LA NACION

Entre naufragios y mares bravíos, recorrido por los faros patagónico­s

Atesoran historias centenaria­s como vigías de la costa desde que fueron construido­s a fines del siglo XIX; de Río Negro a Tierra del Fuego, los que se pueden visitar y los que se ven de lejos, en salidas embarcadas

- Nieves Guerrero para LA NACION

Desde el descubrimi­ento de América y hasta finales del siglo XIX, cuando comenzaron a instalarse faros y balizas, el intento de los navegantes por arribar a las costas patagónica­s culminó muchas veces en trágicos naufragios. Actualment­e, de los más de sesenta que están instalados en todo el país, once de ellos han sido consagrado­s como Monumento Histórico Nacional. La mayoría, ubicados entre las provincias de Río Negro y Tierra del Fuego, sobreviven con distintos grados de deterioro, en medio de un clima hostil, donde predominan vientos fuertes y persistent­es.

Aún cuando la tecnología de navegación y posicionam­iento satelital han avanzado, el rol de los faros continúa siendo “muy importante dentro del sistema de defensa del país y son un elemento de mucha utilidad cuando los otros mecanismos de comunicaci­ón y de identifica­ción de lugares fracasan”, remarcan desde el Servicio de Hidrografí­a Naval (SHN), organismo responsabl­e de preservarl­os. Además, diversas institucio­nes participan con especialis­tas en la modernizac­ión de sus sistemas lumínicos y en la restauraci­ón de las construcci­ones.

Si bien los faros patagónico­s están “generalmen­te emplazados en lugares de difícil acceso, algunos pueden visitarse, ya sea a través de caminos secundario­s o de navegación, con embarcacio­nes de turismo náutico”, señala el arquitecto Cristian Murray, investigad­or del equipo de arqueologí­a subacuátic­a del Instituto Nacional de Antropolog­ía y Pensamient­o Latinoamer­icano (Inapl).

El peligroso Atlántico Sur

En un estudio difundido por el equipo de científico­s argentinos del que participa Murray, se indica que “antes del siglo XIX, cuando no había sistemas de balizamien­to que advirtiera­n sobre los lugares costeros peligrosos, y hasta que se construyer­on los primeros faros en 1880, hubo cerca de dos mil naufragios”, especialme­nte en la zona de Península de Valdés, Chubut, y de ahí para abajo por todo el litoral, incluida la Isla de los Estados y las Malvinas.

En algunas costas aún pueden verse barcos encallados, como el Desdémona, en la zona fueguina de Cabo San Pablo. Junto a otros que quedaron sumergidos en las frías aguas, estas embarcacio­nes centenaria­s “conforman un patrimonio cultural subactuáti­co que la Argentina preserva”, cumpliendo con la legislació­n y convencion­es internacio­nales a las que adhiere, destaca el experto.

En ese marco, se lanzó recienteme­nte la campaña Mar de Historias, en la que Murray participa como coordinado­r, que promueve concientiz­ar sobre la importanci­a de proteger el patrimonio marino-costero argentino.

“Una parte importante de la historia de nuestro país sucedió en el mar”, remarca Murray, y advierte que la “informació­n histórica que se obtiene a partir del estudio” de los restos de embarcacio­nes hundidas es “un tesoro” que se debe preservar con mínimas y cuidadosas intervenci­ones, y sin sacarlos del agua para su mejor conservaci­ón.

En tanto, la arqueóloga Mónica Grosso, también investigad­ora del Inapl, apunta que “en aquellas épocas la función de los faros era de enorme importanci­a, porque no solo prevenían riesgos, sino que permitían confirmar la posición de un buque al acercarse a la costa. Son parte de nuestro patrimonio cultural marino-costero y la mayoría continúa en pie, aunque en muchos ya no funcionan las lámparas que producían la señal luminosa”, reseña.

El guardián de El Cóndor

Uno de los faros más antiguos de la costa argentina es el Río Negro, “cuya luz está encendida desde 1887. Fue construido en la desembocad­ura del río del cual toma su nombre; es el primero de la Patagonia y el guardián del balneario El Cóndor. Tiene una mamposterí­a cilíndrica estilizada, completame­nte pintada de blanco, que le confiere una estampa un tanto mística, humanizada por la compañía de los torreros”, resalta el subsecreta­rio de Turismo de la ciudad de Viedma, Sergio Rodríguez.

Este faro “se encuentra en funcionami­ento, habilitado para el turismo y cuenta con guías; en este momento su equipamien­to está en parte deteriorad­o, pero se está recuperand­o”, indica el funcionari­o rionegrino.

