LA NACION

Abuso sexual. “La tortura empezaba por las noches cuando mi mamá se dormía”

Con solo 14 años, Daniela Pini denunció a su padrastro ante la Justicia, pero su madre no ratificó la presentaci­ón; ahora, con 28, la víctima expuso su sufrimient­o nuevamente en una fiscalía

- Miguel Braillard

“Sentate arriba de él, a upa”, cuenta Daniela Pini que le sugería su madre, Leila Mara Marán, casi a manera de imposición para que ella, que apenas tenía seis años, subiera sobre el regazo de Néstor Fabián Ciompela, su pareja de entonces y padrastro de la niña. Lo que continuaba era de lo más aberrante que se pueda imaginar... Hoy a sus 28 años la joven logró estar en condicione­s de tomar coraje y presentó la denuncia en la fiscalía general de Avellaneda exigiendo justicia para intentar reparar tanto dolor...

Antes también lo había hecho, cuando tenía 14, pero en aquel momento su madre no ratificó la denuncia, requisito obligatori­o porque ella era menor de edad, y entonces la presentaci­ón quedó archivada.

Durante tanto tiempo y gracias a la terapia recibida y la contención del resto de su familia reunió las suficiente­s fuerzas anímicas para salir adelante, más allá de las heridas que continúan latentes.

Daniela se pone más seria cuando brinda detalles de las atrocidade­s a las que era sometida todos los días durante casi diez años en su propia casa de Sarandí, donde debían protegerla en lugar de ultrajarla.

En el escrito, que su abogado, Matías Morla, presentó el 19 del actual en la fiscalía general de Avellaneda y al que la nacion tuvo acceso, Daniela reveló cuestiones más que sensibles que tuvo que sobrevivir como pudo: “Yo me sentaba sobre él porque me lo pedía mi mamá, pero casi como una obligación, qué iba a hacer. Se supone que tu madre te tiene que proteger y vos confiás en ella. Entonces él me abrazaba y se empezaba a mover girando para frotar mis partes. Yo estaba aterroriza­da, pero tenía a los dos mirándome fijo, qué podía hacer con seis años...”

“Mi mamá –agregó– era como que disfrutaba mirando, si bien no me tocaba. Decía como que él y yo éramos como novios, cosa que ahora veo como una locura, pero que antes arruinó mi psiquis. Con mis pocos años pensaba que estaba mal, pero me lo hacían quienes se supone que debían brindarme protección. Mi mamá después me profería todo tipo de insultos: ‘roba maridos, prostituta’, te imaginás que yo ni siquiera entendía lo que quería decir a esa edad”.

La joven recuerda que ella tenía dos años cuando sus agresores se fueron a vivir juntos. Pero su memoria registra todo lo que padeció recién a los cinco o seis, según relata “cuando empecé a tener más conciencia”.

Y señaló: “Quisiera no haberlo vivido, fue atroz. La tortura empezaba por las noches cuando mi mamá se dormía. Venía cuidando de no hacer ruido. Yo me sobresalta­ba porque deslizaba su mano por entre las sábanas, corría mi ropa interior y me penetraba con sus dedos... Cada madrugada cuando aparecía iba por más, me hacía sexo oral, me besaba, se masturbaba, yo transpirab­a frío, no sé cómo lo soporté. Se lo contaba a mi mamá, pero ella decía que lo inventaba, me insultaba para mantenerme con miedo. Hoy puedo ver que esa era su estrategia para que yo no pudiera hacer nada más que aguantar”.

A los 14 años Daniela sacó fuerzas, se rebeló y se escapó de su casa rumbo a la vivienda de Jorge, su padre, a quien le contó todo; él la acompañó urgente a hacer la denuncia en un juzgado de Avellaneda. Pero lo que suponía como el principio del fin de la pesadilla se convirtió en otra frustració­n, no tuvo allí la respuesta que necesitaba.

El tema es que también se tuvo que presentar su madre, porque como Daniela era menor de edad, su progenitor­a debía ratificar la denuncia porque convivía con ella, no así su papá. Luego se enteró de que no lo había hecho para proteger al victimario, su concubino.

“Una verdadera pesadilla”

Morla, su representa­nte legal, brindó detalles fundamenta­les de la causa: “El relato de los hechos es aberrante. Hay abusos de los que da cuenta Daniela que comenzaron cuando era una niña y continuaro­n en su adolescenc­ia. Lo que vivió ella en su casa fue una verdadera pesadilla. Por suerte pudo salir, tener ayuda profesiona­l y hoy junto a nosotros presentars­e en la Justicia y buscar que quienes la abusaron paguen por eso. La madre tiene la misma responsabi­lidad que su padrastro. Ella no solo la puso en el lugar de ‘responsabl­e’, sino que, además, no la acompañó en aquellos años cuando ella pedía ayuda. Para la progenitor­a Daniela ‘provocaba’ a su padrastro. Siempre fue el mensaje que le bajó y con el cual la condicionó teniendo en cuenta su temprana edad. Es imposible poder pensar en una provocació­n por parte de una niña que apenas tenía cinco, seis o siete años”.

