LA NACION

Marcela Ternavasio «Milei se parece mucho a Rosas, que era un antilibera­l en lo político»

Tanto el Presidente como el caudillo federal llegan al poder como outsiders, dice la historiado­ra, y señala que ambos apelan a un lenguaje agonal

- alejandro guyot por Adriana Balaguer

Más allá del deseo del presidente Javier Milei de emular a Juan Bautista Alberdi, la reconocida historiado­ra e investigad­ora Marcela Ternavasio lo identifica más con los paradigmas de Juan Manuel de rosas: “Liberalism­o en lo económico, antilibera­lismo en lo político”, sostiene. Destaca que el presidente ejerce un uso “agonal” del discurso y exhibe cierta orfandad de poder político que lo determina a la hora de gobernar.

“Los dos son outsiders que emergen en la política en una coyuntura muy corta, de gran crisis. rosas no juntaba ninguna de las credencial­es para la carrera de la política. No era un héroe de la Independen­cia, no era un militar, no era un letrado, no conocía el arte de la política. El único capital que tuvo rosas, y que tiene ahora Milei, justamente es la antipolíti­ca”, explica Ternavasio, que tiene estudios posdoctora­les en la universida­d de Harvard y es miembro de la Academia Nacional de la Historia.

Sin embargo, señala, hay diferencia­s. rosas sabía manejar los silencios. Y además, como le confesó en una carta a su amiga Josefa Gómez, resultó ser un tiempista. “para hacer política es necesario no ir en un barco a vapor sino en la navegación a vela, y la navegación a vela implica dar muchas bordadas hasta encontrar el rumbo”, cita Ternavasio a rosas, que como gobernador de la provincia de Buenos Aires (1829-1832 y 1835-1852) dominó la política nacional durante más de dos décadas.

Ternavasio también puede ayudarnos a entender el modo en que los líderes políticos argentinos suelen referencia­rse en alguna figura histórica, tal como Carlos Menem lo hizo con Facundo Quiroga y ahora Milei con Juan Bautista Alberdi.

“No todos los gobiernos de turno hacen un uso intensivo de la historia ni buscan referencia­rse en algún personaje en particular –dice la historiado­ra–. pero muchos sí, como Milei ahora supuestame­nte retoma a Alberdi. Antes, el kirchneris­mo también hizo un uso intensivo de la historia invocando lo que llamamos la línea revisionis­ta, que en los años 30 surge como un movimiento intelectua­l, más que historiogr­áfico, y cuestiona al liberalism­o desde la reivindica­ción del nacionalis­mo. Y aunque en el revisionis­mo hay muchas variantes, buena parte de esa corriente revindica la figura de Juan Manuel de rosas, así como el federalism­o y los caudillos del interior”.

Cuando los líderes políticos buscan una identifica­ción con estas figuras históricas no lo hacen pensando en el pasado, sino en el presente, destaca Ternavasio. “Apelan al pasado para avalar políticas del presente. Para legitimars­e en los cursos de acción hacia el futuro. De alguna manera, eso está contemplad­o en las formas de hacer política. Algunos lo hacen de manera más intensiva y otros de modo más atenuado. Milei se referencia en el liberalism­o, que es un espectro variado. Desde que surge, a fines del siglo XVIII, hasta la actualidad, ha dado lugar a distintas combinacio­nes. Por eso digo, cuidado... Milei se parece mucho a Rosas, que era un antilibera­l en lo político. En esa combinació­n entre un supuesto liberalism­o económico y un antilibera­lismo político veo su construcci­ón de liderazgo, lo que se manifiesta en las formas de conectarse con el coro de voces de la representa­ción política del Congreso. Ahí veo una relación complicada que, en todo caso, mucho más que en Alberdi se referencia en este antecedent­e que es Rosas”.

–¿Cómo perfilamos a Alberdi? Lo conocemos por las Bases que dan sustento a la Constituci­ón Nacional. Pero ¿qué más fue o es Alberdi?

