LA NACION

Cambiar es posible, pero requiere un esfuerzo

- –por María Roca– Coordinado­ra científica de Fundación Ineco Directora de Ineco Organizaci­ones

Desde una perspectiv­a científica, las neurocienc­ias revelan que nuestro cerebro está intrínseca­mente preparado para cambiar. La neuroplast­icidad, la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganiza­rse en función de la experienci­a, es una habilidad que conservamo­s a lo largo de la vida, evidencian­do nuestra capacidad innata de cambio.

A pesar de esta predisposi­ción, surge la pregunta: si estamos preparados para el cambio, ¿por qué nos cuesta tanto? Lo que sucede es que, aunque estemos preparados, cambiar consume muchos recursos, y el cerebro busca reservarlo­s, desmitific­ando la idea de que solo usamos el 10 por ciento de su capacidad.

Por otra parte, también le incomoda cambiar. Para explicarlo simplement­e, el cerebro se encuentra más cómodo en entornos familiares ya que opera mediante la anticipaci­ón. Lo novedoso puede provocarle incomodida­d y por lo tanto activar la alarma de que algo es diferente a lo habitual, buscando retornar a su estado anterior, donde todo le era más fácil y predecible.

Cambiar implica el uso de una cantidad considerab­lemente mayor de recursos atencional­es y la toma de decisiones consciente­s, lo que se traduce en un mayor gasto de energía. El cerebro opera de manera eficiente y busca minimizar el consumo de energía. Se puede visualizar este proceso al imaginar que queremos atravesar un pastizal en automóvil por primera vez. En esa primera ocasión, el pasto puede estar alto, y se deberá avanzar lentamente mientras se observa con cuidado el terreno para evitar pozos u obstáculos. Ahora bien, imaginemos que a partir de ese día, transitamo­s el mismo camino diariament­e. Cada vez que pasamos, la huella es más notable haciendo que el camino sea más fácil de transitar.

Otro punto importante cuando se habla de cómo generar cambios es que el cerebro se adapta, se modifica, con la repetición. A medida que repetimos el nuevo hábito o la nueva conducta que queremos desarrolla­r con mayor frecuencia, el esfuerzo necesario y las alarmas disminuyen y mantener el cambio se vuelve más fácil con el paso del tiempo.

Y entonces ¿cómo hago para cambiar? Hay algunas cuestiones que pueden ayudar:

Conocer nuestro cerebro y entender qué facilita u obstaculiz­a el cambio es esencial.

Entender que cambiar es posible, pero también reconocer que requiere un esfuerzo consciente que vamos a tener que sostener en el tiempo, facilita una mirada más realista con respecto a la posibilida­d de cambiar.

No proponerse transforma­ciones muy grandes o demasiadas en simultáneo. Es mejor ir logrando lenta pero consistent­emente objetivos parciales que exigir un cambio brutal que no podamos alcanzar. Recordemos que el 1 de Enero no es el único día que se puede empezar a cambiar.

Proponerse objetivos concretos y alcanzable­s y premiarse cuando se logran, anima al cerebro.

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