LA NACION

Alejandro Carrió «Urge reflejar en sentencias las altísimas sospechas de la corrupción kirchneris­ta»

La Argentina debe recuperar la noción de que el robo al Estado es como un cáncer que impide el crecimient­o del país, dice el constituci­onalista

- mariana araujo por María Paula Etcheberry

Una multitud eufórica colmaba el estadio de Ferro y aplaudía con fuerza uno de los más emblemátic­os discursos de raúl Alfonsín. En la primavera de 1983, el entonces candidato presidenci­al del radicalism­o había lanzado en plena campaña electoral una promesa que parecía irrealizab­le: juzgar a los poderosos, es decir, a las cúpulas militares responsabl­es del terrorismo de Estado. Una tarea compleja, casi imposible de concretar.

A pesar de los obstáculos, Alfonsín lo logró. Se rodeó de reconocido­s juristas y filósofos del derecho, activistas por los derechos humanos, asesores y ministros que lo acompañaro­n en la búsqueda de aquel ambicioso objetivo. ¿Qué recuerdan los protagonis­tas de aquellos frenéticos años atravesado­s por el regreso de la democracia? ¿Cómo diseñó, pensó y planificó Alfonsín su política de derechos humanos? ¿De dónde sacaron todos ellos la valentía necesaria para lograrlo?

En el libro Alfonsín y los derechos humanos, publicado por la editorial Sudamerica­na, Alejandro Carrió reúne valiosos testimonio­s de quienes protagoniz­aron estos hechos para darle una respuesta de primera mano a estas preguntas. El libro compone un interesant­e coro de voces en el que distintos actores dan sus múltiples puntos de vista sobre un mismo hito fundaciona­l de nuestra democracia.

En diálogo con la nacion, Carrió, abogado constituci­onalista y penalista, explica que el kirchneris­mo “se apropió de la causa de los derechos humanos” hasta tergiversa­rla, e impuso una visión sesgada de la historia que “romantizab­a el accionar guerriller­o de los años 70”. por eso, señala que “criticar el terrorismo de Estado no implica olvidar lo que hicieron los guerriller­os” y que “la política de derechos humanos de Alfonsín fue muy valiente, pero también equilibrad­a”.

Hoy Carrió llama a juzgar de manera urgente los delitos de corrupción que frenan el progreso del país, y advierte al mismo tiempo que “no se puede gobernar de espaldas a las institucio­nes”.

Varios fueron los factores que llevaron a Carrió a narrar el trasfondo de la política de derechos humanos de Alfonsín en su libro. Él lo cuenta así: “Primero, participé en una obra conjunta en homenaje a Jaime Malamud Goti, en la que me enfoqué en su aporte como filósofo del derecho al Juicio a las Juntas. Segundo, la historia no había sido justa con el esfuerzo de Alfonsín. Tercero, la película Argentina 1985 despertó interés en el tema, pero tampoco era demasiado justa con la historia. Y la cuarta pata es que nunca me gustó la apropiació­n de la causa de los derechos humanos que hizo el kirchneris­mo. Romantizar­on el accionar guerriller­o en los años 70. Recuerdo cuando Néstor Kirchner pidió perdón en nombre del Estado por no haber hecho nada en materia de derechos humanos durante 20 años. A Alfonsín le produjo un disgusto mayúsculo. Con el libro, quise rendirle un homenaje a Alfonsín y a un grupo de personas próximas a él en el diseño de su política de derechos humanos. Uno de ellos fue mi padre, Genaro Carrió. A raíz de las entrevista­s del libro, advertí que él había tenido un rol más importante del que pensaba. Quise escribir algo completo, objetivo, escuchando todas las campanas, aprovechan­do que la mayoría de las personas que habían estado cerca de Alfonsín todavía vivían. Los fui llamando uno por uno, para que compartier­an conmigo sus vivencias. Quería que el libro no fuera árido, sino que consistier­a en diálogos”.