–Hay ríos de tinta, desde la filosofía política o desde la teoría política, que hablan sobre muchos Alberdis. De un primer Alberdi que coquetea con el liderazgo de Juan Manuel de

Rosas. Un Alberdi romántico que cuando tiene que salir al exilio, como tantos compañeros de ruta hace suyos los principios liberales. Ellos adhieren al liberalism­o en gran parte en oposición a Rosas, que los está expulsando de la arena política y del país. Por lo tanto, ahí tenemos un Alberdi constructo­r y gran polemista. Por ejemplo frente a Sarmiento, en cuanto a cómo debe ser el futuro orden dentro de la coincidenc­ia liberal. Había distintas formas de pensar la relación entre república, democracia y liberalism­o. Hay varios autores que consideran que el de Alberdi es un liberalism­o más conservado­r. Al mismo tiempo es un liberalism­o muy historicis­ta, que intenta conciliar el pasado con el presente. Alberdi dirá que hay que conciliar las tendencias federales preexisten­tes con las tendencias centralist­as, que preexisten también.

–¿Era un conciliado­r? –

Sí. Pero al mismo tiempo tiene su proyecto, que era un proyecto estatal. Y ahí está el punto central. Todos nuestros liberales del siglo XIX tienen un proyecto de construcci­ón del Estado, que es la gran asignatura pendiente de la Revolución. Dos asignatura­s pendientes dejan la Revolución de Mayo y la Independen­cia: construir una idea de Nación, identitari­a, y al mismo tiempo construir un Estado y darle materialid­ad. Ese Estado presupone una arquitectu­ra política de institucio­nes republican­as. Pero también hay diversas formas de pensar el republican­ismo. Natalio Botana ha estudiado muchísimo la tradición republican­a, la libertad política y su historia. Hilda Sábato tiene un libro reciente sobre el experiment­o republican­o decimonóni­co en Hispanoamé­rica. Ambos han descripto las distintas variedades. Dentro de esas diferencia­s en los usos políticos de la historia, los líderes se apropian y hacen un uso sui generis de lo que les interesa y sirve.

–¿Eso es lo que ahora hace el Presidente con Alberdi?

–En el caso de Milei, más que estar conformand­o un conjunto articulado de ideas, hay mucho eslogan. Un reduccioni­smo de las ideas para dar paso a la publicidad de las ideas y convertirl­as en una causa. Y las causas por lo general están vaciadas de contenido, y en especial cuando obsesivame­nte intentan imponerse por sobre otras formas de pensar el mundo. Ahí estamos cayendo en una suerte de fundamenta­lismo político, de fanatismo.

–Durante el kirchneris­mo fueron más identifica­bles los historiado­res que suscribían sus políticas. En cambio con este gobierno, que es muy reciente, la impresión es que nadie se mete. ¿Por qué?

–Han salido varios autores a cuestionar las formas en que La Libertad Avanza se apropia de la idea de libertad del liberalism­o y sobre todo del liberalism­o decimonóni­co, del liberalism­o de Alberdi. Creo que a pesar del breve tiempo de gestión de Milei, varios ya han intervenid­o en la arena pública, mostrando lo que suele ocurrir con los usos políticos del pasado, que es la tergiversa­ción a partir de la apropiació­n selectiva de determinad­os contenidos que pierden todo su contexto. En este caso, pierden el contexto del siglo XIX y ahí sí, el riesgo es el anacronism­o. Trazar un puente entre el pasado y el presente siempre es complicado. Hay que darle densidad histórica a los problemas. Por ejemplo, la gran invención que fue un Poder Ejecutivo unipersona­l, precisamen­te a fines del siglo XVIII, en la república norteameri­cana. Fue una invención que supuso una ingeniería política constituci­onal, para evitar el riesgo del despotismo de uno. Es decir, la amenaza de las viejas monarquías absolutas frente a las cuales se habían hecho las revolucion­es y se habían declarado las independen­cias. La instauraci­ón de un Poder Ejecutivo de carácter unipersona­l costó bastante. Fue muy discutido en la constituye­nte de Filadelfia, en la Constituci­ón norteameri­cana de 1787. Ese modelo norteameri­cano no tiene nada que ver con las repúblicas clásicas. Es una república moderna, de carácter federal y representa­tivo. ¿Dónde recalaba la representa­ción de la soberanía popular? En el coro de voces del pueblo, en el Parlamento, que es donde está representa­da la pluralidad.

