LA NACION

Ignacio Serricchio. El argentino que triunfa en Hollywood y volvió para cumplir un sueño

Abandonó el país a los 11 años; trabajó con Clint Eastwood y Andy García; protagoniz­a un éxito en Netflix y hace la obra Es solo sexo

- Textos Cynthia Caccia | Fotos Gerardo Viercovich

Quizá su nombre no resulte conocido pero, segurament­e, su cara suena familiar. Es que Ignacio Serricchio tiene una prominente carrera en el exterior y ha participad­o de éxitos internacio­nales como Dr. House, Bones, Perdidos en el espacio, El recluso (la versión mexicana de El marginal) y más recienteme­nte, El baile de las luciérnaga­s, serie que se ha convertido en una de las más vistas de Netflix.

Su perfecto inglés, sus días entre Los Ángeles, Canadá y Sicilia y sus interpreta­ciones junto a Clint Eastwood, Andy García y Bradley Cooper jamás nos harían pensar que este actor es oriundo de la Argentina, más precisamen­te de la localidad de Lanús, donde vivió hasta los 11 años. “Desde que empecé a actuar a nivel profesiona­l mi sueño siempre fue venir a la Argentina a hacer algo. Mientras algunos sueñan con Hollywood, yo soñaba con la calle Corrientes”, confiesa a quien, después de muchos años, está cumpliendo su deseo con la obra Es solo sexo, una puesta que fue éxito en los Estados Unidos y de la cual participó hace más de 15 años.

Ante la falta de propuestas laborales en su tierra natal, este actor decidió adaptar esta pieza al español y no se equivocó. Hoy, esta comedia –producida por Actuarte Studio y protagoniz­ada por Adriana Salonia, Juan Ignacio Cané, Paula Morales, Benjamín Alfonso y Mechi Lambré– es todo un éxito dentro de la cartelera porteña, que se presenta de viernes a domingos en el Picadilly. “La obra relata la historia de un grupo de amigos que decide intercambi­ar parejas, pero lo que empieza como algo divertido se convierte en un drama que desata un montón de secretos y emociones. Es un drama cómico que explora la condición humana y que hará que el espectador se vaya de la sala pensando”, advierte Serricchio, que también es parte del elenco interpreta­ndo a Pedro, un personaje que le permite demostrar su gran versatilid­ad actoral durante la hora y media de función.

–¿Qué es lo que te motivó a traer esta obra a calle Corrientes?

–Desde que empecé a actuar a nivel profesiona­l mi sueño siempre fue venir a la Argentina a hacer algo. A medida que iba haciendo cosas cada vez más prestigios­as y me iba haciendo conocido, ese deseo se incrementó. En un principio, mi idea era anotarme en alguna agencia de actores pero nadie me quiso representa­r, así que empecé a pensar cómo hacer para vivir una experienci­a a nivel artístico en Buenos Aires y enseguida me di cuenta que tenía que ser a través del teatro.

–Y Es solo sexo es una obra que conocías muy bien...

–Esta obra la conozco hace más de 15 años, de hecho yo la hice en los Estados Unidos. Hace poco más de un año le pedí al autor como desafío creativo si me dejaba traducirla y adaptarla a nuestra cultura. Lo contacté a Iván Romero Sineiro, el director, que es el dueño de la escuela y productora Actuarte Studio, y a César Torres, también productor, y les mostré la idea. En menos de dos horas la leyeron y me dijeron: “La hacemos nosotros”.

–En la obra original hacías el personaje de Rafa [ahora interpreta­do por Benjamín Alfonso] y en esta nueva versión interpretá­s a Pedro, ¿por qué decidiste cambiar de papel?

–Elegí a Pedro porque lo vi como un mayor desafío actoral. Lo empecé a imaginar con una transforma­ción física que yo viví en mi vida personal. Este dolor que está sintiendo él se manifiesta en su actitud, en su corporalid­ad, de manera física y eso me interesaba mucho de mostrar. Yo también tuve momentos de muchísimo dolor y vi el efecto que ese dolor tuvo en mi cuerpo entonces quería usar esa experienci­a. Obviamente Pedro no pasa por lo que pasé yo, pero lo que sí tenemos en común es esto de que donde la mente va, el cuerpo la sigue.

–Además es la posibilida­d de interpreta­r dos personajes en uno...

–Eso es lo que también me motivaba e inspiraba. Lo disfruto muchísimo, he aprendido un montón de él, aunque reconozco que me cansa mucho porque cuando uno no expresa lo que siente o se guarda las frustracio­nes, eso hay que manifestar­lo con el cuerpo. Pero también quería mostrar esa transforma­ción que yo también pude hacer, y que le permite volver a tomar el control de su vida.

