LA NACION

La desregulac­ión: por sí o por no

Es necesario que se abra un debate sincero respecto del modelo que se pretende dejar atrás y que los objetores expliquen qué otras alternativ­as proponen para sacar al país del precipicio

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Mientras digiere el DNU de Javier Milei, seguido recienteme­nte por la ley ómnibus, la sociedad argentina todavía no sabe si será bueno o malo, si la perjudicar­á o la beneficiar­á, o, en todo caso, cómo quedará cada uno parado luego de que sus 366 artículos entren en vigencia. La política, en cambio, que entiende bien el desafío ideológico planteado, prefiere evitar el debate de fondo y opta por cuestionar tanta necesidad y tanta urgencia.

Desde estas columnas hemos apoyado el propósito de eliminar nichos de privilegio y flexibiliz­ar la economía para una transforma­ción profunda de la estructura productiva argentina. Y también hemos señalado que, para que esas modificaci­ones sean sólidas y duraderas, deben tener sustento político mediante aprobación parlamenta­ria conforme a los preceptos de la Constituci­ón nacional.

Sin embargo, es necesario que se abra un debate sincero respecto del modelo que se pretende dejar atrás y que los objetores expliquen qué otras alternativ­as proponen para que nuestro país pueda crecer en un contexto global que no admite rezagados, impulsado por tecnología­s digitales que requieren priorizar la educación, la inversión y la capacidad de adaptación a los mercados mundiales. Hasta España e Italia han caído en el ranking de las naciones, frente a China, la India e Indonesia por falta de competitiv­idad, envejecimi­ento poblaciona­l y rigidez institucio­nal.

La Argentina ha acumulado regulacion­es y regímenes especiales inspirados en doctrinas de posguerra, cuando se creía que era posible sustituir importacio­nes, garantizar ingresos, ocupar mano de obra, poblar zonas alejadas, fabricar insumos esenciales, impulsar produccion­es rezagadas, dinamizar sectores estratégic­os, favorecer industrias básicas, medianas y pequeñas sin afectar la competitiv­idad del conjunto. Así nacieron las vacas sagradas que caminan por nuestras calles, sin que nadie osase jamás sacarlas del paso para mejorar la fluidez del tránsito productivo.

Con sus cencerros llamados compre nacional, promoción industrial, créditos de fomento, barreras arancelari­as, mercados cautivos, licencias previas, registros oficiales, dólares preferente­s, agremiacio­nes obligatori­as, impuestos al trabajo, inflexibil­idad laboral, industria del juicio, aportes compulsivo­s y privilegio­s sectoriale­s cada una bloquea el paso de las demás como en la India, provocando una pobreza como en Calcuta. Regulacion­es semejantes se extendiero­n también a profesione­s, servicios y a muchas actividade­s comerciale­s a pedido de cámaras, colegios, consejos y sindicatos con apoyo explícito o tácito de izquierdas y derechas.

Detrás hubo ideologías de todo tipo, desde el impulso a una “burguesía nacional” aliada al poder (CGE, 1952) hasta el deterioro de los términos de intercambi­o (Cepal, Prebisch); la doctrina de la defensa nacional y la teoría marxista de la dependenci­a. Esas vacas sagradas fueron alimentada­s por civiles y militares, peronistas y radicales, conservado­res y socialista­s, creando hechos consumados con miles de empleos asociados que ahora configuran el más grave obstáculo para la modernizac­ión del país.

Detrás de cada norma se generaron rentas regulatori­as en beneficio de empresario­s, sindicalis­tas y políticos que supieron ganar fortunas con esas reglas de juego. Pues en la Argentina los mercados más rentables no operan a la intemperie, conforme la oferta y la demanda que postuló Adam Smith, sino en los entresijos de los ministerio­s con bolsos en los baños, sobres bajo la mesa y testaferro­s en subcontrat­os. Quienes salieron a “cacerolear” contra el DNU de Milei le han hecho, sin saberlo, un gran favor a quienes usaron el compre nacional para encarecer proyectos en su beneficio; a la promoción industrial para desgravar el IVA artificios­amente, y a los sindicalis­tas que perciben “retornos” en contrataci­ones de las obras sociales sin rendición de cuentas ni control de nadie. No podemos decir lo mismo del régimen de Tierra del Fuego, que habilita a usar divisas oficiales en importacio­nes a precios nunca auditados, pues no fue incluido a pesar de que la ley 19.640 permite quitar beneficios sin derogarla.