–¿Por qué eligió publicarlo ahora?

–En diciembre se cumplieron 40 años de tres decretos muy importante­s. El objetivo del libro es mostrar que estos tres decretos fueron fundamenta­les, porque allí Alfonsín plasmó su política de derechos humanos. Los primeros dos decretos son muy conocidos y están relacionad­os. Uno es el del enjuiciami­ento a las Juntas Militares. El segundo era el de la creación de la Conadep, sin antecedent­es en la Argentina ni en el mundo. Ambos mostraban el compromiso de Alfonsín con investigar y juzgar el terrorismo de Estado. Y el tercer decreto, que trascendió mucho menos, ordenaba el enjuiciami­ento de ciertos líderes guerriller­os emblemátic­os que habían contribuid­o a que la Argentina de los años 70 fuera un país dificilísi­mo, con muchísima violencia. Siempre fui muy crítico del terrorismo de Estado, porque existiendo carriles legales era un gravísimo error haber prescindid­o de ellos. Pero, también me parecía injusta la historia tal como se venía narrando últimament­e. Porque los militares salieron a combatir algo que existía y ese algo era la guerrilla.

–El libro forma un coro de distintas voces. ¿Cuáles son las novedades que le dejaron los testimonio­s de los protagonis­tas? ¿Le resultó enriqueced­or contar con puntos de vista tan variados?

–Me aportó varias cosas. Me maravilló el espíritu de lucha y el equilibrio de Graciela Fernández Meijide. Aprendí mucho sobre el funcionami­ento de la Conadep y sobre las visitas a los centros de detención. Para las víctimas, visitar la ESMA fue una expiación, porque comprobaba­n que era cierto lo que narraban. Durante los años 70 y los 80 se creía que los centros de detención eran una exageració­n. Se usaba la triste frase de “algo habrán hecho”. Tuve también la mirada práctica de quienes interactua­ron con el ejército, como el ministro de Defensa de entonces, Horacio Jaunarena. El juicio a los militares debía tener un límite para cuidar la cadena de mandos. La política de derechos humanos de Alfonsín hay que juzgarla con la vara de los 80, cuando los militares aún eran un factor de poder altísimo. Fue muy interesant­e también la mirada de quienes asesoraron jurídicame­nte a Alfonsín, como Martín Farrell y Jaime Malamud Goti. También tuve la perspectiv­a de José Ignacio López, el vocero presidenci­al, que con un coraje inmenso le preguntó a Videla sobre los desapareci­dos. Y la mirada de Raúl Alconada Sempé, que, aunque trabajaba en Cancillerí­a, había estado muy cerca de Alfonsín al tomar estas decisiones. El libro me aportó también la mirada de los jueces que juzgaron a las Juntas Militares: Carlos Arslanian, Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga Aráoz y Guillermo Ledesma. Me alimenté de todas las visiones de este coro de notables.

–¿Cómo evalúa la política de derechos humanos del kirchneris­mo? ¿De que modo el uso de la causa de los derechos humanos que hizo el kirchneris­mo tergiversó el espíritu de lo que pretendía Alfonsín?

–Tergiversa­r es una palabra fuerte, pero está bien. Correspond­e. La política de derechos humanos de Alfonsín era muy valiente, pero también equilibrad­a. No podemos equiparar la gravedad del terrorismo de Estado con la gravedad de los hechos de la guerrilla. El terrorismo de Estado es moralmente más criticable, porque utiliza todas las herramient­as y recursos del Estado. Incluso el peor de los guerriller­os se merecía un juicio, merecía que sus familiares supieran qué había sucedido con él, y merecía que la respuesta estatal no estuviera teñida de ilegalidad. Pero criticar al terrorismo de Estado no implica olvidar lo que hicieron las organizaci­ones guerriller­as. Los militares intentaron combatir un fenómeno previo. Lo hicieron muy mal, con pésimas armas y a espaldas de la ley. Y en su afán de eliminar la guerrilla, eliminaron a cualquier persona de la que tenían sospechas, con o sin razón. Ahora, tener una mirada sesgada y miope sobre la violencia de los años 70 es una mala manera de comprender la historia. La historia tiene grises, tiene matices.