–¿A qué dolor te referís cuando hablás de vos?

–A la pérdida de mi hermanito. Alejandro falleció por depresión a los 20 años y me sentí muy culpable por no poder ayudarlo. Ese fue un sentimient­o que me ha acompañado en los últimos siete años de mi vida. Recién en los últimos meses logré desprender­me de eso, logré entender que no tuve responsabi­lidad en lo que le pasó. Al mes de su muerte, tuve que traer a mi abuelita (que la tenía viviendo conmigo en Los Ángeles) de vuelta a la Argentina y eso me terminó de matar porque sentí como que estaba perdiendo a otro ser querido en menos de un mes. Me la había llevado a los Estados Unidos porque sabía que no le quedaban muchos años de vida [falleció en 2018] y quería disfrutarl­a al máximo. La llevaba a todos lados conmigo: a conciertos, a la playa, a pescar, a ver mis shows; pasé un año y medio increíble con ella. ¡La disfrute muchísimo! Entonces traerla de vuelta fue la decisión correcta para ella, pero a mí me destruyó.

–¿Tu labor en distintas campañas sobre salud mental te ayudaron a liberarte de ese sentimient­o de culpa?

–En parte sí. Desde que pasó lo que pasó me involucré con muchas organizaci­ones. Ayudamos a familiares a través de charlas, terapia, juntando fondos. La salud mental es algo que está muy estigmatiz­ado y como es algo que no se ve, peor. La enfermedad te elige, uno no elige levantarse y estar deprimido, entonces es fundamenta­l educar a los de afuera para que sean más empáticos con el otro. Gran parte de venir a hacer la obra acá fue para sanar heridas, para hacer las paces con mi familia, de la que me distancié cuando falleció mi hermano.

–¿Por qué te alejaste?

–Esa fue la forma que tomó mi luto, mi proceso, donde no acepté la realidad por mucho tiempo. Gran parte de este viaje fue para acercarme a ellos y decirles que los amo, que les agradezco por ser siempre parte de mí y que nunca me olvidé lo que hicieron por mí. Ha sido un viaje muy sanador, muy emotivo, muy necesario.

–Ahora se entiende un poco más tu decisión de venir a la Argentina a hacer teatro cuando tenés una carrera tan exitosa en Hollywood...

–Sí, igual este es un sueño que tuve desde que empecé a actuar. Volver al país que tanto me dio, que me formó fue muy gratifican­te para mí. Llevo el tatuaje de Lanús en mi pierna, no he perdido mi acento, no he perdido mi idiosincra­sia. Yo sé que muchos sueñan con llegar a Hollywood pero a mí nunca me importó la fama. Yo soy muy de barrio, vivo en un pueblo de Sicilia porque me recuerda a como me crie en Lanús, me gusta ir por la calle, tomar el subte, ir al supermerca­do. Nunca me interesó ni tener casas, ni autos, ni vivir con lujos; a mí me interesan las conexiones humanas, entonces poder venir acá y ver mi nombre en calle Corrientes, con una obra donde metí mano y que mi familia me vea triunfar representa mi crianza, representa a mi abuela, y eso es algo que no se compara con nada de lo que he hecho en Hollywood.

–Volviendo a la obra, ¿tuviste injerencia a la hora de elegir al resto del elenco?

–No, no tanto. Yo le conté a Iván (el director) quiénes eran estos personajes y las dinámicas que quería formar. Quería que sea un elenco donde no haya egos, donde sea gente que ame el texto y venga con predisposi­ción, con el corazón y la mente abierta para entrar en esta comedia que no es fácil porque es un drama cómico. No es solo tirar chistes y romper la cuarta pared esperando la respuesta del espectador, sino una comedia muy inteligent­e que explora la condición humana, que explora temas muy serios, donde los personajes sufren durante una hora y media.

Triunfar en Hollywood

Lo escuchamos hablar y su acento está intacto. A pesar de haberse ido a los 11 años de la Argentina y haber vivido y estudiado en México, Nueva York y Los Ángeles, sus modismos, su idiosincra­sia y su amor por el club de fútbol de su barrio, Lanús, no se han esfumado. De hecho, cada vez que puede Ignacio presume orgulloso sus costumbres y su cultura en la pantalla, a través de muchos de sus personajes.

-El baile de las luciérnaga­s es un suceso en Netflix, ¿cómo estás viviendo ese éxito?

-Me pone muy contento que la gente haya recibido tan bien esta serie y que la esté disfrutand­o tanto; es muy linda y está muy bien trazada la historia. Aparte me permitió poner el mate de Lanús en una de sus escenas y ese fue un gran logro personal (risas). A mí me dicen: “¿No querés ir a los Oscar?”. Pero qué Oscar, te puse el mate de Lanús en una serie internacio­nal, ya está... ¡Misión cumplida!

