LA NACION

“PARA SER BUENOS PADRES TENEMOS QUE TOLERAR QUE NOS VEAN MALOS”

MARITCHU SEITÚN, LA PSICÓLOGA INFANTIL MÁS LEÍDA DEL PAÍS Y ESPECIALIS­TA EN CRIANZA, ANALIZA LA IMPORTANCI­A DE LOS LÍMITES Y DE LA AUTOESTIMA EN LOS HIJOS, Y LA MAL LLAMADA “CRIANZA RESPETUOSA”

- — texto de Mariángele­s López Salon y fotos de Mauro Alfieri —

Su profesión es conocida: licenciada en psicología, especialis­ta en crianza, escritora de un best seller. Lo que no dice en ninguna línea su curriculum es que, cuando descubrió las teorías que le darían rumbo a su carrera, también se daría cuenta que no le gustaba tanto la forma en que había criado a sus hijos. Así fue como Maritchu Seitún, hasta entonces dedicada a terapias de niños y adolescent­es, comenzó a enfocarse en los padres, para orientarlo­s y ayudarlos a tener otra mirada de sus hijos. Luego siguieron las conferenci­as, las charlas en los colegios y, claro, la publicació­n de sus libros.

¿Cuál era esa mirada? “De mucho más respeto hacia el chico, y de mucha más confianza, para que pueda prosperar solo. Quiero que otros papás sepan lo que a mí me hubiera gustado saber cuándo empecé a criar a mis hijos”, dice.

Mientras comenzaba a poner el foco sistemátic­o más en los papás que en los niños, en paralelo descubrió otros autores y teorías: “Me dieron vuelta a la cabeza. El pediatra, psiquiatra y psicoanali­sta inglés Donald Winnicott, el psicoanali­sta austríaco Heinz Kohut, la teoría del narcisismo sano, el doctor José Valeros, un médico argentino psicoanali­sta con el que tuve el honor de aprender durante muchos años. Y realmente me dije ‘esto es lo mío, esto es lo que quiero hacer’, que va muy en sintonía con lo que hoy llamamos mindfulnes­s, neurocienc­ias, todo eso era una visión psicoanalí­tica de lo que hoy la ciencia confirma”.

–¿De qué forma habías criado a tus hijos (un varón y dos mujeres)?

–Los crie de chiquitos como había sido criada yo, con una línea más bien autoritari­a, firme, tranquila y contenta de lo que estaba haciendo, que respondía también a la primera manera en la que trabajé, que se llama Psicoanáli­sis del yo.

–¿Qué te generó esa mirada retrospect­iva, de cómo habías criado a tus hijos?

–Si yo puedo perdonar a mamá, que ella me crio también de la manera como la criaron a ella... Me parece que no podemos juzgar con los conocimien­tos de hoy en función de lo que hizo alguien hace 40 o 60 años, con los conocimien­tos que tenía en ese momento. Supongo que mis hijos me van a perdonar [ríe], que me quieren igual, los estoy ayudando a ellos, con todo lo que sé, para criar a sus propios hijos, y mi reparación es esa.

–¿Cuál es el feedback de los padres? ¿Qué perciben como más lo novedoso de lo que compartís con ellos?

–Creo que lo más novedoso hoy es la postura intermedia, que no es autoritari­a solamente, pero tampoco es permisiva. Hoy los colegios están muy preocupado­s con lo que la gente llama, mal, “crianza respetuosa”, porque creen que la crianza respetuosa es preguntarl­e al niño todo, qué quiere comer, dónde quiere dormir, cuándo quiere dejar los pañales. Y la crianza respetuosa tiene que ver con respetar la ‘persona niño’, pero no convalidar todas las decisiones del niño.

–¿Cómo se logra?

–Por ejemplo, si la madre le pregunta al niño si quiere ir al cumpleaños de su amigo o a la primera comunión de su hermana, que es la única vez que tomará la primera comunión. Hay decisiones que no pueden tomar los chicos, que las deben tomar la mamá o el papá. Claro que el chico se va a enojar, pero son los padres que saben y toman la decisión. La crianza respetuosa está mal entendida, supone que respetar es que no le duela, que no sufra, que no se esfuerce, que no espere. En cambio, es “respeto tu persona”, pero te conduzco, porque no puedo no conducir a un chico chiquito.

Le tengo que dar la mano para cruzar la calle, le puedo dar a elegir si me da la derecha o la izquierda.

–¿En qué posición quedan los colegios ante la ‘crianza respetuosa’ mal interpreta­da?

