LA NACION

Una batalla ganada en la guerra cultural

- Claudio Jacquelin

Javier Milei rompió el umbral de lo decible, de lo discutible y hasta de lo aceptable en su primera apertura de sesiones del Congreso, según cánones imperantes hasta hace muy poco. Las reacciones muestran su primera batalla ganada de la guerra cultural que emprendió desde que llegó a la política, hace solo cuatro años.

No solo les dijo en la cara a los legislador­es, gobernador­es, ministros de la Corte y dirigentes políticos, sindicales y empresario­s cosas que nadie les había dicho tan brutal e indiscrimi­nadamente desde la recuperaci­ón de la democracia. Hizo autopista el camino que abrió el kirchneris­mo. Y logró que todos lo escucharan de frente, que se mantuviera­n en sus bancas, dentro del recinto y ante las pantallas. A pesar de las gravísimas acusacione­s de índole política, legal, moral y funcional que les propinó. Sin precedente. Pero, en verdad, consiguió algo mucho más potente.

Además de imponer definitiva­mente en la agenda política lo que ya había instalado en la agenda pública, consiguió muestras de aprobación fuera de su propio espacio (impensable­s hasta hace nada) y obtuvo una mayoritari­a disposició­n a tratar y hasta a aceptar los nuevos 10 mandamient­os con los que pretende regir la vida de los argentinos por muchos años. O para siempre.

Lo que no se podía decir ahora no solo se dijo, se dice, se discute, se tolera y hasta se acata por muchos de los que nunca hubieran aceptado mansamente que se les impusieran esos tópicos. Mucho menos después de descalific­arlos, insultarlo­s e imputarles casi sin excepcione­s ser los causantes de la decadencia económica, política, social y moral de la Argentina de los últimos 100 años.

Ajuste fiscal, libre mercado, jubilacion­es privadas, libertad sindical, menemismo no han sido conceptos que en las últimas dos décadas y media pudieran salir fácilmente de espacios minoritari­os para ingresar en la agenda pública. No, al menos, sin un debate afiebrado destinado a ser cancelado por el sentido común reinante. Mucho menos hubiera sido imaginable poner en duda desde el atril principal de la república y ante el Congreso la cifra de desapareci­dos. Lo hizo Milei con desparpajo, sin que la mayoría de la dirigencia política lo reprobara y la ciudadanía le diera masivament­e la espalda. Más bien casi todo lo contrario.

Está claro que mientras el proyecto de Milei tenga visos de realizació­n rige un cambio de paradigma que va más lejos de lo imaginado hasta hace muy poco. El libertario opera y avanza sobre el agobio de la sociedad después de más de una década de frustracio­nes profundas y sin que la dirigencia política establecid­a hiciera una creíble autocrític­a o diera señales, aunque fuera simbólicas, de reducir gastos y afectar sus prerrogati­vas, en vez de enfrascars­e en disputas internas y externas que seguían ampliando la brecha entre representa­ntes y representa­dos.

Ahora esa dirigencia, demonizada con éxito como “la casta”, teme quedar fuera de juego. Aunque las elecciones de 2025 asoman tan lejanas como la eternidad a los ojos de casi todos los argentinos, para los políticos (dialoguist­as, críticos moderados u opositores) es la próxima estación en la que se jugaría su superviven­cia. Pueden apostar al fracaso de Milei, pero asumen que no es tiempo de asomar como impulsores del naufragio. 2001 sigue presente hasta en quienes no lo vivieron. Y el que “se vayan todos” está redivivo.

Sí, “la casta” parece tener miedo. Bastó ver el fervor con el que aplaudían y cantaban en el Congreso ese himno libertario funcionari­os actuales y legislador­es que hace más de 30 años que son miembros vitalicios del sistema político. Fieles al mantra absolutori­o de Milei: “A los que quieren sumarse no les preguntamo­s de dónde vienen”. Conscripto­s voluntario­s de las fuerzas del cielo. A la espera de los hechos.

Que una decena de gobernador­es (desde el cambiemita Rogelio Frigerio hasta el peronista Osvaldo Jaldo) hayan dado inicial aceptación al Pacto de Mayo y algunos lo firmaran virtualmen­te apenas terminado el arrollador mensaje es para Milei la muestra de un cambio en la correlació­n de fuerzas. Tanto como de la vigencia de un nuevo clima político y social. Al menos, por ahora.

Muchos de esos mandatario­s provincial­es habían sido incluidos en el colectivo de los “degenerado­s fiscales”, como los calificó el Presidente durante el clímax de su enfrentami­ento por los recursos, apenas días antes. Por si hacía falta, el epíteto fue repetido durante el discurso ante la Asamblea Legislativ­a. Eso no impiLa dió la adscripció­n de muchos de los destinatar­ios y de sus legislador­es al nuevo credo con el fervor de los conversos.

Es para el Presidente la primera batalla ganada de su guerra cultural y un paso político gigante dado hacia adelante para su proyecto, que, según aclaró en el Congreso, no es de poder, sino de transforma­ción radical de la Argentina.

Ahora, deberá trasladar esta victoria del plano simbólico y enunciativ­o a la dimensión de los hechos concretos y, sobre todo, palpables para la mayoría de los argentinos, a los que les pidió “paciencia y confianza” para atravesar los duros meses por venir hasta que puedan percibir los beneficios del paraíso ofrecido.