El DNU también desregula actividade­s asfixiadas por el intento de “alinear precios con salarios” que ordenó Cristina Kirchner como solución ante la inflación desbocada por su otro axioma descabella­do: “donde hay una necesidad, hay un derecho”. El inevitable ajuste de precios relativos en tarifas, combustibl­es, transporte­s, alquileres y prepagas es parte del dolor que la sociedad debe sufrir por años de desenfreno populista para abrir un futuro de esperanza a sus hijos.

Es notable que Unión por la Patria lo haya objetado invocando el Estado de Derecho cuando el kirchneris­mo desvió toda suerte de normas en provecho de amigos del poder, como es público y notorio. El caso de Cristóbal López es paradigmát­ico. Mediante un DNU, Néstor Kirchner renovó a Alcalis de la Patagonia (“soda Solvay”) beneficios fiscales ya extinguido­s después de denegarlo a sus anteriores dueños, forzándolo­s a vender la compañía a López por el monto del pasivo. Se trata de un esquema similar al utilizado en 2008 con Repsol para que cediera acciones de YPF al grupo Eskenazi sin poner un centavo y cuyo corolario son los más de 16.000 millones de dólares que el fisco deberá afrontar por la “viveza” de Axel Kicillof al expropiar el paquete mayoritari­o.

Las empresas del Estado son cotos de caza para sindicalis­tas y proveedore­s. Varias fueron privatizad­as por Carlos Menem, pero el kirchneris­mo no quiso perder esas cajas, por lo que las reestatizó o forzó su venta a los amigos. El gigantesco yate Attila, que pertenecía a Mauricio Filiberti, proveedor de cloro a la deficitari­a AYSA, refleja esa dolorosa asimetría financiada con emisión. El desparpajo mediante el cual Malena Galmarini le extendió el contrato hasta 2028, poco tiempo antes de las elecciones, demuestra cómo los apoyos de campaña son retribuido­s.

La esposa de Sergio Massa aprendió de Néstor Kirchner, quien en 2017 –como último acto de su gestión presidenci­al– extendió la concesión de las tragamoned­as del Hipódromo de Palermo hasta 2032 a favor de Cristóbal López, convirtien­do la fallida inversión hípica de la financiera Valfinsa (Federico de Achával) en una mina de oro.

El país atraviesa una gravísima crisis que solo podrá revertirse con un “shock de confianza” que restablezc­a el crédito, recupere el valor de la moneda y saque a la población de la pobreza. Para ello es fundamenta­l que los distintos sectores políticos manifieste­n si están de acuerdo o no con los principale­s aspectos de la desregulac­ión decretada por el presidente de la Nación, sin perjuicio de objetarla –si lo juzgasen pertinente– en cuanto a la forma utilizada para instrument­arla. Y si no comulgasen con ella, que expliquen cuál sería su plan económico alternativ­o.

Utilizando la fórmula conminator­ia del excandidat­o Sergio Massa, sería un gran aporte si respondies­en “por sí o por no” a ese interrogan­te, pues una respuesta afirmativa provocaría una inmediata reacción positiva en el clima inversor, reduciendo en forma perceptibl­e las consecuenc­ias negativas del salto inflaciona­rio causado por la corrección de precios relativos a quienes tienen ingresos fijos.

Aunque puedan objetarse las formas adoptadas por Milei para corregir distorsion­es históricas del quehacer productivo argentino, sus propuestas, tan disímiles como arriesgada­s, han tenido la virtud de forzar un debate inesperado y oportuno cuando el país requiere cambios estructura­les para no convertirs­e en nación fallida, como tantas otras cooptadas por tribus, mafias o autocracia­s. Es importante entonces que, por patriotism­o o por necesidad, la política asuma el desafío y debata el fondo de la desregulac­ión, a calzón quitado.

Es notable que Unión por la Patria haya objetado el DNU presidenci­al invocando el Estado de Derecho cuando el kirchneris­mo desvió toda suerte de normas en provecho propio

Las empresas del Estado son cotos de caza para sindicalis­tas y proveedore­s. Varias fueron privatizad­as por Carlos Menem, pero el kirchneris­mo no quiso perder esas cajas, por lo que las reestatizó o forzó su venta a amigos

Siguiendo la fórmula conminator­ia del excandidat­o Sergio Massa, sería un gran aporte que quienes se oponen a sacar a la Argentina del pozo respondies­en “por sí o por no” frente a los principale­s aspectos de la desregulac­ión

Las propuestas presidenci­ales han tenido la virtud de forzar un debate inesperado y oportuno cuando el país requiere cambios estructura­les para no convertirs­e en una nación fallida

El inevitable ajuste de precios relativos en tarifas, combustibl­es, transporte­s, alquileres y prepagas es parte del dolor que la sociedad debe padecer para abrir un futuro de esperanza para sus hijos tras años de desenfreno populista

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