–Los colegios están preocupado­s, especialme­nte después de la pandemia, aunque ya se veía antes. Los papás vienen muy millennial­s, por decirlo de alguna manera, todo yo, lo que yo quiero, lo que a mí me gusta, y esto lo trasladan al hijo. Si mi hijo quiere, que haga; si quiere faltar, que falte; si no quiere estudiar, que no estudie. Siempre tiene razón mi hijo y la maestra siempre está equivocada.

–¿Qué complicaci­ones genera en los colegios?

–No solo resta autoridad al colegio, sino también confianza. Los papás eligen una escuela, trasladan su confianza a esa institució­n y así transmiten su confianza al hijo. Ahora, si no les gusta lo que la maestra dijo al hijo, los padres protestan sin pensar, sin ver qué pasó, cómo fue, sin escuchar lo que dice la maestra. Entonces, el chico tampoco confía en la maestra. Si no confía en la maestra, no la respeta, y si no la respeta, no le obedece.

–¿Cómo se educa en ese contexto?

–Para la maestra es muy difícil enseñar así. Se desarma el equipo colegio-familia por ese egocentris­mo de las generacion­es nuevas. De la mano de eso pasa otra cosa que también me impresiona mucho. La sociedad de consumo se sumó al movimiento permisivo para decirle a los papás: si ustedes quieren que sus hijos sean felices, denle todo lo que piden, hagan todo lo que ellos quieren y sus hijos van a ser felices. Sin darse cuenta de que no es así.

–Que la felicidad no se logra así

–La felicidad no tiene que ver con eso, es al revés. Los chicos serán felices si pueden esperar, si pueden frustrarse, si pueden esforzarse, e incluso si saben sufrir. Porque una mamá que le evita el dolor al hijo, no lo puede evitar cuando él está en el recreo. O cuando el novio la dejó porque no la quiere más. La tarea de los papás es acompañarl­os para que se hagan fuertes. Cuando sean fuertes podrán ser felices de a ratos.

–¿El objetivo de los padres siempre es que su hijo sea feliz?

–Me gusta como objetivo que sean felices. El tema es cuál es el camino para que sean felices. No es que tengan todo lo que quieran, o lo que yo quiero. Algo más que hace esta sociedad de consumo es confundir a los papás: creen que los chicos necesitan lo que en realidad desean. A veces desean y necesitan, pero otro montón de veces desean porque lo vieron en la propaganda, porque lo tiene el amigo y creen que sin eso no pueden vivir. Si le das al chico lo que desea y eso no es lo que necesita, no podrá ni ser feliz ni prosperar, lamentable­mente.

–En la actualidad, ¿cuáles son las consultas más habituales o recurrente­s?

–Me consultan mucho por el tema límites. Los papás quieren ser buenos y no ser malos con sus hijos, entonces les cuesta mucho poner límites. Mi frase de cabecera en ese tema es padres buenos o padres malos. Para ser buenos padres y cuidarlos tenemos que tolerar que se enojen con nosotros y nos vean malos. Porque cuando los mandás a la cama, cuando les decís que se laven los dientes, que no lleguen tarde al colegio, desde el punto de vista del hijo sos malo. Vos sabés que sos bueno, para ser un buen papá hay que tolerar que los hijos nos miren feo, y esa es una de mis claves.

–¿En qué edades?

–En todas las edades, los límites comienzan cuando el bebé es chico. Si a los 7 meses gatea y pone el dedo en el enchufe, se lo sacás. Cuando lo tenés que meter en la bañadera lo hacés igual, porque sabés que se tiene que bañar. La vacuna se la ponés igual, aunque no quiera. Los límites vienen desde el comienzo, y también tienen que ver con el colecho, el control de esfínteres, con lo que los chicos comen. Hay muchas dificultad­es que no son de límites, pero terminan siendo de límites.

–¿Y en la alimentaci­ón?

–Se arman unos líos tremendos y esos papás, con todo el amor y la buena voluntad del mundo, terminan muy fastidiado­s. Hace unos años, una paciente me contaba que su hija se quejaba porque quería ravioles de ricota, pero la mamá había comprado ravioles de espinaca, e hizo un berrinche. “Okey, te hago de ricota”, dijo la madre. Tampoco los comió, y el enojo de la madre fue cada vez peor.

–¿Cuál es el límite en ese caso?

–Es decirle Ay, qué mala suerte, no preparé tus preferidos.

O quizás se equivocó la mamá porque, probableme­nte, una chiquita no come de espinacas, y entonces los hace de vuelta, pero sin enojarse. Los papás y mamás están diciendo demasiado que sí y, al mismo tiempo, están trabajando y llegan al borde de sus fuerzas. Quieren consentir a sus hijos, pero sienten que no les da el físico. Otra cosa que les explico a los papás es que tenemos que cuidarnos nosotros. Es muy repetida la frase, pero es tal cual, en el avión te dicen: primero ponete vos la máscara. Cuidate, aprendé a decir que no, para decir que no sonriendo y no para decir que sí y después enojarte. El gran tema es ese, estos papás pseudo respetuoso­s o estos papás permisivos dicen que sí, que sí, que sí, y al final se enojan igual o más que los autoritari­os.

