El caso Branca. La desaparición que llevó a la cárcel a Massera
Victoria Branca, la hija del empresario desaparecido, reconstruye la historia de su padre: negocios con el poder, un matrimonio tumultuoso y un crimen atroz
El día que su padre desapareció, Victoria Branca tenía 9 años. “Está de viaje”, “está por venir” o “está ocupado”, le respondían cada vez que preguntaba por él. Cuando comprendió que nunca volvería, lo primero que pensó fue que su padre la había abandonado. Después, cuando el caso salió a la luz, y durante muchos años, debió convivir con el dolor de no saber qué había ocurrido.
La última vez que vieron con vida al empresario Fernando Branca fue el 28 de abril de 1977, en pleno Proceso de Reorganización Nacional. Sin embargo, su desaparición recién se hizo pública cinco años después, en 1982, sobre el final de la dictadura militar. Fue uno de los casos más resonantes de la época, ya que estaba directamente relacionado con el almirante Emilio Eduardo Massera. Además, fue el primero que llevó a la cárcel al marino, integrante de la junta militar que tomó el poder en marzo de 1976. Para la Justicia, Massera dio la orden de “desaparecer” a Branca.
Después de casi cuatro décadas, Victoria Branca quiso saber qué sucedió con su padre y se animó a indagar. Contactó a testigos, reunió artículos periodísticos de la época y en 2010 accedió al expediente judicial que trató la desaparición de Branca. Lo que debió haber sido un simple trámite administrativo se convirtió en una epopeya: le dijeron que el expediente estaba perdido, que era imposible encontrarlo, que alguien debió haberlo sustraído. Cuando finalmente lo tuvo en sus manos, resultó revelador. Luego, volcó todo en un libro: ¿Qué pasó con mi padre? El caso Branca contado por su hija.
“Dejó de ser una historia que me perseguía y Branca un apellido que me avergonzara... porque eso fue lo que sentí durante mucho tiempo. No me gustaba que el nombre de mi padre saliera en las revistas y los diarios y se bastardeara. Se habló demasiado sin saber y yo no quería que me señalaran, que me conectaran con el caso, que tuvieran lástima”, dice Victoria Branca (56).
–Después de muchos años, vuelve sobre la desaparición de su padre. ¿Qué la impulsó a investigar?
–A mi madre no le gustó la idea, creo que a ninguno de los cercanos, porque revivió viejos temores. Pero yo necesitaba hacerlo, quería acercarme a la verdad. El día que fui al juzgado y me trajeron los once cuerpos del expediente fue muy fuerte. Recuerdo que me preguntaron por dónde quería empezar y respondí “por el principio”.
El principio
Victoria es la hija mayor de Ana María Tocalli y Fernando Branca. “Se casaron jóvenes, ella tenía 20 años y él, 28. Y se separaron muy pronto: mi papá era muy mujeriego y, una vez, mamá lo pescó. En esa época no podías divorciarte. Yo empecé a verlo los fines de semana, cuando no estaba de viaje, y él me llevaba a comer a su departamento o a su oficina. Creo que a mi papá le dolió la separación... siguió enamorado de mi madre un buen tiempo, después se casó ‘vía Paraguay’ con Martha Mc Cormack”, dice.
–¿Quién era Fernando Branca?
–Mi padre tenía 38 años cuando murió. Era muy joven y ambicioso. Él quería salir de donde había venido, de la pobreza, de una casa donde tenían lo justo para comer y un padre que iba y venía a su antojo.
–¿A qué se dedicaba?
–Mi padre era empresario, se dedicaba a los negocios. En ese tiempo tenía una papelera con su socio, Jorge Piaggio, y les iba bien. Traían papel de afuera y lo vendían acá. No estaba metido en política, ni era sindicalista o montonero... Él no pertenecía a ningún lugar que pudiera dar razones para pensar que estaba en contra de los militares.
–¿Quién era Martha Rodríguez Mc Cormack, la segunda mujer de su padre?
–Martha era una mujer de la alta sociedad que estaba relacionada con el jet set de Buenos Aires. Había estado casada con César Blaquier y tenía dos hijos. Era linda, parecía una actriz, le gustaba tener buenas joyas y verse bien. A mí me parecía extravagante. La comparaba con mi mamá, una mujer de buen corazón, y sentía que Martha era una mujer fría y distante. Hay una anécdota de unas vacaciones en Punta del Este. Yo tenía siete años, pero nunca lo olvidé. Una mañana nos levantamos con los gritos de Martha, que acusaba a la empleada doméstica de haberle robado un encendedor Dupont de oro. Yo le dije a mi hermano: “Vamos a buscar el encendedor, que debe estar en algún lado”. Yo no creía que lo había robado la mucama, y así fue que lo encontré debajo del asiento del auto. Para ese momento había venido la policía... me pareció demasiado. Era muy nerviosa.
“Para la Navidad de 1974 Branca deslumbraba a su mujer con un regalo que no pudo colgar en el arbolito: un Mercedes-benz, blanco, impecable. Cuentan las relaciones de Martha Mc Cormack que Branca no pudo esquivar el impacto que su esposa, con una frase, habría provocado en él: ‘Para qué semejante auto en los tiempos que corren. Por qué no mejor dejaste que siguiera con mi Peugeot. Hay que pasar desapercibidos ante tanto secuestro, tanto asesinato”, publicó el periodista Juan Carlos Porras, en la revista Gente, en julio de 1983, cuando el caso explotó en los medios.
–Dicen que Martha fue quien le presentó a su padre al almirante Massera.
–Eso es lo que decían, pero no lo sé. Mi padre y Martha tenían un matrimonio tumultuoso, estuvieron separados dos veces. En algún momento, por los testimonios del expediente, Martha tuvo una relación sentimental o pasional con Massera... no sé cómo llamarla. Mi padre, que era una persona ambiciosa, enseguida vio la oportunidad de que Massera lo ayudara a desbloquear el ingreso al país de un dinero de una operación comercial que estaba trabada. Y, aparentemente, Massera lo contactó con alguien que lo ayudó. Después de eso, Massera y mi padre tuvieron un vínculo