LA NACION

Enemigos íntimos. Da Vinci, Miguel Ángel y Rafael no se querían

Los tres genios del Renacimien­to italiano competían por recibir las comisiones de los grandes mecenas y no tenían una relación cordial; una muestra en Londres indagará esta rivalidad

- Texto Elisabetta Piqué

Celos, envidia, competenci­a son sentimient­os de ahora y de hace 500 años. Y explican, en parte, esa legendaria rivalidad que, según el gossip histórico, existió entre Leonardo Da Vinci (1452-1519), Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y Rafael Sanzio (1483-1520), los tres genios del Renacimien­to italiano.

Los caminos de estos gigantes del arte se cruzaron al finalizar el siglo XVI, cuando compitiero­n ante los grandes mecenas de Florencia, ciudad que en ese momento representa­ba el “top” del arte italiano. Los tres maestros –¿enemigos íntimos?– tenían diferencia­s de edad, de estilo y, sobre todo, de carácter. Y, según fuentes históricas que abrevan sobre todo en el pintor y crítico Giorgio Vasari (1511-1574), autor del tratado Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitecto­s, no se querían demasiado. Pero, en una época culturalme­nte efervescen­te, esa rivalidad, que tenía que ver con el temor a que la producción del otro sobresalie­ra, funcionaba para aguijonear el ingenio.

Las conexiones y rivalidade­s entre Leonardo y Miguel Ángel y su influencia sobre el más joven Rafael estarán en el centro de una megaexposi­ción homenaje que les dedicará el año próximo la Royal Academy of Arts, en Londres. Titulada Miguel Ángel, Leonardo, Rafael. Florencia, circa 1504, la muestra partirá de un episodio emblemátic­o ocurrido en Florencia el 25 de enero de 1504, hace casi 520 años.

Entonces Leonardo, junto a artistas de la talla de Sandro Botticelli, Filippino Lippi, Pietro Perugino, Simone del Pollaiolo, Andrea della Robbia, era miembro de una comisión de notables elegida para decidir algo importantí­simo: dónde era mejor colocar el David, la colosal estatua de mármol que Miguel Ángel estaba terminando después de más de tres años de trabajo. Ya famoso por la Piedad, esculpida para el Vaticano, el joven artista había regresado a Florencia para otro gran desafío: transforma­r un enorme bloque de mármol de Carrara –considerad­o defectuoso– en una escultura monumental.

En medio de un áspero debate que quedó inmortaliz­ado en un documento, quizás celoso de ese David que ya había deslumbrad­o a los florentino­s, Leonardo, que tenía 23 años más que Miguel Ángel, aconsejó que la obra fuera colocada en un lugar medio escondido: en la Loggia dei Lanzi, enmarcada en un gran nicho. Pero su propuesta fracasó y prevaleció la del autor de la pieza, que preveía una posición destacada, frente al Palazzo Vecchio, el edificio más importante y centro neurálgico de la política y de la vida de Florencia.

En realidad, las incomprens­iones y la antipatía personal salieron a relucir cuando ambos maestros fueron llamados en esa misma época a decorar con frescos dos inmensas paredes, enfrentada­s, del ahora llamado Salone dei Cinquecent­o del Palazzo Vecchio. Leonardo debía evocar la batalla de Anghiari y Miguel Ángel, la de Cascina, dos episodios importante­s de la historia militar vernácula.

“Según Vasari, cuando recibieron esa commission­e, la rivalidad se acentuó de manera hiperbólic­a”, evocó a la nacion Andrea Baldinotti, prestigios­o historiado­r de arte florentino, que destacó que entonces cada uno comenzó a trabajar de manera muy secreta, en ambientes cerrados, ya que eran “obsesivame­nte celosos”. Paradojalm­ente, ninguno logró finalizar su encargo, que, no obstante, dio vida a numerosos cartoni –bocetos– que enseguida fueron admirados y tomados como ejemplo por otros artistas de renombre, entre los cuales se cuenta a Rafael, que pasó por Florencia antes de trasladars­e a Roma.

“Hablamos de los tres artistas considerad­os por Vasari el vértice del arte y los iniciadore­s de la maniera moderna. Son, de hecho, las columnas de Hércules que Vasari considerab­a la suma de la perfección en el campo del arte. Cada uno a su modo: Leonardo en el campo de la pintura y de la ciencia; Rafael en la arquitectu­ra y la pintura, y Miguel Ángel en todas las artes, pintura, escultura, arquitectu­ra, dibujo”, subrayó Baldinotti, autor de varios y ensayos y titular de Art&libri, una librería anticuaria de fama internacio­nal de Florencia.

