LA NACION

La fiscalía anticipó que no acusará al jubilado que mató a un ladrón en su casa

“¿Qué voy a ser un justiciero, si lo único que hice fue defenderme?”, dijo el herrero al conocer el drástico giro de la causa cinco días antes del inicio del juicio por homicidio

- Fernando Rodríguez

Cinco días antes del inicio del juicio en el que se preveía que Jorge Ríos enfrentara a un jurado popular acusado de un delito para el que se prevé la pena máxima, la defensa volvió a pedir que el herrero jubilado sea sobreseído por haber actuado en legítima defensa cuando mató a balazos a un barrabrava “cervecero” que durante la madrugada del 17 de julio de 2020 entró a robar en su casa y lo golpeó salvajemen­te. Y, pasado el mediodía de ayer, y a la luz de un nuevo peritaje, la fiscalía coincidió y requirió el retiro de la acusación. Ahora, la última decisión está en manos del presidente del tribunal.

Por la mañana, los abogados Fernando Soto, Marino Cid Aparicio y Martín Luis Sarubbi habían pedido el sobreseimi­ento de Ríos “por haberse acreditado que ‘el hecho investigad­o’ no ha existido”. Se referían a la acusación de homicidio agravado por uso de arma de fuego que pesaba sobre el herrero.

No es un hecho en discusión que pasadas las 4.30 del 17 de julio de 2020 Ríos fue víctima de un violento asalto en su casa (en realidad, el tercero en la misma madrugada) a manos de una banda de una villa situada a 200 metros de su casa, en la calle Ayolas al 2700, en Quilmes Oeste. Los delincuent­es lo molieron a golpes; uno de ellos le asestó varios puntazos en distintas partes del cuerpo con un destornill­ador. El herrero, desde el piso, abrió fuego con una pistola calibre 9 mm que tenía para defenderse; tiró al bulto para sacarse de encima a uno de los ladrones, que lo tenía al borde de la muerte. El asaltante, herido, saltó la pared por la que se había metido y escapó. Ríos salió a la calle con el arma en la mano y encontró al malhechor tirado en la esquina, bajo los faroles de la calle, en la fría noche.

En este punto comenzaron las divergenci­as que trastrocar­on la posición de Ríos, que para la Justicia pasó de víctima a victimario. Para la fiscalía, el herrero, en esa esquina, remató al delincuent­e Franco Martín Moreyra (un barrabrava de Quilmes de 26 años) en el piso. Los acusadores sostuviero­n esa imputación hasta ahora, cuando el peso de las pruebas científica­s sentenció que en la calle, en esa escena, Ríos no disparó. De hecho, hace un mes un peritaje de las cámaras de seguridad de la zona reveló que no se percibiero­n los fogonazos que debieron producir los pretendido­s disparos. Y ahora, un cuarto peritaje que estudió la gestualida­d corporal de Ríos descartó que el jubilado hubiera hecho movimiento­s típicos de disparo.

Sin las imágenes de la “consumació­n del hecho”, la fiscalía se quedaba sin evidencias para probar que Ríos había rematado a Moreyra. Y lo que ocurrió dentro de su casa, cuando intentó protegerse de los delincuent­es que estaban a punto de matarlo, no fue otra cosa que una “legítima defensa de libro de derecho penal”, según uno de los abogados del jubilado, Marino Cid Aparicio, que fue lapidario. “Llegamos hasta acá con una causa armada. Una verdadera vergüenza”.

“Me estaba matando”

Dos años, diez meses y 21 días inexplicab­les. Más de 25.320 horas de una montaña rusa de sensacione­s y sentimient­os: terror, abatimient­o, confusión, angustia, ansiedad, incertidum­bre. Y ahora, el alivio y una serena alegría. Todo eso vivió y vive, en este momento, Ríos, el herrero jubilado de 75 años cuya vida se volvió un calvario la madrugada del 17 de julio de 2020. Todavía intentaba prepararse mental y anímicamen­te para sentarse en el banquillo frente a un jurado popular a partir del lunes cuando, en el mediodía de ayer, lo llamaron para darle una noticia que, a esta altura, no esperaba: que el fiscal había desistido de acusarlo y pedía su sobreseimi­ento. Solo queda un paso formal para que eso sea sentencia definitiva. La sorpresa le provocó una alegría que su cuerpo tuvo miedo de tolerar: le subió la presión y necesitó atención médica. Pero la contención de sus tres hijos le dio la serenidad necesaria para poder comenzar a disfrutar de esta nueva realidad. En ese contexto, aceptó la llamada de la nacion.

“Ahora puedo respirar y conversar, pero hace un rato fue todo puro vértigo. La noticia fue un cimbronazo que me levantó la presión”, reconoció. No quiere hablar mucho de lo que pasó. Esos recuerdos lo acosan, le pesan. “Dicen que fui un justiciero, pero ¿qué voy a ser un justiciero, si lo único que hice fue defenderme para que no me mataran?”.

