“TENGO UN FIN CLARO: QUIERO QUE LA ARGENTINA CAMBIE”
EL CANTANTE LÍRICO CHRISTIAN PEREGRINO, QUE FUE DESPLAZADO POR CUESTIONES POLÍTICAS, HABLA DE SU INFANCIA DURA Y DE SU PRESENTE ESPERANZADO
Cuando la sociedad está en crisis, está claro que el artista es afectado tan poderosamente como los demás ciudadanos –afirmaba Virginia Woolf en una conferencia pronunciada en 1936–. Pero esa perturbación, lo afecta de manera diferente –decía la novelista británica–, lo asedia con voces perturbadoras. Y hay una voz que muchos artistas ya han escuchado en otros países y se han visto obligados a obedecer. Es la voz que proclama que el artista es el sirviente del político y le dice: ‘Sólo podrás practicar tu arte bajo nuestras órdenes. Pintarás nuestros cuadros, esculpirás las estatuas que glorifiquen nuestros evangelios y predicarás lo que te ordenamos predicar, pues no podrás existir en otros términos (…) Con todas estas voces gritando en sus oídos, el artista se ve obligado a participar en la política por dos causas de suprema importancia: su propia supervivencia y la supervivencia de su arte”.
Estas palabras de Woolf en los albores del fascismo vienen a cuento del caso de un cantante lírico que fue cancelado por repudiar en sus redes sociales el escrache al hoy presidente Javier Milei en el Teatro Colón. Fue, como decía la escritora, el artista que se atrevió a desafiar “la prédica que le ordenan predicar”, y la más contundente prueba de ello es el hecho de que no hubo sanciones para los “escrachadores”, sino para quien protestó ante esa práctica fascista.
¿Pero podría realmente esperarse que prime la excelencia por sobre la ideología o los intereses partidarios en una institución cuyos propios directores artísticos acceden al cargo no por un concurso público ni por la autoridad en el ejercicio de ese arte que deben regir, sino precisamente por su trayectoria en la política y por los favores que ésta paga en nombre de la lealtad? Muy probablemente no. Ya lo advertían los intelectuales del mundo libre hace casi cien años: en un orden donde, por entonces la doctrina y hoy el mero oportunismo, gobiernan por encima del mérito, resuena, más torpe o más sutil, el eco de aquella voz que proclama “que el artista es sirviente de la política”.
En las Conversaciones de este domingo, hablamos con el cantante que fue apartado de la producción del Réquiem de Verdi en el Teatro Argentino de La Plata luego del intercambio en las redes sociales con una sindicalista de ATE, el gremio que lo declaró persona no grata por haberlos llamado “compañeritos, comisarios de cuadra”: Christian Peregrino, un bajo notable con más de veinte años de una
carrera profesional destacada en el medio lírico; que se formó en el campo de las ciencias duras y más tarde en el canto lírico, resultando en una combinación infrecuente de inteligencia y sensibilidad; que se interesó por la política a una edad muy temprana y atravesó las vicisitudes de una vida singular por la cual hoy afirma que solo lo mueve la conciencia por el país que le dejamos a la juventud. Cuenta que hay otros casos de artistas apartados por razones políticas desde la administración de Daniel Scioli y que la historia de un abuelo le reveló “la verdadera cara” del peronismo. Porque llega un punto –como decía la autora de la conferencia citada del año 1936–, en que “el artista se ve obligado a participar en la política por dos causas que están en juego: su propia supervivencia y la supervivencia de su arte”.
–¿Recordás cuándo comenzaste a interesarte por la política?
–De chiquito. En los años 80 había un programa de TV que daban los domingos a la noche, De bueyes
perdidos, donde se representaba el Senado. Me fascinaba verlo. Pero en mi casa nunca se habló ni una palabra de política. A mis padres no les interesaba. Cuando llegaron las elecciones en el 83 y yo tenía 12 años, no sé por qué se me dio por hacerme peronista. A los 15 fui a un acto de Antonio Cafiero. El acto empezaba a las 7 de la tarde. Yo fui desde el colegio. Llegué temprano y me ubiqué en la primera fila. Me impactó cómo llegó la patota sindical con los bombos y me corrieron 200 metros atrás. Era muy chico. No sé por qué seguía siendo peronista.
–¿Qué te significó haber perdido las funciones del Réquiem?
–Me bajaron el 22 de noviembre [irónicamente, el Día de Santa Cecilia en que se celebra el Día de la música]. En la discusión de ese día, me sentí con una fuerza que me comía el mundo. Al día siguiente, me cayeron las fichas y entré en la cuenta de lo que había pasado. Sentí que era algo feo. La primera función era el 25, el día de mi cumpleaños. Como el Argentino paga un honorario bajo, a 90 o 120 días, para mí ese Réquiem era un regalo de cumpleaños que me hacía a mí mismo porque la considero la obra más sublime que jamás se haya escrito. Fue triste ese 25 de noviembre no haber estado en el escenario como me correspondía ¡pero el viernes 15 de diciembre la vida me cambió!
–¿Por qué?
–Porque mi caso era el fin de una lista de colegas que me habían precedido con situaciones similares. Artistas que no se animaron o no pudieron denunciarlo públicamente. Fueron muchos, por eso me sentí en la obligación de hacer algo. Yo no necesito nada. No soy rico ni pobre, pero tengo lo que necesito, mis noches sentado en un sillón rodeado de mi perro y mis tres gatos, mi pantalla y mis equipos de música. Ahí encuentro mi paz mental. Me sacaron del Argentino y me dolió porque tengo una larga historia con esa casa. Yo debuté en ese teatro como