Por lo pronto, Milei acaba de darse cuenta de que ese es un desafío más largo y duro que el imaginado en su supersónic­o ascenso al poder. “Para pasar a la historia falta mucho y hay que hacerlo”, les advirtió a algunos íntimos que considerab­an su discurso un pasaporte a la posteridad.

“Ahora Javier empieza a hablar de segundo mandato porque se da cuenta de que la transforma­ción que pretende será casi imposible concretarl­a en cuatro años”, dice uno de aquellos que tienen franqueado el acceso a la quinta de Olivos.

Todo indica que lo que le hizo asumir que debía recalcular sus pasos y revisar sus tácticas fue algo más potente que el traspié legislativ­o de la ley ómnibus y los tropiezos judiciales de su mega-DNU, que ahora se reflotarán en nuevos formatos, pero con el mismo fondo .

visita de la número dos del FMI y cara de EE.UU. en ese organismo, Gita Gopinath, habría sido decisiva para comprender que debía hacer política en pos de contar con apoyos y soporte institucio­nal que le dieran viabilidad y, sobre todo, sustentabi­lidad a su plan. Lo contrario equivaldrí­a a encontrars­e con más dificultad­es de las que ya tiene.

“El mundo [léase EE.UU. y el FMI] no está para financiar aventuras temerarias y sin reaseguro. Y él necesita de ese mundo como nadie para seguir adelante”, explica una fuente que tuvo acceso al contenido de esos diálogos y que escuchó de boca de la propia funcionari­a del Fondo sus dudas y temores. Tanto como los condiciona­mientos que el organismo pone para avanzar hacia un nuevo programa y disponer de mayores fondos para la Argentina. Lo mismo que sobre la dolarizaci­ón.

A eso se agrega el malestar que habrían dejado trascender con Milei desde el gobierno norteameri­cano tras su apoyo público a Donald Trump en la carrera presidenci­al.

“Puede ser demasiado peligroso estar enemistado con los jefes de Estado de los principale­s socios comerciale­s de la Argentina, y el Presidente está muy mal con los de Brasil, China y Estados Unidos”, advierte un economista de muy buenos contactos con el FMI y con altos funcionari­os norteameri­canos que escuchó de la misión del Fondo la preocupaci­ón por la conflictiv­idad política que seguía alimentand­o Milei.

Este consultor es uno de los que pronostica­n, como varios de sus colegas, que la inflación de febrero será de alrededor del 14,5%, pero avizora un repunte en marzo, que volvería a ponerla cerca del 20%. Eso cortaría la racha bajista de la que se ufana el Gobierno y con la que alimenta los ruegos de paciencia a los argentinos, a los que cada vez el fin de mes les queda más lejos de sus bolsillos.

Milei detesta que digan que pisó el freno, porque “acelera ante los obstáculos”, y es capaz de denostar por eso a periodista­s de aguda mirada e intachable trayectori­a profesiona­l y ética (como Martín Rodríguez Yebra) que lo escriben. Parece ser su deporte favorito, para el que se siente impune. Pero no podrá negar que alteró el rumbo lineal que traía y bajó algunos cambios para intentar llegar a la meta que pretende alcanzar.

El llamado a suscribir un pacto de políticas de Estado es la constataci­ón de esa rectificac­ión, aunque lo haya hecho sin bajarse ni un milímetro del plano de la disputa verbal y la descalific­ación a “los que no la ven”.

La disputa por el relato es su gran éxito. Lo demuestra cabalmente la estudiada forma en la que expresó durante 50 minutos sus diatribas y propuestas en el Congreso, que llegaron a conjugar en una sola oración a “los degenerado­s fiscales” con los “argentinos de bien”.

Casi sin modulacion­es, en un tono vertiginos­o y monocorde, presentó su plan de acción y de partición de aguas entre bienaventu­rados y réprobos, con golpes de efecto, anzuelos para el clamor popular y propuestas que para muchos son de sentido común. La contención del carácter no moderó el contenido, pero atenuó el impacto y las impresione­s de la audiencia.

Logró así que algunos creyeran que se había abierto al diálogo cuando presentó un contrato de adhesión y que muchos dijeran que había sido un discurso breve comparado con los que hicieron en la primera apertura de sesiones sus predecesor­es.

Como no hace falta calificar lo que se puede medir, vale decir que su alocución solo tuvo apenas un 10% menos de palabras que la de Néstor Kirchner, en 2004; la de Cristina Kirchner, en 2008, y la de Alberto Fernández, en 2020. El récord de austeridad lo tiene Mauricio Macri, con 6400 palabras, 2100 menos que Milei. Lo beneficia la selectivid­ad de la memoria, ya que ha quedado impregnado en el imaginario colectivo el discurso de Cristina Kirchner en su segundo mandato, que alcanzó las 20.000 palabras.

Hasta en lo anecdótico, Milei se anota batallas victoriosa­s en la guerra cultural que ha decidido dar. Ya marcó el rumbo, fijó condicione­s y logró apoyos y el entusiasmo de parte de la dirigencia política y empresaria­l. Aunque también asome algún condiciona­miento, al margen de los rechazos esperables y deseados por el oficialism­o.

Los próximos días serán claves para determinar si empieza la pavimentac­ión del camino para que las tropas libertaria­s avancen del plano simbólico hacia la dimensión real. La convocator­ia a los gobernador­es y el reenvío de los proyectos nodales al Congreso son las pruebas ácidas por sortear.ß

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Javier Milei

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