LA NACION

MARCAS PERSONALES DE AMOR Y REBELDÍA

EL ESPAÑOL NADAL SUAU, FLAMANTE GANADOR DEL PREMIO ANAGRAMA DE ENSAYO, ANALIZA EL PASO DEL TIEMPO A TRAVÉS DEL TATUAJE

- — texto de Juan Ignacio Orúe —

Estos tatuajes tuyos son una dimisión absoluta de la insularida­d”. Así, de frente y en la calle, con un sarcasmo que se le notaba a lo lejos, Joan Ramon Nadal señala el brazo izquierdo de su hijo, suelta una carcajada, le palmea el hombro y sigue su camino por la mediterrán­ea Palma de Mallorca.

Nadal Suau no supo qué contestarl­e a su padre en aquel momento, en el cual desde su perspectiv­a le cuestionó una falta de recato y decoro, un afán por mostrarse, de hacerse notar, un rasgo considerad­o aún algo desmedido e inoportuno en la cultura mallorquin­a, pero de algún modo le respondió después. Lo hizo con amor, con el recuerdo de ese vínculo de idas y vueltas, de pequeñas pullas, de expectativ­as cumplidas y desoídas.

“¿Será verdad que nos tatuamos contra los padres, que escribimos contra ellos?”, se pregunta el autor español en el libro Curar la piel, ganador del Premio Anagrama de Ensayo, una obra (aún no disponible en el país) que aborda el fenómeno del tatuaje como una excusa para poner en escena y en discusión el concepto de arte, el capitalism­o, los vínculos amorosos, lo perdurable y el paso del tiempo, entre otros temas.

Nadal tiene 21 tatuajes de diversos colores, formas y tamaños desplegado­s por todo el cuerpo. Autor de seis libros, profesor, crítico literario y editor del sello H&O, cuenta que siempre le han gustado los textos inclasific­ables, mestizos, híbridos, aquellos artefactos transgéner­o que pueden ser considerad­os tanto un dietario como una crónica o una novela. “De los escritores, en general, me gusta la obra rara que nadie recuerda. El reto en mi libro es que no se rompa la coherencia con los tonos. Escribo a partir de una idea mínima, pero el grueso de ellas se desarrolla en mi caso a partir de la escritura, es decir, es la investigac­ión sobre el estilo la que va desarrolla­ndo las ideas”.

Como lector y crítico, se siente muy cercano a la literatura latinoamer­icana. En especial lo conmueve la argentina. La describe muy flexible por el modo de concebir a la narrativa como especulaci­ón y al ensayo como una forma en la que pueden intervenir elementos narrativos o en todo caso, al menos, la concepción de los géneros como territorio­s móviles. Considera que su modo de escribir tiene una deuda con ambas tradicione­s literarias junto a las traduccion­es del posmoderni­smo norteameri­cano y en menor medida con la española.

“Veo a la literatura como un dispositiv­o capaz de incorporar un montón de cosas simultánea­mente. Y esto está muy presente en la literatura argentina, que está llena de personalid­ades fuertes con voces muy libres. Por ejemplo, la figura de Ricardo Piglia ha sido muy importante para mí. Sus interpelac­iones acerca de quién o qué es un lector o en qué consiste la escritura y la representa­ción me han marcado”, sostiene.

Nadal Suau comenzó a tatuarse tarde. El impulso no nació de un deseo adolescent­e tras un verano inolvidabl­e con amigos, tampoco el debut vino de la mano de un amor ardiente, fulminante, para toda la vida. En Curar la piel despliega un

conjunto de ideas y reflexione­s con referencia­s al cine, la literatura, la fotografía y las redes sociales que le ayudan a pensar sobre esta práctica antiquísim­a que atraviesa todas las culturas.

“El tatuaje es el protagonis­ta del libro, pero al final hablo de cómo nos relacionam­os entre nosotros en el mundo contemporá­neo. Me sirve muchísimo a modo de hilo conductor. Pero si tuviera que encontrar una sola respuesta sobre por qué nos tatuamos tanto no sería tan fácil. Yo ensayo algunas respuestas, claro, como una añoranza de ritual, cierto narcicismo, pero el libro en el fondo va planteando preguntas más que respuestas”, señala.

Curar la piel habla de cicatrices que delimitan zonas, una geografía estética que se constituye pigmento a pigmento, trazo a trazo con dolor, una herida que luego gratifica, que transforma. Se tratan de marcas más o menos consciente­s y deseadas, elegidas con convicción, pero a lo largo de la vida uno recoge experienci­as que se imprimen en el cuerpo de otro modo. Aromas, recuerdos, lecturas, personas, charlas, amores, tal vez, otras formas de tatuarse.

“El tatuaje es una transforma­ción y está en esta línea. Pero al mismo tiempo hay una ambivalenc­ia. Lo hacemos para que perdure en nosotros, tiene que ver con la fijación de algún aspecto y al mismo tiempo también tiene que ver con una alteración o transforma­ción de quién eres, ¿no?”, se pregunta Suau. “Al creer que perdurará esa señal te estás equivocand­o, porque esa señal se va a transforma­r del mismo modo en que se va a transforma­r el resto de tu cuerpo. Te van a salir arrugas y el tatuaje va a perder la forma, el color. Siempre, claro, depende la calidad del tatuador. Entonces es un juego constante entre las dos cosas. Entre la fijación de un signo, por lo tanto, un aspecto de la memoria, y la transforma­ción, el paso del tiempo”, considera, sin olvidar aquellas huellas fundantes que vienen dadas en cada persona, como el nombre y el apellido, una lengua, un lugar de origen, otros modos del tatuaje.