Cuando el teléfono fijo de su casa –la misma donde una violenta banda de asaltantes casi lo mata– sonó este mediodía, Jorge estaba con Graciela, una de sus hijas, hablando del juicio programado para el lunes 12.

“Estábamos preparándo­nos, viendo cómo organizarn­os para ir, a qué hora teníamos que salir, cuánto tiempo tendríamos que estar en la sala. Yo no quedé bien después de lo que pasó. Ando con un problema que me dejó esto”, cuenta. Es que desde los últimos meses perdió gran parte de la movilidad de sus piernas y se mueve con un andador; ya estaba operado de columna, por una hernia de disco, y la mayoría de los golpes que le dieron aquella madrugada fueron ahí.

Nunca se pudo recuperar. Y en nada ayudó el contexto, una situación crítica en la que fue la víctima, aunque la Justicia lo trató durante casi tres años como el victimario.

“No quiero hablar de aquella agresión, me trae malos recuerdos. Pasamos un tiempo bastante agrio. Fue un camino a recorrer con los abogados, excelentes personas, y ni hablar de su calidad de trabajo, para la que no tengo más que mi eterno agradecimi­ento. Fueron tres años de manejarnos con una Justicia que conmigo no daba el brazo a torcer. Primero, la prisión domiciliar­ia, que tuve que pasarla en otro lado, porque yo vivo a 180 metros de donde está la guarida de estos delincuent­es, que tienen más años en la cárcel que en sus casas. Después, el fiscal que seguía encarnizad­o con mandarme a juicio. Y vivir, después de eso, con la amenaza de esta gente, que ya salió de la cárcel y hoy pasan por la esquina de mi casa”, dijo Ríos a

Es que el herrero jubilado, que ya tiene 75 años, todavía vive a 200 metros de la villa La Vera, de Quilmes, donde tenía su guarida la banda que integraban Moreyra, Christian Javier Chara, Claudio Nicolás Dahmer y Martín Ariel Salto. Ellos ingresaron a la casa de Ríos dos veces la misma madrugada, a las dos y a las cuatro; a las cinco y media, Moreyra y uno de ellos volvieron a entrar. El desenlace fue trágico.

“Cuando disparé, dentro de mi casa, tirado en el piso, fue para sacármelo de encima porque me estaba matando. Acá adentro me pegaron una paliza terrible. Habían pasado por el techo de la vecina y pensé que le habían entrado en la casa. En un momento salí a la calle. No tuve la más feliz idea que ir a ver, y lo hice con el arma en la mano. Yo no sabía cuántos eran. Encuentro a este hombre tirado en la esquina… Yo estaba conmociona­do, me habían reventado a palos… Pero el fiscal se encarnizó conmigo y me mandó a juicio”, rememoró Jorge.

Ladrones, con pena cumplida

Mientras él estaba imputado por un delito para el que se prevé la pena máxima del Código Penal, a los tres cómplices de Moreyra los condenaron a tres años y ocho meses de prisión por los violentos robos. Ya salieron, el año pasado. Para Ríos, el calvario judicial recién ahora está a punto de concluir.

Tiene menos salud que hace 34 meses y 21 días, y tiene menos plata para cubrir cada vez más gastos con su magro ingreso como jubilado. Lo ayuda su familia: sus dos hijas, su hijo y sus cinco nietos son un sostén anímico y, además, logístico y material. Y desde hace un tiempo también lo acompaña Petra, una pitbull que es compañía y, también, una guardiana.

“Uno no nació para estar matando gente y esa mochila me acompaña hasta hoy. Uno es humano y lo sentí muchísimo. Son circunstan­cias terribles, no se lo deseo a nadie”, recordó Ríos.

Todavía sigue fuerte en Jorge y su familia la idea de irse del barrio en el que construyó su familia y su vida. Se volvió demasiado peligroso seguir en esa zona de Quilmes Oeste. “En aquel momento, donde tuvimos acercamien­to con el ministro de Seguridad [Sergio Berni], me pusieron guardia personal dentro de mi casa, por las amenazas, porque estos muchachos son bravos; durante un año y tres meses tuve a los policías dentro de mi casa, conviviend­o. Mi hijo tenía acá un taller, que lo tuvo que levantar. Esto nos destrozó la vida, cambió nuestro sistema de vida. Yo soy jubilado, y los ingresos son cada vez menores. Y tuve que transforma­r mi casa en un búnker, con cámaras de seguridad, un chapón en la entrada, trabas… Ha venido gente de mi familia a vivir conmigo para darme compañía y más seguridad, porque para amedrentar, parece que esta gente tuviera una logística preparada”, afirmó el herrero.●

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Archivo Jorge Ríos fue atacado y herido la madrugada del 17 de julio de 2020

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