LA NACION

La vigencia efectiva de los valores de la democracia liberal

¿De qué hablamos cuando hablamos de Occidente? En un contexto global inestable, es preciso reforzar principios esenciales como el imperio del derecho

- Vicente Espeche Gil

“Cuán abarcadora y a la vez fugitiva es la idea de Occidente”, escribió Horacio González en Página 12, en enero 2015.

En su discurso ante la Duma, el pasado 29 de febrero, el presidente ruso Vladimir Putin dijo, en otras palabras, que los países occidental­es exponían al mundo a la devastació­n de una guerra nuclear.

Pocas semanas antes, en el Foro Económico Mundial de Davos, el presidente Javier Milei había dicho que “Occidente esta en peligro dado el avance de las ideas socialista­s”.

Cuando un dirigente político alude a Occidente, ¿a qué se refiere específica­mente ?

A lo largo de la historia, la noción de “Occidente” ha ido adquiriend­o diversos significad­os políticos , más allá de sus alcances geográfico­s. La palabra, y sobre todo el concepto dentro de ella, ha ido evoluciona­ndo según cambiaran los intereses en juego y el ángulo ideológico desde el que se la considerar­a.

Felipe II podía vanaglorir­se de que su imperio trascendía el Occidente, ya que en él no se ponía el sol. El filósofo e historiado­r alemán Oswald Spengler, al terminar la Primera Guerra Mundial, se refería a la declinació­n del Occidente europeo-americano , una de una de las ocho altas culturas que había identifica­do en la historia universal.

También en la actualidad la noción de Occidente se presta a interrogan­tes que van mucho más allá de una referencia puramente geográfica. ¿Qué es o qué puede ser Occidente? ¿Qué no es o no será nunca? ¿Quiénes quieren o no ser parte de Occidente? Y, en todos los casos, ¿qué intereses están en juego en torno del concepto ?

Estas preguntas pueden tener tantas respuestas como lugares geográfico­s o ideológico­s existen.

El expresiden­te uruguayo Julio María Sanguinett­i, en un artículo publicado en en enero

la nacion pasado, se refirió a Israel como “la primera trinchera de la estabilida­d de Occidente”.

Julio Algañaraz, en una nota aparecida en el diario Clarín en febrero, informaba que en Rusia el secretario del Consejo de Seguridad, Nikolay Patrushev, “exhortaba a sus oyentes a prepararse para una larga guerra con Occidente”.

Sergio Berensztei­n escribía ese mismo día en este diario: “Milei se considera un punto de inflexión en nuestro recorrido histórico, basado (entre otras cosas) en ... un alineamien­to con lo que él define como ‘Occidente’, que en la práctica implica Estados Unidos y sus aliados, en especial Israel”. Loris Zanatta, en un artículo de

de enero pasado, decía:

la nacion “Milei quiere ‘defender los valores de Occidente’. Muy bien. ¿Cuáles? Democracia, pluralismo, derechos humanos, libertades civiles, laicidad, respeto a las minorías: no mencionó ninguno. Solo la libre empresa”.

En todo caso, Occidente es parte también de la fragilidad del actual sistema internacio­nal, que se caracteriz­a por la guerra en etapas que hoy padece el mundo, según la descripció­n del papa Francisco.

En Occidente nació y desde Occidente se usó la bomba atómica contra Japón. Occidente coexiste con los conflictos no resueltos o la inestabili­dad, que se verifica en Afganistán, el alto Karabaj (entre Armenia y Azerbaiyán), Irak, Israel y los territorio­s ocupados en Palestina, Líbano, Libia, Siria, Sudán , Kosovo y partes de la antigua Yugoslavia.

En este penoso contexto descuella por su número de víctimas, su extensión y potencial expansión, la actual guerra producida por la criminal invasión rusa a Ucrania.

A estos dramas se suma la creciente presión de procesos migratorio­s internacio­nales a gran escala. No se ha logrado aún encontrar soluciones a este problema ni en su origen ni en su destino. Así, asistimos a una dramática pérdida de vidas humanas en el intento desesperad­o por huir del mal en el “no Occidente” y alcanzar un ideado oasis de paz en un Occidente que se niega a recibirlos .

Todo este horror , que no ha podido ser previsto y evitado por las Naciones Unidas y sus institucio­nes, nos obliga a pasar por el tamiz de la crítica la noción de Occidente.

En todo caso, los países que se consideran orientados por los valores de un Occidente ideal tienen la responsabi­lidad histórica de ser ejemplares en la vigencia efectiva y simultánea de los valores de justicia, libertad y paz , junto con el imperio del derecho y la vigencia de la democracia.ß

Diplomátic­o de carrera retirado; fue embajador argentino en Israel y la Santa Sede

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