Infartos cerebrales silenciosos: por qué la gente “sana” los sufre
La paciente, una mujer de casi 60 años y apariencia sana, estaba aterrorizada. Me explicó que por mareos le habían pedido una resonancia magnética de cerebro y que el informe decía “se observan lesiones consistentes con pequeños infartos cerebrales”. Ella me aseguró que nunca había tenido un accidente cerebrovascular –ACV– o que por lo menos no se había enterado si lo tuvo.
En decenas de estudios se ha confirmado que, hasta una de cada tres personas aparentemente sanas, a partir de los 55 años tienen infartos cerebrales que no han causado síntomas que alerten sobre su presencia.
Obviamente, este tipo de lesiones comenzaron a descubrirse en la década del 80 a partir del uso de la resonancia magnética que tiene mayor capacidad de detección comparada con la tomografía. Los infartos mal llamados “silenciosos” son 10 veces más frecuentes que un ACV convencional.
Los pacientes con estos infartos no tienen los síntomas clásicos de un ACV, pero su agilidad física y capacidad cognitiva pueden alterarse progresivamente. Todos los estudios sobre “infartos silenciosos” han confirmado que estas personas tienen hasta 5 veces más probabilidades de tener un ACV, infarto cardíaco, o demencia.
Es decir que la presencia de infartos silenciosos es un factor que predice la ocurrencia de complicaciones graves en forma independiente de otros factores de riesgo más reconocidos.
¿Por qué ocurren? La mayoría de los adultos tienen factores de riesgo no controlados y esto genera la oclusión de arterias cerebrales que tienen medio milímetro o menos de diámetro y al taparse producen “mini” infartos cerebrales.
¿Cuál es la mejor forma de tratar estos infartos? La respuesta es: con prevención. Pero en un estudio de la Clínica Mayo encontraron que, aunque conocidas por la mayoría, menos del 5% de las personas practica los cambios en el estilo de vida que aumentan significativamente las probabilidades de una vida sana.
¿Cuáles son las claves a tener en cuenta? La comida, de acuerdo a sus características, tiene el poder de curarnos o enfermarnos. Si en nuestra dieta predominan las frutas, verduras y legumbres y disminuimos a un máximo el azúcar –preferentemente evitando edulcorantes– y harinas, ya habremos dado el mayor paso hacia una nutrición sana.
Seis estudios sobre ingesta de verduras de hojas verdes, de frutas ricas en flavonoides como cítricos, frutillas y uvas, y 185 estudios sobre vegetales con fibras mostraron que una mayor cantidad en la dieta se asociaba con una reducción del riesgo de ACV.
Se deben evitar los alimentos ultraprocesados que carecen de nutrientes, como muchas de las galletas dulces, tortas, snacks, salsas, y aderezos, entre otros.
Las personas que toman 3 a 4 tazas de café por día tienen un 20% menos riesgo de ACV comparado con quienes no toman. Una publicación de 100 estudios con 5 millones de personas evaluadas a lo largo de 40 años, probó que el alcohol no tiene un efecto protector para la salud. La mejor bebida, sin duda, es el agua.
El ejercicio, diario, idealmente debe combinar actividad aeróbica y anaeróbica aun con rutinas de no más de 10 minutos, pero con una intensidad que haga que la persona no pueda hablar sin sonar agitada. La caminata ideal para lograr una disminución de la enfermedad cardiovascular debe llegar a 7000 pasos por día a un ritmo de 110 pasos por minuto. Un estudio mostró que quienes mejoraban su estado físico entre los 40 y 59 años tenían una reducción de casi el 70% en el riesgo de ACV. El ejercicio no es opcional.
El sueño, con el uso de medicación indicada por un especialista si fuese necesario, debe tener una duración de 7 u 8 horas. Una breve sesión de meditación antes de dormir ayudará al descanso y disminuye el estrés. Dormir más de 9 horas se asocia con un mayor riesgo de ACV. La somnolencia durante el día puede ser la manifestación de apnea del sueño que cuando es tratada disminuye el riesgo de enfermedad vascular, demencia y depresión.
El estrés, el aislamiento social, la soledad y la depresión se asocian con una mayor ocurrencia de ACV. También dejar de trabajar se ha asociado con una declinación física y mental.
Los hábitos de vida sana descriptos se deben asociar con la detección de una presión arterial elevada, la presencia de placas de colesterol en las arterias o una concentración de azúcar aumentada. La hipertensión arterial es el factor de riesgo más importante por ser fácilmente diagnosticable y tratable. Pero, paradójicamente, la mayoría de las personas hipertensas no están diagnosticadas o reciben tratamiento y no tienen la presión arterial controlada.
Es apropiado terminar esta nota con una afirmación lingüística: el paradigma de los oxímoron debería ser “gente sana con infartos silenciosos”. Porque no son sanos ni los infartos silenciosos. ●
Neurólogo y referente en salud y bienestar