–Retomando esta idea de la mirada sesgada de la historia, dentro del oficialism­o hay voces, como la de Victoria Villarruel, que reclaman que las Fuerzas Armadas fueron juzgadas con una dureza desmedida mientras que las organizaci­ones guerriller­as no recibieron castigos. ¿Considera legítimo este reclamo? ¿Enfrentamo­s hoy el riesgo de que se vuelva a instalar una visión favorable a la dictadura?

–La mirada de Victoria Villarruel está bien, aunque difiero en que el juzgamient­o a los militares haya sido excesivo. Tuvieron el juzgamient­o que merecían los actos de ilegalidad que cometieron. Pero sí coincido en que, por ejemplo, Firmenich debería estar preso. Se merecía prisión perpetua, al igual que Massera y Videla. De hecho, fue a lo que lo condenaron, con una limitación en la cantidad de años de prisión, porque había sido extraditad­o de Brasil. Firmenich participó de múltiples atentados donde murieron varias personas injustamen­te. Montoneros era una asociación ilícita. La descripció­n de los años 70 que se estaba imponiendo hasta aquí era tuerta. Pero espero que tampoco se imponga una visión favorable a los militares. Espero que quienes investigan y escriben sobre el tema hayan sido convincent­es en el sentido de que todos los terrorismo­s violan los derechos humanos. El terrorismo de Estado por definición, pero los terrorismo­s de izquierda o de derecha de los años 70 también.

–El libro muestra que para Alfonsín era imposible construir una democracia sólida con impunidad. ¿Considera que hoy en la Argentina predomina la impunidad? ¿Qué tan lejos estamos de tener institucio­nes fuertes y una Justicia independie­nte?

–Me preocupa la impunidad de la corrupción. Hay una corrupción endémica en la Argentina, que ha provocado un deterioro institucio­nal muy importante. Los índices de nuestro país en las mediciones de transparen­cia internacio­nal nos muestran una decadencia cada vez mayor. Esto responde a un fenómeno sociológic­o de arrastre, que Carlos Nino explicaba en su libro Un país al

margen de la ley. En la Argentina la ley fracasó como ordenadora de conductas, sobre todo en cuanto a la corrupción de funcionari­os públicos. La época de Alfonsín fue una isla en ese sentido. Hoy en el caso de la Legislatur­a bonaerense parecen estar metidos todos los partidos políticos. Lamentable­mente la corrupción en la Argentina forma parte de nuestro ser. Es muy difícil luchar contra eso, pero hay que empezar, siendo duro y dictando sentencias ejemplific­adoras. Espero que ahí Milei haga una buena tarea. La gran asignatura pendiente de la Argentina es recuperar el concepto de que la corrupción es un cáncer que nos impide crecer como país.

–Una de las conclusion­es del libro es que lo más fácil para Alfonsín hubiese sido no hacer nada, no juzgar a los militares y dar vuelta la página. ¿Podemos trazar un paralelism­o con la actualidad, en el sentido de que hoy también para el oficialism­o quizá sería más fácil no avalar el juzgamient­o de la corrupción reciente? ¿Cómo ve la evolución de las institucio­nes durante los próximos cuatro años?