–¿Cuál es la diferencia?

–El padre autoritari­o, por lo menos, tiene un camino, será angosto, no será el mejor, quizás gritará de más y hará cosas que no están bien, pero tiene un camino y no se enoja. Los padres permisivos son muy cíclicos, y al final tampoco está bueno. Terminan enojados con los hijos porque “por tu culpa me enojé, yo te dejé dar siete vueltas de calesita y cuando te saqué en la octava, vos te volviste loco. Pero no entendés que habíamos dicho dos vueltas y diste siete. ¿No podés agradecer que diste siete vueltas en la calesita?” No, no va a agradecer ni nada.

–Es la repetición del reto lo que genera el enojo de los padres.

–Claro, si la situación continúa, le digo 14 veces que se bañe, que ya está la comida, y todavía no se bañó y empiezo a montar en cólera... Cuánto mejor sería que a las 7.30 me acerque y le diga, sí, te tenés que bañar, ya sé que es una fiaca, que estás divertidís­imo, pero ayer no te bañaste, así que hoy sí,

–¿Cómo se evita el desgaste?

–En esos casos hay dos maneras de poner el límite. Para los más chiquitos o cuando el yo no es lo suficiente­mente fuerte, le digo lo que quiero que haga y me ocupo de

que lo haga. Vení a la cama, te llevo a la cama; andá a la

mesa, te llevo a la mesa. Línea uno, te digo y te presto mi fortaleza para que hagas lo que me parece correcto y yo pueda seguir sonriendo. Línea dos, cuando van creciendo es “te digo, te aviso qué pasa cuando no lo hacés”. Por ejemplo, a la mañana tu hijo nunca está preparado para ir al colegio, dos hermanos se enojan porque el tercero

nunca está listo. Los padres deberían decir: “A las 7.30 me voy, el que no está listo irá al colegio, pero en remise (por supuesto con un adulto), y el remise lo pagará él con su plata. Además, a la noche se acostará un rato más temprano, porque si no estuvo listo a la mañana es porque tenía sueño. En dos o tres días de adelantar la hora de sueño y hacerlo pagar el remise con su plata, el chico empieza a levantarse de buen humor. Hay pautas que son claras y tienen que ver con esto: Te digo que a las 7.30 me voy, te aviso que si no estás listo igual irás al colegio, pero pagándolo vos. Pongo las pautas claras, comprendo lo que le pasa. Por ejemplo, a las 19.30 tienen que apagar la tele, se enojan y les contesto, sí, qué pena

que ya es la hora, pero te tenés que bañar, o decir qué rápido se hicieron las 19.30, pero la apagamos o la apago yo.

Vos enojate todo lo que quieras, que yo, como padre, no me voy a enojar. La autoestima del hijo y que ellos estén bien se relaciona con eso. Voy a sonreír cuando pueda ocuparme de que hagan las cosas bien, como a mí me parece que es correcto. Tampoco puedo ser una pesada que pone reglas para todos, estoy hablando de las reglas básicas e importante­s.

–¿Hay que elegir las batallas?

–Siempre que podamos decir que sí, hay que decir que sí.

Otro paciente, de 12 años, se peleó con la madre y conmigo en el consultori­o. Estaba furioso porque la madre quería que fuera a un cumpleaños con jean, el chico quería ir de jogging. Cuando llegan al cumpleaños, estaban todos con jogging. Me parece que está bueno que abramos la cabeza, escucharlo­s y elegir la batallas. Eligiendo las batallas, sosteniend­o el “no” sin enojarnos, pero para eso la clave es no decir las cosas mil veces. La consulta clásica es hasta que no digo las cosas 10 veces y me enojo no me hacen caso. Y ese es el problema. La primera vez, no lo digo con enojo. La segunda, me levanto y me ocupo de que apague la tele, o de que se vaya a bañar. A veces les digo a los padres, enojate de mentira antes de enojarte de verdad. Así saben que las pautas que dan papá y mamá hay que cumplirlas, se acostumbra­n y después las hacen.

–Con los adolescent­es, ¿cómo se marcan los límites?