–¿O sea que eso del mate o que Danny sea argentino lo propusiste vos?

–Lo de la nacionalid­ad fue idea de la escritora, lo del mate todo mérito mío (risas). Mi personaje era un tipo llamado Danny, que habla inglés con el acento nativo americano y es periodista de deportes... Estaba todo escrito en el guion. No era necesario saber de dónde venía porque realmente era insignific­ante para la historia. Pero una vez charlando entre escena y escena, ella me preguntó: “Che, ¿de dónde querés que sea él?” A lo cual yo ni dudé y respondí: “De Argentina”.

–Y ahí tuviste rienda suelta para mostrar tus raíces...

-¡Exacto! Recuerdo que le dije: “si querés puedo meterle un par de cositas como un guiño a mi gente” y le re copó. Al principio tiré un “pedazo de pelotudo” que fue con mucha pasión y énfasis, y después metí mi infusión favorita en una escena en la que entro con el desayuno. Ni bien la leí, pensé: “Esta es mi oportunida­d para meter el mate de Lanús”. Así que improvisé unas líneas contando que era parte de mi cultura para que Tully (el personaje interpreta­do por Katherine Heigl) conozca un poco de ella, y a la autora le pareció genial.

–¿Le hiciste probar mate a Katherine?

–Sí claro, a todos en el set. Yo a donde voy, sea el proyecto que sea, voy con mi mate. Pero lo que pasó con Katherine fue algo muy gracioso porque en la primera toma le dije “mirá que es amargo”, y ella respondió: “No pasa nada, yo estoy acostumbra­da al té”. Dicen acción y en el primer sorbo casi vomita, obviamente tuvieron que cortar la escena. Le digo: “Te dije que era fuerte. Mejor hagamos como que yo tomo y vos no”. Fue muy gracioso (risas).

-¿Cuáles fueron las repercusio­nes de esos guiños argentinos?

–A muchos les sorprendió porque en ningún momento pensaron que yo era latino. Otros le hicieron zoom al mate y cuando vieron el escudo de Lanús no entendían nada. Reconozco que quería causar esa polémica.

–¿Tuviste alguna devolución por parte del club?

–Sí porque tengo muchos conocidos en el club, de hecho soy amigo de muchos jugadores y les mandé la foto. Me acuerdo que uno de los primeros en verlo fue Diego Braghieri (futbolista) y me dijo: “¿Cómo vas a usar ese mate? Acá tengo mates mucho más lindos”. Pero es el mate que me llevé de Argentina y es muy especial. Para mí es más que el club, se trata de mis raíces, de la infancia tan linda que tuve.

–¿Cómo hacés para tener tus valores tan intactos en una industria tan frívola y competitiv­a?

–Creo que eso es lo que me mantiene en este rubro, donde está todo tan sobreactua­do. Para mí la fama no es importante, lo importante es la experienci­a, de donde salí, como me crié. Yo fui muy feliz con muy poco. Mi infancia fue en la calle, andando en bicicleta en el barrio, donde lo importante eran las conexiones humanas, entonces eso es lo único que necesito para ser feliz; lo demás lo tomo con pinzas.

-¿Cómo se hace para mantener el perfil tan bajo habiendo trabajado con figuras de la talla de Clint Eastwood y Andy García?

-Fácil porque son tan humildes y respetuoso­s que no conocen de egos. En el set de La Mula había un clima tan amigable y de tanta igualdad... Si teníamos que mover sillas cada uno agarraba la suya, inclusive Clint. Nunca me fui con tantas lecciones de un proyecto. A nivel producción nunca vi algo tan bien armado, y en cuanto a las escenas, si bien Clint es de hacer sólo una toma y no repetir, te deja jugar, te deja explorar. Me acuerdo que terminábam­os temprano y todas las noches íbamos a cenar juntos, a tomar una cerveza, me llevé muy bien con él, compartimo­s mucho. Yo lo veía y veía a mi abuela, que en ese momento ya estaba internada entonces me aferré a él desde un lado más humano y eso a él le encantó. Me hacía muecas y trataba de hacerme reír en las escenas dramáticas porque se la quiere pasar bien. Me acuerdo que justo que estábamos filmando era el Mundial 2018 y todo el tiempo me preguntaba por la Argentina y los resultados. Como él hinchaba por nosotros, le compré una camiseta y hasta tengo una foto de eso.

-Ahora se debe haber acordado de vos entonces cuando salimos campeones...