–El Poder Ejecutivo tiene que crear las condicione­s para que los jueces resuelvan en libertad. Eso es lo que hizo Alfonsín en el 83. Diseñó una Justicia federal de lujo, preparada, con personas valientes e independie­ntes. Esa es la obligación del Poder Ejecutivo. Y los jueces deberían enfocarse en lo que deben hacer jurídicame­nte, en vez de en lo que les conviene. A Milei le daría el tiempo suficiente para ver cuáles son sus prioridade­s. Las designacio­nes que hasta ahora hizo son de gente preparada. No tengo razones para objetar ninguna de manera puntual. Supongo que él también cree que no vamos a progresar como nación si no combatimos la corrupción. Pero Milei también tiene que advertir que la Argentina es un país con diseño republican­o. Y el Congreso es un actor importantí­simo. Tiene derecho a estar desencanta­do con el Congreso. Ese gran desencanto hacia la clase política tradiciona­l y ese fastidio respecto al mal funcionami­ento de institucio­nes como el Congreso es la razón por la que fue electo. Ahora, tampoco se puede gobernar de espaldas a las institucio­nes.

–Pensando en el fracaso de la ley ómnibus, la acusación de “traidores” a algunos diputados, la poca disposició­n al diálogo del Presidente y su discurso confrontat­ivo y polarizant­e, ¿observa una similitud entre las formas adoptadas por Milei y los modos del kirchneris­mo?

–Las formas y los modos tienen más trascenden­cia de lo que parece. Un diálogo a las trompadas no va a funcionar nunca. No es la manera de lograr objetivos dentro de un cuerpo colegiado. Tengo que persuadir a los demás de que mi idea es la mejor. También el interlocut­or tiene que escucharme. Deberías poder explicar con entereza a dónde querés llegar y por qué esos son los medios correctos. Pero hoy, los legislador­es van a las sesiones del Congreso a mostrar su adherencia a determinad­a ideología. Da igual si leyeron o no la norma que se está discutiend­o. Van a actuar su rol de opositores. Es muy bueno que quede claro quién se está oponiendo a una norma con algún fundamento y quién se está oponiendo simplement­e porque sí. La Argentina se acostumbró a que ningún sector le quiera conceder al otro ningún éxito.

–Respecto a la corrupción kirchneris­ta, el fiscal Villar pidió en la Cámara de Casación agravar la pena de Cristina Kirchner a 12 años de prisión en la causa Vialidad. ¿Cómo evalúa esta decisión? ¿Considera que puede tratarse de un avance en materia de la lucha contra la corrupción?

–Soy bastante prudente en opinar de causas que no conozco en detalle. La calificaci­ón de asociación ilícita era posible, pero calculo que los jueces tuvieron buenas razones para descartarl­a. Me preocupa que una repetición de apelacione­s haga que las causas no se resuelvan. El Poder Ejecutivo tiene que proveer los medios para que el juicio de la causa Cuadernos se haga pronto, en consonanci­a con el Congreso y con los tribunales actuantes en la causa. Y pronto tiene que ser anteayer. La Argentina necesita urgentemen­te que las altísimas sospechas de corrupción de los gobiernos kirchneris­tas se reflejen en sentencias judiciales. Hay que dar respuesta judicial a todos los hechos de corrupción pronto. Porque el no cumplimien­to de la ley por parte de los funcionari­os tiene un efecto derrame atroz para el desarrollo del país.

–La determinac­ión de Alfonsín fue clave para que se llevara adelante el Juicio a las Juntas. ¿Qué aspectos de su legado podemos retomar hoy para fortalecer la democracia?

–Nuestros gobernante­s deberían verse al espejo todos los días y pensar si están honrando la Constituci­ón. La Argentina necesita personas que nos puedan recitar el Preámbulo con autoridad, porque creen genuinamen­te en la libertad económica y política, en la importanci­a de los derechos de la ciudadanía. Tenemos derecho a que episodios como el del yate de Insaurrald­e, o las candidatur­as testimonia­les de Scioli y Massa en 2009, que fueron una estafa a la gente, signifique­n un cambio absoluto en la política. No puede haber semejante disociació­n entre el derecho y la moral. Cada vez que un funcionari­o se sale de los mandatos de la Constituci­ón, tenemos derecho a pedir que se vaya del poder. Hay que tomarse en serio las institucio­nes. ß

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