–Si el chico está acostumbra­do a hacer lo que él quiere, entonces cuando los papás le pongan pautas porque no quieren que vaya a tal lugar, que no tome alcohol, o que no se acueste tan tarde, es muy difícil. ¿Por qué voy a acatar normas ahora, que no acaté en los 10 años anteriores? El límite se va construyen­do. Quizás la gran diferencia de hoy es que los chicos obedezcan por amor y por confianza. Las generacion­es anteriores obedeciero­n por miedo, y por miedo a la pérdida del amor. Les decían: te voy a poner pupilo en Córdoba [se ríe].

–El vínculo cambia cuando están consolidad­as las pautas

–En ese vínculo seguro, los hijos se dan cuenta que cuando mamá me sacó de la pileta tenía razón, porque yo estaba helado y estaba tan divertido en el agua que no me daba cuenta de que tenía frío. Con muchas de esas experienci­as los chicos se dan cuenta. Entonces, si llegamos a la adolescenc­ia obviamente se van a enojar igual frente al límite, pero la diferencia es que el adolescent­e revolea los ojos, te dice sos insoportab­le, la peor de todas las madres, y otras cosas horribles, pega portazos, y ahí está el adulto que puede, sin enojarse, decir esas son las pautas de casa. Con papá decidimos esto, ya sé que te da rabia.

–Sin caer en el cuando tengas tu propia casa…

–Esa es la verdad. ¿Por qué nos fuimos de nuestra casa? Porque había reglas que no nos gustaban y queríamos tener nuestras propias reglas. ¿Por qué hoy los chicos no se van de sus casas? Porque son príncipes, del hotel cinco estrellas gratuito no se va nadie. Vengo con mi novia, no te aviso si vengo a comer o no. Las mamás y los papás terminan enojados porque sienten que los chicos abusan de ellos, y un poco de razón tienen. Ahora, ellos no se dan cuenta de que lo provocaron; hicieron sentir a los hijos que los papás eran esclavos y que los hijos mandaban.

–¿Qué papel juega la autoestima cuando se trata de poner límites?

–En el chico chiquito la autoestima va a depender principalm­ente de la mirada de su mamá. Entonces, si yo consigo que entre y salga del agua cuando lo considero, voy a seguir sonriendo. El hijo sentirá mi mamá me mira bien, está contenta conmigo. Luego van creciendo y ya empieza a pesar un poquito más la mirada del otro: quiero la cartuchera de tres pisos, tal celular.

–¿Y si en esos casos los padres también concentran su mirada en los otros?

–En esos casos se trata de la autoestima de los padres. Si ellos no tienen la autoestima alta van a necesitar que su hijo sea igual a los demás, y por ahí le dan cosas que no necesita, sino que desea. Ojo, porque esos papás también pueden enojarse si no saluda a la abuela, porque quieren que su hijo los haga lucirse. Y, si no la saluda, no nos lucimos como papás. Es súper importante que los papás y mamás tengamos la autoestima alta antes de criar a nuestros chicos

–¿Cuánto perjudica a los hijos que los padres intervenga­n en problemas entre chicos?

–Me puedo meter de dos maneras equivocada­s y una adecuada. Equivocada­mente diciendo pobrecita mi nena, cómo

no la invitaron al cumple. O la llamo a esa mamá y le digo de todo, y hablo con el colegio. Con eso aumento las ideas persecutor­ias de mi hija: ella siente que no la eligieron y yo le digo: tenés razón, no te eligieron y es terrible que no te hayan elegido. O puedo hacer lo contrario y decirle, ves, vos siempre estás molestando, ahora las chicas no te eligen. .

–¿Y cuál sería la forma adecuada?

–Le puedo decir, uy, no te invitaron. ¿Quién fue que no te invitó? ¿Por qué te parece? Pero yo conservo la calma, no me caigo a la pileta junto con mi hija.

–Es que a veces ni siquiera el hijo se está cayendo la pileta.

–Cuando la madre aumenta las ideas persecutor­ias, segurament­e tenga que ver con lo que le pasó de chica, o con lo que teme que le pase a ella. Y sí, efectivame­nte la empujo a la pileta conmigo, cuando ella ni siquiera estaba en el agua. De todos modos, si mi hija me dice no me invitaron, no necesita que yo le diga no te preocupes o no importa, porque no le sirve que le diga eso. Porque dolerle le dolió, no sé cuánto, si para ahogarse o no ahogarse.

–“Crecer significa separarse y elegir”, uno de tus temas favoritos.

–Crecer duele, y los papás no quieren que sus hijos sufran. Entonces, o no los ayudan a crecer o los ayudan a crecer evitando el dolor. Está bueno entender que la vida duele, que crecer duele, y que papá y mamá no están ahí para evitar el dolor, sino para acompañar el sufrimient­o de los chicos, hacerlos fuertes para cuando estén solos y puedan progresar. Porque la gran diferencia hoy es que los hijos actúen por amor y por confianza.ß

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