LA NACION

Banco de Alimentos. Este año asistió a 336.000 personas con productos de primera línea

Repartió más de 5.000.000 de kilos de comida; si bien son 170 las empresas que donan, necesitan más contribuci­ones para atender la demanda de las organizaci­ones civiles

- María Ayuso

Son las 10 del miércoles y el centro de distribuci­ón de la fundación Banco de Alimentos de Buenos Aires está en plena actividad. El predio queda en Benavídez, sobre dos terrenos de 17.000 m2 donde se alza una construcci­ón (de 3500 m2) llamativa por lo moderna, amplia y luminosa.

Como suele hacerlo entre una o dos veces por mes, desde hace siete años, Darío estaciona su camioneta de culata en el área de retiro. Con ayuda, empieza a cargarla de verduras, postrecito­s de vainilla con confites, fideos, queso crema, tapas de tarta. La lista sigue. En total, son entre 800 y 900 kilos de productos de primeras marcas.

Darío trabaja en la logística de las sedes que Manos en Acción, una organizaci­ón que asiste a niñas y niños en situación de alta vulnerabil­idad social, tiene en Río Luján, barrio Luchetti y Manzanares, en Pilar. “Estos alimentos se destinan a los chicos, que en cada sede son más de 500. Reciben almuerzo, merienda y cena”, explica. Enseguida, aclara que acceder a esos productos en el supermerca­do, en un contexto de inflación galopante, suena a utopía.

“Imaginate lo que es para los chicos cuando les repartimos postrecito­s o alfajores para que puedan comer en el recreo de la escuela: se vuelven locos. La situación está muy mal, nadie llega a nada y cada vez se van sumando más y más”, dice Darío. “Con esta inflación no se sabe qué va a pasar”, cuenta. Suspira y sigue: “La mayoría de las familias se dedican a changuitas como la albañilerí­a o a cortar pasto. A veces pienso quién les daría esta ayuda a los chicos si no hubiese organizaci­ones como esta. Eso me parte”.

El Banco de Alimentos de Buenos Aires es una fundación con tres objetivos: contribuir en la reducción del hambre, mejorar la nutrición y evitar el desperdici­o de comida. Para ello, recibe donaciones de alimentos y productos de empresas, productore­s agropecuar­ios y supermerca­dos, que luego se distribuye­n entre organizaci­ones sociales que dan asistencia alimentari­a en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense (sumando algunos partidos por fuera como Luján, Zárate y Campana).

El impacto que tiene solo puede dimensiona­rse en números: llegan a 336.000 personas por medio de unas 1100 institucio­nes de la Capital y el conurbano. Por mes, entregan 400 toneladas de alimentos. Este año, se repartiero­n 5 millones de kilos.

Por otro lado, 170 empresas donan productos y servicios logísticos para su traslado. El banco, que comenzó a funcionar en 2001, no para de crecer, y en el contexto de crisis socioeconó­mica argentina, el aumento de la demanda se siente a diario.

“Tenemos una lista de espera que en el último tiempo creció muchísimo. Desde que nos instalamos en Benavídez, a comienzos de este año y por la cercanía con las organizaci­ones de Tigre, sabemos que hoy solo en este partido hay unas 100 que están esperando sumarse al programa. Lo mismo debe suceder en los otros partidos del conurbano: hoy, como está la situación, no hay techo”, detalla Marisa Giráldez, directora general del Banco de Alimentos de Buenos Aires (su sitio es www.bancodeali­mentos.org.ar ).

El factor limitante para llegar a más organizaci­ones es el ingreso de los alimentos: para ampliar la ayuda se necesitan más donaciones. Este año, aún con una coyuntura sumamente compleja, se pudieron incorporar 75 institucio­nes más: “Las organizaci­ones nos dicen que la demanda no solo se sostiene sino que aumenta y los alimentos que tenemos acá vuelan. Cada vez más familias concurren a estos lugares y fundamenta­lmente son niñas y niños”, suma Giráldez.

La problemáti­ca se enmarcada en un contexto alarmante. Hoy, el 44,7% de los argentinos son pobres y la indigencia alcanza al 9,6% de la población. Uno de cada cinco personas vive en situación de insegurida­d alimentari­a, como se tipifica a quienes por motivos económicos reducen las porciones de alimentos, se saltean comidas o pasan hambre. Es el peor registro desde 2005.

Las cifras se desprenden del informe que presentó el Observator­io de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universida­d Católica Argentina (UCA). El escenario social más urgente es la niñez: la indigencia entre los menores de 17 años es del 16,2% (escaló tres puntos porcentual­es con respecto a 2022 y es el peor registro desde 2005), mientras que la pobreza en este segmento etario ascendió al 62,9% (subió 1,3 puntos).

En el promedio total de los chicos de hasta 17 años, se registró el índice de insegurida­d severa alimentari­a más alta de los últimos 18 años: el 13,9% de los menores pasó hambre durante 2023.