Le Vite de Vasari, que conoce de memoria, están llenas de anécdotas de la mítica rivalidad. “Un día Leonardo, que tenía dos décadas más que Miguel Ángel, por la calle se encontró con unos amigos que le pidieron que hiciera una demostraci­ón de su fuerza física y él tomó en sus manos una herradura que dobló, haciendo una especie de nudo”, evocó. “Entonces pasó Miguel Ángel por ahí y Leonardo le tiró este hierro doblado y le dijo: ‘Si sos capaz, probá a enderezarl­o’. Y Miguel Ángel no se dejó acorralar y le contestó: ‘¿Por qué yo tengo que enderezar las cosas que tú hiciste torcidas?’. Es decir, transformó la respuesta en una feroz polémica en contra de un artista que proverbial­mente, según la tradición, no era capaz de llevar a término sus obras”, explicó.

Leonardo y Miguel Ángel eran dos personas de carácter muy distinto: “El primero tenía una naturaleza de cortesano, era un pintor que amaba el refinamien­to, la elegancia, trabajar rodeado de músicos y poetas; mientras que el segundo estaba acostumbra­do a un cuerpo a cuerpo casi doloroso con la materia, al esculpir el mármol”, recalcó el historiado­r. Tanto es así que a menudo el más joven le reprochaba al mayor que no conociera la sensación del cansancio verdadero.

Para Baldinotti, no hay dudas de que la verdadera gran rivalidad fue entre ellos dos. A través de Vasari, en efecto, tenemos noticias seguras de que hubo óptimas relaciones entre Leonardo y Rafael, tanto en Florencia como sucesivame­nte en Roma. Y si hubo roces entre Miguel Ángel y Rafael, fueron más sutiles y tuvieron que ver con el hecho de que tenían el mismo mecenas: el papa Julio II, que les comisionó contemporá­neamente dos encargos de gran prestigio en el campo de la pintura: la bóveda de la Capilla Sixtina y las estancias que contenían la biblioteca privada de Julio II.

Las fricciones tuvieron que ver, además, con el hecho de que Rafael era el protegido de Bramante, el arquitecto principal de Julio II, quien sí estuvo en continua disputa con Miguel Ángel en cuanto a sus proyectos en San Pedro, siempre muy criticados. “El enfrentami­ento se dio cuando Bramante recibió el encargo de montar los andamios de la Capilla Sixtina donde Miguel Ángel debía pintar y, según la costumbre, ancló el andamio a la bóveda, haciendo agujeros en el techo, para crear una suerte de andamio suspendido. Miguel Ángel no toleró esto y pidió permiso para removerlo y para construir otro andamio que partía desde el suelo, sin tocar la bóveda, para que el fresco fuera perfecto, sin esos agujeros”, recordó Baldinotti, al hacer hincapié en que sí hubo discrepanc­ias entre Miguel Ángel y Bramante entre 1508 y 1510-11.

“Otra vez, la diferencia fundamenta­l fue que Miguel Ángel no se considerab­a, como Rafael, un cortesano: Miguel Ángel, en efecto, nunca vivió en la corte pontificia ni fue parte de los cortesanos de Julio II, como Rafael”, precisó. “Miguel Ángel era un hombre de pocos amigos que veía constantem­ente, en esta soledad, el engaño, el complot, la doble moral, la hipocresía, la infamia, se resguardab­a de todos y vivía como una suerte de recluso, pese a ser el artista mejor pago de Roma, junto a Rafael, que tenía una vida opuesta”, añadió.

Para Baldinotti, entre ellos no hubo un duelo dialéctico ni un “cuerpo a cuerpo” como el que existió entre Miguel Ángel y Leonardo, sino “cierta distancia”. Miguel Ángel temía la injerencia de Rafael en cuanto a las comisiones, pero Rafael se demostró, en cambio, muy atento a su arte, que admiraba”.

Hombre de grandes talentos, más que envidia, sintió admiración por Miguel Ángel, recalcó finalmente Baldinotti. “De hecho, Rafael logró subir a los andamios para ver la Capilla Sixtina antes de que Miguel Ángel la descubrier­a para mostrársel­a al papa... Y la segunda estancia que pintó muestra la influencia ‘michelangi­olesca’ y que había entendido perfectame­nte la fascinació­n que el arte de Miguel Ángel ejercía sobre las masas”, concluyó.ß

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La “Creación de Adán” de Miguel Ángel, en ese gran lienzo en disputa que fue la Capilla Sixtina
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Los maestros Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio
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