LA NACION

Se gana, se empata y se aprende, salvo cuando se agrede al árbitro

- Jorge Búsico

Gay Talese, maestro del periodismo y una de las plumas más elegantes de Estados Unidos, tiene 91 años y está por publicar su decimoquin­to libro. Referencia de no ficción en tiempos de periodismo de ficción y mentiras, Talese escribió libros, metiéndose dentro de las historias y de los personajes, sobre la mafia (Honrarás a tu padre) y el sexo (La mujer de tu prójimo). También fue, en sus inicios, cronista de deportes. En su libro El silencio del héroe, de 2010, recopila varios de esos textos que abordan a deportista­s que están fuera del éxito. Talese retrata la decadencia de emblemas como el bateador Joe DiMaggio y los boxeadores Joe Louis, Ali y Floyd Patterson. Y viajó a China para encontrars­e y entrevista­rse con Liu Ying, la jugadora que falló el penal decisivo en la final del Mundial de fútbol femenino de 1999 que terminó ganando Estados Unidos. “Aprendo más de los vestuarios perdedores”, ha dicho alguna vez.

Talese escribe en una nota de inicio de El silencio del héroe (el título remite a su famosa crónica sobre DiMaggio, en la que cuenta cómo el ídolo del béisbol dejó ordenado que siempre hubiera flores en la tumba de su ex mujer, Marilyn Monroe): “Muestro mi permanente fascinació­n por los deportes como símbolo de la necesidad humana de éxito, y mi respeto por los deportista­s, pues asumen riesgos que a menudo no alcanzan sus expectativ­as, y acaban quedando como «perdedores»”.

Perder en el deporte no es, claro, una virtud, pero sí puede implicar una enseñanza. Talese aprendió deportes leyendo a novelistas estadounid­enses. El golf, por ejemplo, de Francis Scott Fitzgerald. Y a partir de entonces describió en cada crónica la vida misma. Talese todavía tiene un archivo de recortes y documentos que guarda en decenas de cajas clasificad­as. No hay dato que no verifique una y otra veces. Y para lograr que los personajes se abran como con ningún otro, tiene una fórmula simple: “Soy educado, y quiero escuchar”.

Sigamos con el tema de perder. Hugo Porta contó que una vez tuvo que dar un discurso junto a Sean Fitzpatric­k, capitán en una de las eras más ganadoras de los All Blacks. “A mí en los Pumas me tocó más perder que ganar, pero eso me ha dejado una enseñanza muy importante”, dijo. Porque, aunque parezca una obviedad, perder forma parte del partido. Se gana, se empata o se pierde. Es la base del deporte y es, yendo estrictame­nte al rugby, algo que se enseña desde la base: aprender a llevar la adversidad de la derrota. Se juega y se entrena para ganar, pero también para entender que aun perdiendo se puede ganar.

También es una obviedad que para que haya partido tiene que haber dos equipos y un árbitro. Si no, no hay partido. Se juega con el otro equipo y no contra, y con un árbitro. Bien: en el rugby doméstico, el de clubes, el voluntario, no están llevándose bien la derrota y los árbitros. Hay un problema ahí, serio ya a esta altura. Los partidos son un cúmulo de gritos –de jugadores, entrenador­es y público– contra los árbitros, que en la derrota son los principale­s apuntados.

Dos fotos de este último fin de semana. Un referí se fue de un partido en el campeonato cuyano entre Banco Mendoza y San Juan Rugby “cansado de los gritos en su contra”, mientras que por el Top 12 de la URBA un juez se fue increpado cara a cara en Boulogne por varios colaborado­res y simpatizan­tes de La Plata, equipo al que San Isidro Club le había revertido el resultado en el desenlace. Circulan los videos por los teléfonos y las redes sociales.

Hay dos cuestiones: una intoleranc­ia a la derrota y un bajo nivel arbitral. Tampoco existe la cantidad de referís que se necesita para todos los partidos de rugby amateur que se desarrolla­n en la Argentina cada fin de semana. Es un problema de todos, no sólo de los árbitros. Todos se quejan, pero nadie aporta soluciones. Y pierde el rugby, aunque en este caso sin ninguna enseñanza. Pierde de la peor manera.•

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