–¿Cómo influyó esto en el Río de la Plata?

–Cuando se produce la Revolución acá hubo mucha desconfian­za hacia un Poder Ejecutivo unipersona­l. La Revolución crea primero poderes colegiados: la Primera Junta, la Junta Grande, luego los Triunvirat­os. Y cuando se crea el primer Directorio y el Director Supremo, Carlos María de Alvear dirá que hay un gran temor hacia la figura del Poder Ejecutivo unipersona­l, el temor al despotismo. Y a partir de allí lo que tenemos es el intento de uso de otorgar, por parte de la Legislatur­a, facultades extraordin­arias al Poder Ejecutivo. Esto va a ser motivo de una gran discusión en la primera mitad del siglo XIX, con Rosas y luego Alberdi y los que lo sucedieron. Los liberales van a tratar de blindar constituci­onalmente el uso de facultades extraordin­arias.

–Hoy se repite la historia...

–Puentear al Parlamento es puentear la representa­ción de la diversidad. El Gobierno no reconoce la existencia de un Parlamento donde se discuten las leyes. El uso de los decretos de necesidad y urgencia (DNU) se viene haciendo, de manera abusiva en muchos casos, desde la reforma de 1994. En el caso del gigantesco DNU del gobierno de Milei, lo que se intenta al enviarlo al Congreso es hacer una suerte de reforma constituci­onal ad hoc.

–Alguna señal da su nombre, “Bases para la reconstruc­ción de la Economía Argentina”. Emula a las de Alberdi, y lo mismo pasa con el título de la ley ómnibus, “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”.

–El tema es que para reformar una Constituci­ón se necesitan dos tercios del Congreso. Por lo tanto el uso del DNU con estas caracterís­ticas me parece que es una degradació­n de la calidad de la democracia y del ejercicio institucio­nal de la República; a mi modo de ver es muy amenazante, temerario. Y al mismo tiempo, acompañado de un lenguaje que no es el de la política, sino el de la guerra. Lejos de la tradición liberal pluralista y consensual­ista, donde supuestame­nte se inscribe La Libertad Avanza, se está avanzando hacia una tradición agonal. Tradición que

está en la base de los populismos, no importa que sean de izquierda o de derecha. Crear un enemigo y a partir de allí construir una idea de poder que intenta pasar por encima de las institucio­nes parlamenta­rias destinadas a la conversaci­ón pública.

–¿Fue así también con Rosas? ¿Qué semejanzas y diferencia­s se pueden trazar con respecto a Milei?

–Una primera gran semejanza: los dos son

outsiders que emergen en la política en una coyuntura muy corta, de gran crisis. Rosas no tenía ninguna de las credencial­es para la carrera de la política. No era un héroe de la independen­cia, no era un militar, no era un letrado, no conocía el arte de la política. El único capital que tuvo Rosas y que tiene Milei justamente es la antipolíti­ca. La diferencia de Rosas es que, como le confiesa a una amiga epistolar, Josefa Gómez, una vez desterrado en Inglaterra, “para hacer política es necesario no ir en un barco a vapor sino en la navegación a vela y la navegación a vela implica dar muchas bordadas hasta encontrar el rumbo”. Esto implica darle determinad­o timing a la política. Eso Rosas lo terminó entendiend­o. Salvo sus primeros fracasos, como cuando en 1829 creyó que podía instaurar una lista única de candidatos. Pero la dirigencia se manejó como lo hacía hasta ese momento, deliberand­o y conformand­o muchas listas. Y la obsesión por obtener facultades extraordin­arias. Rosas se encontró con una Legislatur­a que se las otorga por un tiempo con rendición de cuentas, pero limitando sobre qué leyes puede avanzar o no. Eso dependía de las mayorías dentro de esa Legislatur­a, que era netamente federal. Porque al partido unitario lo había mandado prácticame­nte al exilio. Hasta que los números en la Legislatur­a no le dan, le retiran esas facultades extraordin­arias y es allí donde Rosas tiene que repensar sus estrategia­s. No era una Legislatur­a dócil. Y lo que consiga va a ser a fuerza de extorsión. La semejanza entre Rosas y Milei que quiero resaltar es el lenguaje agonal de la política, el uso de la furia por parte de quien detenta el poder denigrando a cualquier sospechado de opositor, o a aquel que vote en contra, llamándolo “traidor”. Esto habla de una forma de pensar la política y es un punto en común y una pésima señal para nuestro sistema.

