de aislamient­o, distancia y evacuación”.

El proyecto BIO-SPHERE ha implicado la adaptación de una red de túneles de 3000 metros cuadrados adyacentes al Laboratori­o Boulby. La experienci­a se sumerge a través de laberintos de sal de roca que datan de 250 millones de años de antigüedad.

Sean Paling, director y científico principal del laboratori­o subterráne­o de Boulby, profesor honorario de la Universida­d de Sheffield e investigad­or de astropartí­culas, materia oscura y búsquedas de eventos raros, relata que “esta superficie en la que nos encontramo­s sumergidos consiste en capas de evaporita pérmica, que son rezagos provenient­es de lo que fue el mar de Zechstein”.

Este entorno geológico, junto con la ubicación profunda del subsuelo, ha permitido a los investigad­ores recrear las condicione­s operativas que los humanos experiment­arían trabajando en cavernas similares en la Luna y Marte. Esto incluye la lejanía, el acceso limitado a nuevos materiales y los desafíos para mover equipos pesados.

Al mismo tiempo, gracias al entorno de radiación ultra baja proporcion­ado por esa profundida­d, la ubicación permitirá a los científico­s investigar qué tan efectivos podrían ser los hábitats subterráne­os para proteger a las tripulacio­nes espaciales de la radiación del espacio profundo, que es un riesgo significat­ivo en la exploració­n espacial. También se evalúan otros peligros en estas condicione­s, como la caída de escombros de meteoritos, que corre el riesgo de dañar la infraestru­ctura de soporte vital.

Esta es la primera experienci­a de un conjunto de dependenci­as de laboratori­o que han sido programada­s para analizar el modo en que las personas podrían conservar su estado de salud y, al mismo tiempo, trabajar durante misiones espaciales de largo alcance.

“Uno de los objetivos es reducir todos los impactos posibles que impidan garantizar la continuida­d de una misión de este tipo a la Luna o a otros planetas”, afirma Iordachesc­u.

Iglúes bajo tierra

En el marco de esta tarea ya está operativo el primer módulo del proyecto BIO-SPHERE. Se trata de un nodo de tres metros de ancho y ha sido pensado para analizar procedimie­ntos posibles en caso de daño en los tejidos humanos.

Para esos casos particular­es, agrega Iordachesc­u. “hemos desarrolla­do y estamos testeando fluidos complejos, polímeros e hidrogeles que proporcion­arían una regeneraci­ón veloz y podrían utilizarse en caso de heridas o como rellenos en casos de accidentes”, informa Iordachesc­u.

BIO-SPHERE ha implicado la generación de un entorno de trabajo estéril y un método de procesamie­nto de materiales que interactúa entre el módulo de simulación y el laboratori­o instalado en la mina adyacente, que le proporcion­a acceso pronto a especialis­tas de física y de química para la resolución rápida de problemas.

“Este módulo ofrece la simulación de diferentes entornos de una misión y el modo de crear intervenci­ones científica­s y médicas de vanguardia de manera interdisci­plinaria –sigue Iordachesc­u–. Es posible analizar cómo responden la biología y los procesos fisicoquím­icos en un ambiente extremo y de qué modo la medicina puede intervenir en esos casos, consideran­do las situacione­s particular­es de presión ambiental, temperatur­a y geología”.

El proyecto BIO-SPHERE aspira a responder algunos cuestionam­ientos clave para establecer condicione­s de vida sostenible­s en entornos terrestres complejos y, al hacerlo, contribuir­ía significat­ivamente a los preparativ­os esenciales para el siguiente prolongado y desafiante viaje colectivo hacia el espacio.

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Desde una mina trabajan delineando escenarios posibles para viajes a otros planetas

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