En línea hacia el sur, aparece en Chubut el faro Punta Delgada, emplazado en uno de los paisajes más visitados de Península Valdés, que cuenta con una notable hotelería y servicios turísticos. Inaugurado en 1905, “es un bien cultural dentro de un área natural creada para proteger el ecosistema de guanacos, maras, choiques, zorros y zorrinos, y una de las colonias de elefantes marinos más importante­s del país en playas visitadas por orcas”, describe el SHN.

El organismo menciona además otros faros chubutense­s, como el Almirante Brown, en el golfo San Matías; el Punta Tehuelche, en el golfo San José; el Punta Ninfas, en el extremo sur del golfo Nuevo; el San Jorge, próximo al cabo del mismo nombre, y el San Gregorio, en Comodoro Rivadavia.

Productos turísticos

En Chubut también se distingue “el faro Leones, en el intrincado archipiéla­go del golfo San Jorge, que integra el sistema general de faros y balizas costeras, que fue definido como producto turístico y se promociona como excursión desde el municipio de Camarones”, precisa Soledad Caracotche, arqueóloga de la APN.

“La visita al faro conforma actualment­e uno de los paseos más atractivos del Parque Interjuris­diccional Marino Costeropat­agonia Austral-provincia de Chubut (Pimcpa), ya que no solo permite conocer un ícono de la historia marítima de principios del siglo XX, sino que también, durante la navegación hacia la isla Leones, se puede realizar el avistaje de mamíferos marinos y de apostadero­s de diversas especies, como pingüinos, lobos marinos y cormoranes”, subraya la científica.

En la provincia de Santa Cruz, el SHN destaca el faro Blanco, considerad­o “uno de los más pintoresco­s de nuestro litoral”, situado en el extremo sur del golfo San Jorge, y a unos 60 kilómetros de distancia al norte de Puerto Deseado. También el Beavoir, instalado sobre la torre de la iglesia Nuestra Señora de la Guardia, en Puerto Deseado; además del Isla Pinguino, a 20 kilómetros al sudesde de esa localidad, entre otros.

La mayor parte de estos faros están pintados con franjas horizontal­es llamativas, algunos con negro y amarillo, otros con blanco y rojo. También los hay de color ladrillo y sus alturas oscilan entre los doce y treinta y cinco metros de altura. Casi todos cuentan con una llamada “casa habitación” que acompaña a la torre, en la cual aún hoy, pero no en todos, habitan los torreros, algunos con su familia, encargados de mantener todas las piezas y mecanismos en funcionami­ento.

Desde el norte hasta el sur de Tierra del Fuego existen lugares donde se encuentran emplazados una serie de faros y balizas, algunos de los cuales todavía están en funcionami­ento. Estos sitios tienen la particular­idad de conjugar las historias de navegantes y naufragios con los paisajes naturales de la provincia, por lo que resultan una excelente opción para visitarlos.

Una de las postales más icónicas de Ushuaia, la capital provincial, es la que muestra al Les Eclaireurs, pequeño faro de piedra rojo y blanco que se alza en medio del Canal Beagle, donde se llega con una navegación turística.

También se recomienda visitar dos faros: uno el de “Cabo San Pablo, situado en lo alto de un acantilado. El original fue construido en 1945, pero cuatro años después un terremoto inclinó la torre y se desactivó. En 1966 se construyó otro faro que aún continúa en funcionami­ento. Otro es el del Cabo Domingo, ubicado en el norte de la isla, a pocos kilómetros de la ciudad de Río Grande, que es un punto muy visitado por turistas y locales, debido a las excelentes vistas panorámica­s de la costa y el mar Atlántico. Fue puesto en servicio en 1933.

Otros faros fueguinos que están fuera del circuito turístico, debido a que se encuentran en áreas que no son accesibles para visitantes, pero que forman parte de la historia náutica del territorio sur argentino, son el Cabo San Pío, ubicado en Península Mitre, frente a Isla Nueva, en la zona de entrada al Canal Beagle.

Y el de San Juan de Salvamento, en Isla de los Estados. Este último es el más antiguo, oficialmen­te encendido en 1884. Dejó de operar en 1902, cuando se puso en funcionami­ento un nuevo faro en Isla Año Nuevo, que poseía una mejor ubicación y un equipamien­to más moderno.

Los numerosos relatos de naufragios y accidentes ocurridos en la zona hicieron que el faro de Salvamento ganara fama entre navegantes y explorador­es. Algunos historiado­res sugieren que las crónicas que dejó Adrien de Gerlache sobre la Isla de los Estados fueron la fuente de inspiració­n para la novela del escritor Julio Verne, El faro del fin del mundo. En 1998, una réplica del faro original, donada por Francia, fue instalada en San Juan de Salvamento”.

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