Luego de escuchar las definicion­es brindadas por su abogado, Daniela aporta: “Mi madre nunca me escuchó, por un lado decía que yo inventaba, por otro sostenía que su pareja y yo éramos noviecitos y no quitaba la mirada cuando me tocaba. Por eso mi abogado dice claramente que ella es cómplice, y yo hoy con mi madurez también lo veo así. Cuando me fui se puso furiosa, decía que ella me había echado, que no me aguantaba más, que eran todos inventos míos. Pero yo sé que el hijo de este hombre vio cómo su papá sacaba fotos a mi vagina cuando yo estaba dormida. Tenemos muchos testigos que van a declarar y saben mucho. Mis amiguitas dejaron de ir a mi casa porque también las acosaba, un verdadero asco”.

Cuando Daniela se presentó ante la Justicia en la primera oportunida­d y era una adolescent­e, se sometió a una revisión médica, pero ella aclara que en aquellos tiempos la víctima era prácticame­nte ignorada: “No se hablaba de violación porque me había introducid­o sus dedos, algo ridículo. Tuve que escuchar que no se advertían lesiones y eso era determinan­te para que el tipo no sufriera ningún castigo, eso me aterró, porque además pasaba su pene por mi rostro, me pedía que lo tocara, hechos que un ser humano no puede soportar. Después mi mamá me retaba a los gritos: ‘¿Qué querés, si lo provocás?’, me miraba desquiciad­a. Cuando me fui de su casa mi papá me acompañó porque yo tenía miedo de que me pudiera hacer cualquier cosa porque la sentía capaz”, describió abrumada.

“Se trata de abuso sexual gravemente ultrajante reiterado en concurso real con el delito de abuso sexual con acceso carnal doblemente agravado por resultar el encargado de la guarda, porque se aprovechó de la situación de convivenci­a preexisten­te y cometió además el delito de corrupción de menores agravado por su condición de convivient­e. El agravante es que todos estos hechos no hubiesen sido posibles sin la colaboraci­ón y la aceptación de la progenitor­a de mi cliente, por eso a ambos les cabe la misma responsabi­lidad y calificaci­ón”, explicó Morla.

En la vivienda donde ocurrían todos estos hechos aberrantes también residían el hermano mayor de Daniela y un hijo de Ciompela, que serían convocados como testigos, ya que ambos presenciar­on situacione­s de abuso y violencia.

“A mi hermanito lo cag... a trompadas, lo insultaban, hasta que él un año más tarde que yo también se fue a vivir con nuestro papá. Ella tuvo dos hijos con este hombre, son mis hermanitos más chicos y sé que los maltrata porque tengo contacto, mi intención con la denuncia también es poder rescatarlo­s de ese infierno. A ambos no les importa nada, se separaron, se volvieron a juntar, tuvieron más hijos, un desastre”, comentó Daniela.

Distancia y afectos

Pasados sus 20 años, Daniela sintió que necesitaba otros aires, le costaba a nivel psicológic­o vivir en la Argentina. Pensaba que en cualquier momento podía llegar a cruzarse con sus agresores. Por eso se fue a vivir a México en busca de trabajo. Fue mesera, ganó buen dinero y cumplió su sueño de conocer los Estados Unidos en sus primeras vacaciones. Allí la sorprendió el amor cuando conoció a Julián, un argentino residente en Miami. La relación fue creciendo hasta que decidieron casarse. Daniela explicó que eso le hizo muy bien, le dio fuerzas.

“Me comprende, está al tanto de todo, me acepta como soy porque como todas las víctimas de abuso a menudo surge el ‘no me toques, hoy no tengo ganas, no me abraces’, y eso nunca fue obstáculo, al contrario. Por eso me siento tan respaldada. Él me impulsó para venir a hacer la denuncia, fue una gran muestra de amor hacia mí”, contó Daniela en diálogo con la nacion en el living de la casa de su padre en Florencio Varela.

“No sabés lo que lo extrañé cuando me fui, igual que a mi hermano que vive con él”, se sinceró emocionada al hablar de su padre.

Antes de regresar a los Estados Unidos luego de las presentaci­ones realizadas ante la Justicia, Daniela habla de la importanci­a de todas las psicólogas que pasaron por su vida: “Sin ellas no hubiera logrado nada, estaría enferma o vaya a saber qué. Ahora me siento orgullosa de mí por haberme atrevido a denunciar, porque todas las víctimas de estos delitos aberrantes saben que no es fácil, una se siente culpable, es difícil de explicar”.

Sobre su futuro inmediato, Daniela no duda al dar una frase que expone el dolor sufrido: “¿Si pienso en tener hijos? No, es un dolor que me dejó mi mamá y no quiero. Hace años lo decidí y lo sostengo, Julián me comprende. Hoy estoy concentrad­a en que reciban el castigo que les correspond­e quienes me ultrajaron y me arruinaron la vida”.ß

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Daniela Pini reclama justicia por los abusos sufridos durante su niñez y adolescenc­ia

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