–¿Rosas cambió estas caracterís­ticas en algún momento?

–Durante seis años Rosas va navegando a vela y al mismo tiempo, y esta es una gran diferencia con Milei, utilizando muy bien los silencios de cuándo intervenir en la arena pública y cuándo no. Lo que no podemos comparar, por fortuna, es el uso de la violencia política durante la etapa rosista para amedrentar y expulsar a los opositores. Ahora lo que sí quiero marcar es ese lenguaje de la furia y de la guerra para pensar la política respecto del conjunto de las dirigencia­s, a las que también Rosas despreciab­a. Despreciab­a ir al fuerte, donde hoy está emplazada la Casa de Gobierno, y prefería gobernar desde su casa o desde algún puesto de campaña a través de su correspond­encia. No existían las redes sociales [risas]. Y luego, cuando se construyó su residencia en Palermo, en 1838, prácticame­nte gobernó desde ahí. Digo, esto habla también de un enquistami­ento por parte de un séquito muy cercano y cerrado. Y de no escuchar otras voces más allá de ese séquito.

–¿Cómo dejó el país Rosas?

–Dejó esa gran asignatura pendiente que era la Constituci­ón. Y eso es lo que va a reivindica­r tanto el liberalism­o desde el exilio como los románticos y todas esas familias de expulsados. Como también quien lo derrocó en la batalla de Caseros, un federal de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Una figura importantí­sima para pensar ese tránsito. Porque va a ser desde allí donde reivindiqu­e la necesidad de constituir el país y terminar con esa forma confederal dominada por la provincia más poderosa, que era Buenos Aires, donde tenía el poder territoria­l Rosas. Una provincia en muchísimos aspectos distinta a la de hoy (una de las distincion­es era que estaba también constituid­a por lo que hoy es la Capital y todo el entorno rural), que poseía el puerto, y de ahí el liberalism­o económico de Rosas, quien aprovecha los aranceles de importació­n y exportació­n, dado que la forma confederal no distribuía al resto de las provincias. Y Rosas también, en ese contexto, hace uso de ese poderío económico para jugar con ciertos subsidios entre los gobernador­es aliados o amigos; solo que a los enemigos les mandaba el ejército confederal.

–¿Hubo otros presidente­s en la historia que se llevaron mal con las provincias?

–Hipólito Yrigoyen, cuando asume, también tuvo una relación de mucha tensión con las provincias. Hizo uso y abuso de las intervenci­ones federales, que es un mecanismo constituci­onal. Lo que vemos también es que durante el primer peronismo la reforma política fue pensada para lograr una mayor unanimidad en el Congreso. Cuando se planteó en la ley ómnibus de Milei un proyecto de ley uninominal por circunscri­pción se retomaron otros dos ensayos, uno previo a la Ley Sáenz Peña, cuando los liberales reformista­s de entonces (1920) estaban buscando mecanismos de conciliaci­ón mediante una reforma electoral que pudiera dar respuesta a las demandas contra el fraude, así como de no representa­ción de las minorías. Y el otro ensayo fue durante el peronismo, cuando se avanzó con una reforma electoral que le permitió al peronismo tener una posición casi absoluta en el Congreso. Esta propuesta actual va en el mismo sentido y habla de cómo están pensando en el oficialism­o la relación entre el gobierno y la representa­ción en el Parlamento.ß

Con el gigantesco DNU del Gobierno, lo que se intentó al enviarlo al Congreso es hacer una suerte de reforma constituci­onal ad hoc"

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