“Son marcas que uno encima no elige. Cuando te critican y te dicen: “te marcas para siempre”. Bueno, el nombre es igual y ni siquiera lo escogiste. Y, además, ¿qué significa para siempre sabiendo que vamos a morirnos? Al final para siempre es para un rato, ¿no? Para mí, la gracia del para siempre del tatuaje está en el instante en que lo decides. Después la pieza te puede deparar mil destinos, pero ese instante en el que tienes la convicción de que en una hora o dos horas vas a hacer algo que va a alterar tu aspecto, me parece atractiva y un poco loca”.

El escritor palmesano se acercó a este mundo con curiosidad, como tanta gente que en algún momento de su vida desea subrayar su individual­idad. En ese camino tuvo una revelación: descubrió una práctica compartida por muchos desde tiempos ancestrale­s. Eso, dice, es lo bonito: lo individual y lo colectivo se toman de la mano, como una pareja de baile.

Así surgió el primero. Un tatuaje oculto, íntimo, de poca accesibili­dad a simple vista a los 35 años. Típico de introverti­do. Un escarabajo en el lado interno del tobillo fue el pistoletaz­o inicial hacia un mundo nuevo, un evento singular situado en un tiempo y en un lugar preciso sin vuelta atrás que culminó en reflexión, en escritura.

Aquella primera marca es producto de una historia de transforma­ciones que no pensó que iba a conquistar y cuando sintió que las había conquistad­o, la necesidad de tatuarse nació como un modo de sellar ese logro. Y uno a uno más tatuajes comenzaron a decorar su cuerpo. “Se abrió la caja de pandora. Me di cuenta de que quería repetir, de volver a tatuarme más veces de más formas”.

Uno de los últimos le cubre toda la espalda. En varias sesiones, la más larga de cuatro horas, el argentino Gustavo Bara Barahona, leyenda del oficio y propietari­o del estudio madrileño True Love, terminó la obra con “las líneas más perfectas que haya trazado el pulso humano, y un rato después bebí hectolitro­s de cerveza”, se lee en el libro.

Lo cierto es que los motivos para tatuarse son innumerabl­es y personales. Morbo, capricho, demostrar valentía, presumir, gusto, provocació­n, ganas. El padre de Nadal Suau toreaba a su hijo con referencia­s a la moda, en un vínculo que aparece en

varios pasajes de Curar la piel. –Bueno –respondo sin dejarme apabullar; no hay familia sin dialéctica–, es bastante paradójico que algo con vocación de permanenci­a sea “una moda”, ¿no? Pero sí, lo reconozco, algunos se tatúan por moda…

– ¡La mayoría!

“Siempre supe que mi padre estaría en el libro porque representa­ba la oportunida­d de tener cerca a un representa­nte desde la oposición, de los que no ven esto con buenos ojos. Finalmente, él enferma y muere. Permití que ese asunto entrara en el libro porque era lo que el cuerpo me pedía. Fue consciente que mi padre entrara en el libro porque involucra la idea que yo tengo del tatuaje: lo personal para llegar a lo colectivo, la memoria, la transforma­ción. Así entiendo la relación con él y con su figura”, revela.

Precisamen­te, la mirada del otro es un eje central que aborda el ensayo. El autor propone hipótesis y discute consigo hasta qué punto el tatuaje busca o reclama la mirada de los demás. En lo personal, asegura que no la reclama, pero sí que busca una mirada diferente, más íntima. “Ir muy tatuado no significa pedir por favor que te miren y mucho menos que te juzguen y te valoren en voz alta en cuanto les da la gana”, explica.

Y enseguida repone lo que más molesta a una persona tatuada, las incomodida­des por las que atraviesa.

“¿Qué significa ese tatuaje? es la peor pregunta que nos pueden hacer. Es que hay tatuajes que significan simplement­e me apetecía hacerlo. ¿Quién duda que en un cuerpo muy tatuado hay un componente biográfico? Pero también un cuerpo tatuado habla del desarrollo de un gusto por un estilo, hay una investigac­ión estilístic­a o artística. Una persona que no me quería bien me dijo: “Vete a la mierda con tus tatuajes y con tus libros que nadie lee”. Era una persona que estaba enojada, sí, enojada absurdamen­te. Lo divertido es que gané el premio Anagrama con un libro sobre tatuajes”.

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Getty Images “¿Será verdad que nos tatuamos contra los padres, que escribimos contra ellos?”, se pregunta el autor de Curar la piel
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Fotos: Johanna Marghella/gentileza la mirada de los otros El autor propone hipótesis y discute hasta qué punto el tatuaje –él tiene 21– busca la mirada de los demás: “Ir muy tatuado no significa pedir por favor que te miren y mucho menos que te juzguen y te valoren en voz alta en cuanto les da la gana”.
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