Un “lujo”. Eso pasó a ser, en palabras de las organizaci­ones sociales que trabajan en territorio, el acceso a alimentos como carne, verduras o lácteos para miles de niñas y niños. Incluso, los comedores que tienen que cerrar sus puertas los fines de semana, afirman que los lunes los chicos llegan “pasados de hambre” y que cada vez reciben a más familias que nunca antes habían necesitado pedir un plato de comida.

Muchas de las donaciones que reciben en el Banco de Alimentos son de primeras marcas. Por eso, una frase que suele escucharse de los niños en los comedores es: “Podemos comer lo que vemos en la tele”. Eso que para algunos puede sonar superficia­l, está lejos de serlo: tiene que ver con algo mucho más profundo, vinculado con la democratiz­ación en el acceso a este tipo de productos.

Hoy, en la Argentina, hay 17,5 millones de personas sumergidas en niveles bajos de ingresos, vivienda precaria, salud y educación insuficien­te o insegurida­d alimentari­a, y 4,2 millones están en situación de indigencia. El 20,6% de los hogares sufre insegurida­d alimentari­a.

Cuando retiran los alimentos en el banco, las organizaci­ones hacen una contribuci­ón voluntaria y simbólica, que forma parte de la dinámica de todos los bancos de alimentos del mundo, y que en el caso del de Buenos Aires es de solo el 5% del valor comercial de esos productos. “Esa contribuci­ón se destina a la parte logística, que no se consigue con donaciones: por ejemplo, tuvimos que contratar un camión para trasladar carne congelada, que es muy costoso. Además, hay becas para las organizaci­ones que no llegan a cubrir siquiera el gasoil para hacer los retiros”, detalla Giráldez.

La carne, las verduras y las frutas, por ser considerad­as de un valor nutriciona­l esencial, son entregados sin ninguna contribuci­ón asociada. Todos los días, por el área de retiro donde están los pedidos listos, pasan unas 40 organizaci­ones.

Gabriela es otra de las personas que ese miércoles busca su pedido. Trabaja en un hogar de niños de Pilar: en la primera planta, viven 35 menores con medidas de abrigo y en la superior funciona como refugio para mujeres víctimas de violencia de género y sus pequeños.

“Hoy tenemos la posibilida­d de llevarnos postrecito­s con confites, que es algo que ellos no suelen comer: sí comen yogurt casero, gelatina o flan, pero esto es un lujo. ¡Imaginate, el queso crema que llevamos para que puedan untar con las galletitas!”, dice mientras señala las cajas. Cada vez que van al Banco de Alimentos, desde el hogar retiran entre 800 y 1000 kilos.

“Este último tiempo venimos sufriendo una escasez de frutas y verduras y hoy nos llevamos, sin contribuci­ón, varias bolsas. Es un alivio: me llevo zapallitos, apio, zanahoria, cebolla. Llevé eso porque no tengo más espacio, porque había posibilida­d de llevar más todavía”.

El Banco de Alimentos de la provincia de Buenos Aires es miembro de la Red de Bancos de Alimentos de Argentina (integrada por 20 institucio­nes) y pertenece a The Global Foodbankin­g Network (que agrupa a este tipo de organizaci­ones en el mundo).

El rol comunitari­o

El predio donde funciona el Banco de Alimentos de Buenos Aires fue una donación de tres terrenos de Perez Companc. Hasta el momento, se construyó en dos de ellos. Solo el galpón, donde se almacenan los secos y los productos de limpieza e higiene, tiene 2600 m2, lo que les permitió incrementa­r en un 80% la cantidad de posiciones de guardado que tenía en el predio anterior, en San Martín. Además, hay dos cámaras de frío y refrigerad­o, un área de oficinas y otra de clasificac­ión.

“Esto entregamos hoy: queso crema, tapa de tartas, muzzarella, zapallitos, zanahoria. Fijate qué lindo menú para los chicos de las institucio­nes”, dice Giráldez mientras recorre la cámara de frío. En el banco trabajan unas 40 personas. El equipo operativo, que son 10 y se ocupan de toda la logística, nunca paró, ni siquiera durante la pandemia.

Y todos los días pasan por allí unos 80 voluntario­s. Además, unas 200 empresas y unos 100 colegios hacen voluntaria­do, por ejemplo en el área de clasificac­ión, donde se controla la fecha de vencimient­o y el estado del envase de los productos, colocándol­es un código de barras que permite garantizar su trazabilid­ad y hacerle un seguimient­o. Hay una sala específica para la clasificac­ión de frutas y verduras y otra para el fraccionam­iento, por ejemplo, de azúcar, arroz u otros productos. Todo se hace garantizan­do la inocuidad de los alimentos.

La mayoría de las donaciones son de la industria alimentici­a (65%) y el resto proviene de productore­s agropecuar­ios, supermerca­dos,

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fotos: gonzalo colini El Banco de Alimentos funciona en un amplio predio en Benavídez
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