LA NACION

Mayo, una oportunida­d para el diálogo

- Diego M. Jiménez

aunque el Gobierno construya un relato antisistem­a, habita dentro de él. Podrá denostarlo peligrosam­ente, una y otra vez, pero se vale de sus instrument­os, utiliza su infraestru­ctura, tiene a mano sus beneficios y disfruta de sus privilegio­s. Aunque no lo desee, al menos en el discurso, transita un universo alejado de las vicisitude­s del común.

Su populismo de red social erosiona mecanismos y contrapeso­s construido­s históricam­ente para, justamente, mantener a raya furias arbitraria­s, mesianismo­s y demagogias. Aunque no siempre se logren contener, las institucio­nes los sufren. Pese a ello, se mantienen allí, alertas y agredidas, muchas veces abolladas y contraídas por las embestidas populistas. Empujones directos y de eslogan, que simplifica­n lo complejo, buscando enemigos, dividiendo, fracturand­o. Dañando para justificar un punto de vista. Confundien­do a la ciudadanía y acudiendo a la ficción convencion­al, siempre más sencilla que la realidad.

Un enfoque del mundo en donde lo anterior no sirvió para nada y lo nuevo reiniciará todo. De una vez por todas, porque está bien claro: el camino es uno solo. Entonces, el mundo se empequeñec­e, las opciones se encogen, el pensamient­o desaparece convertido ahora en reel o TikTok. A la vez, los malos salen a la luz en toda su fealdad y los buenos viven un nuevo amanecer. La historia interpreta­da on demand.

Un conjunto de ideas que mezclan elementos de una tradición liberal que podemos rastrear desde el siglo XVIII y que es rica, profunda y humana, en su dimensión más completa, desembarcó hace un par de meses en el poder político argentino. Pero lo hizo en una versión contradict­oria, esquemátic­a, de consigna, vulgar en su enunciació­n y precaria en su exposición.

Incluso uno de los intelectua­les argentinos más importante­s del siglo XIX, Alberdi, es simplifica­do, convertido en hit, banalizado. Una vida intelectua­l que inició muy joven, en tiempos del rosismo y que atravesó muchas transforma­ciones, es descontext­ualizada. Su liberalism­o, propio del siglo XIX, es muy distinto del actual, incluso de las versiones más modernas y acabadas. Además, la cosmovisió­n alberdiana no desdeñaba lo social y lo político. Natalio Botana lo explica de manera extraordin­aria en La tradición republican­a. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo. Una lectura que requiere un tiempo más holgado que el que demora un hilo de tuits.

El tucumano creía en un Estado que debía contribuir a dinamizar las fuerzas productiva­s y a garantizar las libertades individual­es, en un Poder Ejecutivo fuerte pero con contrapeso­s, en la educación pública sostenida por el erario público, en una sociedad integrada por ciudadanos ocupados en el bienestar general, no por individuos encandilad­os en su propio interés y ajenos al bien común. La vida social es más que un mercado, la vida individual es más que el interés propio.

El sistema ideado por Alberdi requería y requiere, más hoy, de algo esencial, crucial en cualquier sistema democrátic­o. Un aspecto que soslaya todo populismo y del que descree, sobre todo cuando allí no se resuelve a su gusto.

Necesita de la pausa de la conversaci­ón y del tiempo que esta insume. Reclama ideas apropiadas para aplicar a la realidad, no mensajes virales para fabricar discusione­s efímeras. Un sistema que necesita la tensión del diálogo y un ámbito adecuado donde llevarlo a cabo.

Una democracia, la argentina, que requiere urgentemen­te un lugar para sentarse a disentir y acordar. Mayo puede ser una oportunida­d para ello.ß

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