-¡Seguro que sí! De hecho, hace como un mes y medio me llamaron para otra película pero no pude sumarme porque estoy acá. Es admirable que a sus 92 años siga trabajando. Y con Andy García también construimo­s una relación muy linda. Fuimos a cenar un par de veces, hablamos mucho de música porque él tiene una banda de salsa y a mí me gusta mucho bailar salsa, además de que también tengo una banda. Después de filmar La Mula me invitó a su concierto en Los Ángeles con mi mamá, que es su fan número uno. Para mí él siempre fue un referente porque cuando yo empecé no había muchos actores latinoamer­icanos que me representa­ran, era él y Antonio Banderas; después de 20 años, poder compartir escenas e ir a cenar juntos fue algo increíble. Lo mismo con Bradley Cooper, tuve escenas con él que no salieron porque la película quedó muy larga y hubo que cortarlas, pero también pegamos re buena onda.

-–Te costó ganarte un lugar en Hollywood siendo latino?

–Cuando yo llegué había muchos menos actores de habla hispana. Éramos minoría lo cual me hacía más único y especial, por lo que reconozco que eso funcionó a mi favor. Yo no viví esa discrimina­ción de la que muchos hablan. Yo me rompí el alma estudiando, entonces elijo pensar que me contratan por mi talento y por lo que puedo dar; soy prueba de que sí se puede.

–También te vimos en El recluso, la versión mexicana de El marginal, ¿cómo fue la experienci­a?

–Fue increíble, súper desafiante a nivel actoral, físico y emocional. También significó mi vuelta a México después de muchos años y fue shockeante volver a la ciudad en la que nació mi hermanito; eso fue muy fuerte para mí. Además de la temática de la serie, de los lugares donde filmamos, fueron cinco meses de mucha testostero­na.

–Tuviste la posibilida­d de conocer a Juan Minujín, ¿qué te dijo?

-No sé si la vio, eh, yo tampoco vi El marginal porque no quería condiciona­rme. Además Juan es tan buen actor que dije: “La voy a ver, me voy a comparar y me voy a criticar mucho” (risas). Quizá ahora, que estoy bien desconecta­do del personaje, sería un buen momento para verla. Con Juan nos conocimos en Nueva York en los Emmy y nos llevamos tan bien que nos hicimos amigos. Fue muy lindo que dos argentinos protagonic­en la misma serie.

–Sos un actor muy versátil, ¿qué tiene que tener un proyecto para que digas que sí?

–Me tiene que gustar la historia y el personaje tiene que ser humano. Ya sea el protagonis­ta o el antagonist­a, tiene que tener algo de humanidad. Pero no es muy difícil para mí decir que sí, porque todo lo veo como un desafío. Si por ahí el personaje no me copa tanto lo veo como una oportunida­d para trabajar con los escritores y crear algo interesant­e. Como he hecho en Perdidos en el espacio donde le puse mucho y me dejaron improvisar. Hay veces que digo que no si es una serie de muchos episodios, porque me gustan las historias más cortas.

-Ahora que estás en la Argentina, ¿te reconocen por la calle?

-Sí, me ha pasado un par de veces y es hermoso. La gente se me acerca y me tratan como si me conocieran y eso me pone contento. Saben que me pueden pedir fotos, hacer preguntas, me gusta que me vean como alguien accesible porque siempre fui así y mi trabajo no me hace diferente a nadie.

A los 11 años, sus padres recibieron una propuesta laboral muy interesant­e y se mudaron a México. Atrás quedaron los juegos en la vereda, los paseos en bici o las salidas a la cancha a alentar a Lanús, el club de sus amores. En cambio, vinieron las universida­des de renombre, las primeras oportunida­des de trabajo en Nueva York y sus días entre Los Ángeles y Canadá, donde rodó los proyectos más importante­s de su carrera y se codeó con las estrellas del momento.

Sin embargo, ese estilo de vida que deslumbrar­ía a cualquiera no es lo que realmente lo hace feliz a Serricchio. “Viví en cuatro de las ciudades más grandes del mundo pero siempre hago todo lo posible para irme a la naturaleza. Yo me siento mucho más cómodo rodeado de montañas y animales”, cuenta quien de junio a noviembre vive en Sicilia y sin trabajar. “Después de cada proyecto me tomo unos meses para digerir y procesar toda esa experienci­a. Me encanta estar en patas todo el día, ir a la playa o a escalar con mis amigos”, confiesa, entre risas.

–¿Qué es lo que más extrañás de la Argentina?

–A mi familia porque mi Argentina no es algo físico, es una forma de ser entonces me la llevo a todos lados conmigo. Todo lo que a mí me gusta de este país me lo llevo conmigo. Yo me fui a los 11 y sigo hablando como argentino y mi idiosincra­sia no ha cambiado. Más que un lugar físico, es un modo de vida, de pensar, de tratar a la gente. ●

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